Una de las películas cuyas proyecciones en el marco de Bafici se convirtieron en un evento en sí mismas, sin lugar a dudas fue Héroxs del 88. Dirigido por Luis Hitoshi Díaz, este documental celebratorio recrea y homenajea los 30 años del lanzamiento del disco Invasión 88, compilado fundacional del movimiento punk en la Argentina. Aquel álbum, producido, lanzado y distribuido de forma ultra independiente por el sello Radio Trípoli Discos, incluía a casi todas las bandas importantes de la tercera generación de la escena punk local, representando a través de ellas a casi todos los subgéneros que integran el abanico del punk rock. Pero para contar la historia completa lo mejor es reconstruir el paisaje en el cual ocurrió aquel milagro contracultural, que tuvo lugar en las vísperas de una de las crisis políticas y económicas más profundas que se recuerden en estos 36 años de democracia. Dejémonos caer, entonces, a través del túnel del tiempo.
Para 1988 Aldo Rico ya se había convertido en una figura pública, en el enemigo de todos (o casi todos), luego de comandar el levantamiento carapintada durante la Semana Santa del año anterior. Para entonces la llamada Primavera Alfonsinista comenzaba a volverse un invierno que, como aquel anunciado por Álvaro Alsogaray durante su gestión como ministro de economía del gobierno de Arturo Frondizi, habría que aprender a pasar. Presagios de un futuro oscuro que el asesinato de Alicia Muñiz a manos de su marido, el ex campeón mundial de boxeo Carlos Monzón, y la muerte trágica del comediante Alberto Olmedo, motor de la risa nacional, ocurridos a comienzos de ese año parecieron confirmar. 1988 no sería un año más para ningún argentino.
Para esa misma época el punk, aquel movimiento juvenil surgido en Londres once años antes, ya había logrado cierta notoriedad a nivel local, instalándose como lo último en materia de tribus urbanas. Tanto que hasta Jorge Porcel, el Gordo, había protagonizado una película titulada El profesor punk, en donde se lo podía ver tocando la batería, maquillado como Robert Smith de The Cure y con una cresta roja como la de Wattie, el cantante de los rabiosos The Exploited. Claramente el que escribió el guión no entendía nada de punk, más allá de acertar al menos con la cresta, pero la película marcaría un final de época dentro del cine argentino. No solo porque fue la primera película de Porcel tras la muerte de Olmedo, su compañero de fórmula desde hacía casi 20 años, sino también la última comedia que filmaría este cómico antes de que su vida comenzara a desmoronarse hasta su muerte en 2006.
Pero nada de esto le importaba demasiado al ejército de punkies que todos los fines de semana se acercaban a Cemento, al Parakultural, al Teatro Arlequines o a algún otro tugurio de San Telmo o Constitución, para ver los caóticos shows de sus bandas favoritas. Ya hacía rato que el punk vernáculo venía tomando forma, con la edición de los primeros discos de Los Violadores, precursores de la movida no solo en la Argentina sino en toda América del Sur, y la conformación de una escena que tenía sus referentes en bandas como Todos Tus Muertos, Cadáveres de Niños, Massacre Palestina, Sentimiento Incontrolable o Comando Suicida, exponentes de la corriente Oi!, emergente de la cultura skinhead asociada en todo el mundo con las ideologías ultranacionalistas e incluso filo nazis.
Una capa todavía más abajo burbujeaba un magma que apropiándose del “Hacelo vos mismo”, uno de los lemas que sostenían el surgimiento del punk, permitía que casi todo aquel que se sumaba a la corriente terminara formando, tarde o temprano, su propia banda de punk rock. Dos adolescentes emprendedores creyeron que era importante dejar un testimonio de aquella escena y se tomaron el asunto hacerlo ellos mismos como un mandato. Sergio “Chuchu” Fasanelli y Walter Kolm habían editado de forma autogestionada e independiente una serie de simples (aquellos discos de vinilo pequeños con espacio suficiente para contener una o dos canciones por lado) de las bandas que más les gustaban, como Massacre Palestina, Sentimiento Incontrolable y los Comando, en donde Fasanelli había llegado a tocar la batería. Sí, como Porcel en la película pero de verdad.
El resultado de su esfuerzo fue Invasión 88, un disco de vinilo editado no solo en medio de la crisis económica del gobierno de Raúl Alfonsín, que afectaba enormemente a la industria discográfica, sino en plena crisis del formato. La fabricación de los discos de vinilo se había vuelto carísima, convirtiendo al cassette en el formato más comercial. Si a eso s le suma la aparición y el auge de los walkman, una revolución en el consumo de música en los ’80, y la ya anunciada aparición de los discos compactos, todo indicaba que editar un disco de larga duración en vinilo era una verdadera locura. Pero la cultura autogestiva tiene mucho de locura. O de capricho e incluso de ilusión, para decirlo de forma más precisa, y justamente esos fueron los motores del sueño de Kolm y Fasanelli.
No es descabellado afirmar que Invasión 88 fue una superproducción discográfica inédita. Una portada a todo color con ilustraciones del dibujante Mosquil, un disco de vinilo trasparente y un fanzine impreso en el mejor papel ilustración con información de las bandas incluidas, las mejores del punk y el hardcore nacional de aquel momento. Era, sin dudas, un producto de factura extraordinaria, realizada con una cantidad de detalles de lujo que por entonces ninguna de las multinacionales estaba dispuesta a pagar ni siquiera para sus artistas más rentables como Michael Jackson, Sting o U2. Con Invasión 88 el punk de golpe jugaba en primera.
Y las bandas, un equipo completo. Desde grupos fundacionales como los entonces ya separados Los Laxantes (integrado por varios de los músicos que luego formarían Todos Tus Muertos) y Los Baraja, a otros que recién comenzaban pero que tenían un gran futuro por delante, como Flema o Attaque 77, pasando por Rigidez Kadavérica, Conmoción Cerebral, Exeroica (banda integrada por cuatro chicas), División Autista, Defensa y Justicia, un proyecto paralelo que por entonces tenían Ciro Pertusi y Mariano Martínez de Attaque, además de los ya mencionados Comando Suicida.
Justamente eran estos últimos los que marcaban el punto conflictivo de este conjunto de artistas musical y políticamente heterodoxo. Su ideología fascista los convertía en los líderes del movimiento skinhead que en los ’80 tuvo su era dorada en la Argentina y, por lo tanto, en las ovejas negras de un compilado integrado en su mayoría por bandas de extracción anarco anticapitalista. Todas esas rispideces se volvieron concretas el 16 de diciembre de ese mismo año, cuando Fasanelli y Kolm decidieron organizar la presentación en vivo del disco en la emblemática sede de Cemento, el local que Omar Chabán tenía en la calle Estados Unidos.
Héroxs del 88 reconstruye todo eso con bastante precisión, incluyendo el clima de época, aprovechando la voz de los músicos de todas las bandas involucradas. Esa noche fue un caos en el que no solamente se vio reflejado el clásico trámite adolescente de forjar el Yo por oposición (procedimiento psicológico que en este caso tenía consecuencias concretas, adoptando la forma de batallas campales entre punkies, heavys y skines), sino que convirtió al interior de Cemento en una muestra a escala de lo que se vivía en las calles. Aunque habían pasado 5 años desde el regreso de la democracia, el aparato represor de las instituciones policiales aún contaba con una estructura poderosa basado en realización de razzias y detenciones masivas. Ser punk, heavy o skinhead en los ’80 equivalía a terminar preso incluso sin razones válidas que lo justificaran y por eso no es raro que casi todas las bandas que formaron parte de Invasión 88 tuvieran sus canciones contra la policía.
Aunque se trata de un documental clásico de cabezas parlantes enriquecido con el poco material de archivo de la época que aún se conserva (y no en muy buen estado), Héroxs del 88 es una película épica en la que su director consigue hilvanar un relato y pintar un retrato que ilustran perfectamente el espíritu no solo del proyecto de ese disco, sino de la época. Y fue realmente emocionante ver como durante las proyecciones los mismos artistas que hace 30 años se agarraban a las piñas cada vez que podían, esta vez compartían la sala y se reían con las anécdotas que unos y otros contaban. Es ese, sobre todo, el gran mérito de la película: homenajear a estos tipos que por entonces no eran más que pibes, pero que ayudaron a que muchos de sus compañeros de generación comenzaran a transitar el desafío de pensar en qué cosa es el mundo y de qué forma querían pasar por él. Salud, entonces, a los Héroxs del 88.