“Que otros se jacten de las páginas que han escrito; a mí me enorgullecen las que he leído”, dijo Jorge Luis Borges, el escritor argentino con proyección universal, que además del legado de su obra, dejó también el legado de sus lecturas formando así legiones de lectores que leyeron lo que él leyó en busca de una clave, de un acercamiento a aquellos escritores que le proporcionaron refugio y placenteras horas de lectura.
Si escribió páginas extraordinarias, permitió también encontrar páginas extraordinarias en textos que no le pertenecían.
Nacido el 24 de agosto de 1899, quien llevaba por nombre completo Jorge Francisco Isidoro Luis Borges, fue, sin duda, uno de los más grandes escritores de todos los tiempos y también uno de los más grandes lectores, razón por la cual se instituyó el día de su nacimiento como Día del Lector en la Argentina. Esto sucede desde 2012, año en que se aprobó el proyecto de ley que impulsó Samuel Cabanchik y que tuvo aprobación unánime en las dos cámaras.
Borges heredó la biblioteca de su padre, quien, a su vez, la había heredado de su madre, es decir, de la abuela inglesa del escritor, Fanny Haslam, quien se casó con el coronel Francisco Isidro Borges, un argentino de origen uruguayo. De ese matrimonio nacieron dos hijos: Francisco Eduardo y Jorge Guillermo, el menor, que sería el padre del escritor.
Recientemente, con motivo de la celebración del Borges Palooza en homenaje al aniversario de su nacimiento, la escritora María Negroni señaló de qué modo Borges amplió el campo de la literatura en la Argentina. “Islandia –dijo- le sirve como una nueva argumentación a Borges para reafirmar lo que dijo en el ensayo El escritor argentino y su tradición: él, que metió aWilliam Henry Hudson en el canon nacional, también metió a Islandia. Gracias a Borges, Islandia hoy pertenece a la tradición literaria argentina, trajo ese mundo, lo puso acá, en el medio”, Esta fue una de sus múltiples contribuciones como lector: ampliar la extensión de la tradición literaria argentina incluso con libros escritos en otra lengua.
Fue amante de las enciclopedias, tanto de las reales como de las que muy posiblemente salieron de su imaginación como la famosa enciclopedia china que tanto deslumbró a Michel Foucault, la que figura en El idioma analítico de John Wilkins y, que, según su autor, se llama Emporio celestial de conocimientos benévolos. “En sus remotas páginas –se dice en el texto citado- está escrito que los animales se dividen en a) pertenecientes al Emperador b) embalsamados c) amaestrados d) lechones e) sirenas f) fabulosos g) perros sueltos h) incluidos en esta clasificación i) que se agitan como locos j) innumerables k)dibujados con un pincel finísimo de pelo de camello l) etcétera m) que acaban de romper el jarrón, n) que de lejos parecen moscas.”
Si el mundo fuera justo, la Enciclopedia Británica debió haberle ofrecido un porcentaje por sus ventas porque su amor por sus entradas y los muchos datos que encontró en ella y que luego figuraron en sus cuentos hizo que muchos lectores de Borges la compraran para poseer una de los textos que él admiraba. La famosísima enciclopedia se imprimió en papel durante nada menos que durante 244 años desde su aparición en Escocia en 17 68, dejó de publicarse en ese soporte en 2012. Borges consideraba que su undécima edición era una verdadera obra maestra.
En 1967, Borges se casó con Elsa Astete. La relación terminaría tres años más tarde. Según lo cuentan diversas fuentes, lo único que se Borges se llevó del hogar que compartían tras su separación fue, precisamente, la Enciclopedia Británica.
En una entrevista realizada por el Ministerio de Cultura a María Kodama, esta hace un repaso de las lecturas predilectas de Borges. “Su gran biblioteca fue la que heredó de su padre, que venía de su abuela inglesa. Allí conoció a muchos autores. En su biblioteca personal, además, no solo había ejemplares de literatura sino, sobre todo, de filosofía, religión, astrología, matemática y ciencias. Tenía una gran curiosidad”. Y agregó: “Borges tenía la Enciclopedia Británica completa; muchas traducciones de la Divina Comedia –recorría librerías para comprar y comparar traducciones–;sagas de la literatura islandesa, y distintas obras orientales, sobre todo, japonesas como Los cuentos de Ise. Por supuesto, leía mucho a los clásicos”.
En general no le interesaba demasiado lo contemporáneo. “Creo-decía- que habrá de parecerse bastante a mí. Después de todo, yo también soy contemporáneo. Tratándose de lo contemporáneo, estamos viviendo en el mismo mundo y no creo que podamos ser muy distintos. En cambio, si uno estudia literaturas de otras épocas, puede encontrar novedades.”
La Divina Comedia, El Quijote y los poemas homéricos constituían para él una suerte de divina trinidad. Según Kodama, El Quijote era la única novela que le gustaba. “Pero no era un lector del género-aclara en la entrevista citada-. Decía que en las novelas, en cualquier instante, se poblaban de almohadoncitos, candelabros, comidas. Es decir, terminaban apareciendo cosas de relleno. Por eso tampoco las escribió. En cambio, con los poemas, cuentos o ensayos decía que tenía un mayor control, por su extensión, tensión y brevedad”.
Para Borges, que integra la galería de directores célebres de la Biblioteca Nacional, una biblioteca era una de las formas del Paraíso.
Por todas estas razones y por muchas otras, Borges fue un lector de lectores, que abrió el círculo de lecturas para sus contemporáneos y para las siguientes generaciones. Al leer a Stevenson, por ejemplo, es imposible no recordar que él lo incluyó en nuestra lista de lecturas. Su ceguera no fue un impedimento para su sed de conocimiento. Muchos fueron los que iban a leerle textos cuando él ya no podía hacerlo por sus propios medios. Pero, tal como lo expresó en el Poema de los dones, nunca se quejó de su ceguera: “Nadie rebaje a lágrima o reproche /esta declaración de la maestría /de Dios, que con magnífica ironía /me dio a la vez los libros y la noche.”