Es difícil exponer 72 años de trayectoria artística en un muestra. Pero lo que consigue Gyula Kosice (1924-2016). Exposición homenaje en el Museo Nacional de Bellas Artes es transmitir el espíritu de su obra. Hubo una ventaja para alcanzar esa meta: el espíritu de su obra es inconfundible; un obstáculo considerable: interpretarlo lleva un buen tiempo como para poder profundizar en él y hacerlo algo tan vivo como en su momento de origen.
Para ello el Museo, a 25 años de la última (y primera) gran retrospectiva que se había hecho de Kosice en el Bellas Artes, convocó al curador Rodrigo Alonso, y participó a familiares directos del artista. Entre ellos, a su nieto, Max Pérez Fallik, licenciado en Comunicación y coordinador de la muestra
-Más allá de de que la muestra ocurra en el mismo año de la muerte de Gyula Kosice, ¿cuál es su significado hoy?
Max Pérez Fallik: -Como primer homenaje luego de su muerte representa una especie de vista al pasado, el presente y al futuro. Una vista al pasado porque reconstruye un poco la trayectoria de Gyula, que son más de 70 años produciendo obras; al presente porque están las obras contemporáneas, obras que hacía hasta hace un par de meses, ya que nunca dejó de producir, incluso a sus 92 años; y al futuro porque estamos viendo sus proyectos, ideas y proyecciones -que no es lo mismo- en términos de utopías urbanísticas, de arte y de propuestas filosóficas, estéticas y humanas.
Hay una frase que Rodrigo destacó: Caminar sobre el filo del siglo y seguir siendo una empresa constructora del futuro. Es perfecta para ilustrar esta muestra.
Rodrigo Alonso: -Que se haga en el Bellas Artes es como hacerla en el contexto de la historia del arte. Curiosamente, por una cuestión de espacio, nos dieron unas salas que se integran al relato de la colección sobre el arte argentino: las salas de Kosice están justo al final de la década del sesenta. Es el momento, también -si bien la obra de Kosice es muy importante desde la década del 40-, de madurez y mucha plenitud, porque es el momento de la hidroescultura, su marca de autor: todo el mundo a Kosice lo reconoce por las obras de agua, luz, movimiento. Pero me parece importante porque mucha gente viene al museo, ve todo el recorrido y cuando llega a Kosice lo pone en perspectiva. Nos hubiera gustado poner más pero el gran problema de Kosice de los años 40 es encontrar obras. Algunas han desaparecido, otras están en colecciones en diferentes lugares del mundo, incluso su proyecto de la ciudad hidroespacial, que fue una de las grandes cosas por las que se lo conoce, lo compró el museo de Houston; aunque por suerte están las maquetas. A veces uno se da cuenta de la importancia de un artista por todas las vicisitudes que tienen las obras.
-Además de sus visiones de futuro, Kosice también pertenece a ese grupo de artistas que empieza a ver el arte como parte de la vida cotidiana.
RL:-Los artistas son innovadores, pero son innovadores dentro de un contexto. El artista más innovador es el que sabe ver alrededor. Las últimas obras de Kosice con leds, por ejemplo: aparece la tecnología y él la introduce. Es porque está mirando alrededor que inmediatamente le encuentra posibilidades estéticas. Él cuenta que sus primeras obras en neón vienen de mirar los carteles en la calle. Pero el neón en la calle es plano y él lo piensa en el espacio y hace una obra que es un escultura de neón, que a nadie se le había ocurrido. Uno ve la utilidad y no el aspecto plástico, visual y esa posibilidad de lo que podría llegar a ser. Kosice es un artista muy revolucionario, pero la revolución tiene mucho que ver con lo que pasa en el momento. Su obra es contemporánea a la Bauhaus, entonces él también tiene eso de que el arte no es completamente una cosa para observar, para que esté en un museo y que la gente mire; el arte tiene que tener relación con lo social. Hay algo que ellos rescataban mucho: el concepto de la invención en lugar del de creación. No es una cosa fuera de la realidad, sino inserta en la realidad pero inventiva, imaginativa dentro de lo real. Y luego un elemento que me parece básico de su obra, y ya está en el manifiesto Madí, es el tema de lo lúdico. Es un concepto que se pone muy de moda en los 60, pero que ya está escrito en los cuarenta. La ludicidad también es algo que mantuvo siempre. Los chicos por ahí son los que más exteriorizan la fascinación que les producen sus obras, pero te quedás cinco minutos en la sala y ves que los grandes también flashean. Nadie puede creer lo que está viendo. Y todo el mundo entiende ese carácter innovador, contemporáneo, lúdico. A eso hay que agregarle que todo el tiempo va incorporando cosas, nunca se queda revisando su pasado. La Bienal Kosice, por ejemplo, muestra su interés por lo que hacían los jóvenes.
-¿Por qué usan el concepto de invención en lugar del de creación, que aparece siempre más relacionado con el arte?
RA: -El Manifiesto Invencionista dice: «Ni buscar, ni encontrar, inventar.» Básicamente la pelea que tiene Kosice es con el surrealismo, con esos movimientos en los que hay creadores. La creación está más ligada al arte tradicional, burgués. En cambio la construcción, la invención está más ligada a la ciencia. Y ellos admiraban mucho la ciencia y la tecnología. El paradigma era la invención. Entienden el arte como una investigación permanente. Y creo que ahí está la clave de la obra de Kosice.
PF: -Kosice tomó su nombre de artista a los 18 años. Lo tomó de la ciudad checa en la que nació, y ese movimiento de elegir como nombre de artista a su ciudad natal, lo tomó de Da Vinci. A los diez años vio un libro de sus obras y quedó fascinado no por los frescos sino por sus investigaciones. Leonardo Da Vinci fue su maestro anacrónico. Y Gyula, según lo que él mismo contaba, es Julio en húngaro, y lo tomó por Julio Verne, que fue otro de sus grandes maestros, más que por su literatura, por su anticipación, que es otra palabra clave en Kosice. Siempre quiso anticiparse. Quería anticiparse al futuro, pautándolo. Como decía él: corrigiendo el azar. «
El perfecto desconocido
De chico, Max no fue el nieto preferido de Gyula Kosice, de quien tampoco se sabe si tuvo alguno favorito. Pero el tiempo revirtió las cosas. Tenía una relación muy lejana -recuerda-. Lo veía dos veces al año: una en su cumpleaños, otra en Año Nuevo. Y para mí era abstracto: sí, tengo un abuelo artista. Y a los 20 años empecé a trabajar con él, con boludeces. Y vi Röyi, una obra que él hizo cuando tenía 20 años. O sea a la misma edad que yo tenía en ese momento. Cuando yo aún era un pibe que todavía estaba en la facultad estudiando Comunicación, el tipo ya había cambiado la historia del arte. Eso te pone en perspectiva. A los 92 años el tipo tenía 72 años de trayectoria encima, y ningún año ocioso. Y mi abuelo contaba que Röyi se la llevó a (Joaquín) Torres García, que estaba en Uruguay. Cruzó el Río de la Plata y se la mostró. Y Torres García la miró, la midió y dijo: ‘Pero esto no está escrito en la sección áurea, ni siquiera en la serie de Fibonacci’ (una sucesión infinita de números naturales). Se la tiró para abajo. Kosice siguió adelante. Y después, en todos sus escritos, lo recontra bardeaba a Torres García, no es que se quedó en el molde. Siempre en su vida fue para adelante, nunca le tuvo miedo a nada, siempre le puso el pecho a las balas. Y creo que Röyi es muy característico de su personalidad. A mí, por momentos biográficos personales, me impactó esa obra, si bien me gusta todo lo que es hidrocinetismo. Pero Röyi me hizo poner en perspectiva al artista y su obra. Después conocí a Kosice persona.»
Algo increíble pero real
Como buen curador, Rodrigo Alonso suele desconfiar un poco de los elogios desmesurados.
Así que cuando le hablaron de un artista que en la década del ’40 había hecho esculturas de neón, desconfió. «Me parecía tan increíble que nunca creí que hubiera existido -cuenta sobre cómo se acercó a la galaxia Kosice-. La obra no existe hace rato y sólo hay una foto bastante mala en blanco y negro. Si hubiera existido alguien la habría conservado, pensaba. Pero era verdad. Después, cuando ya lo conocía, me habló de Gota de agua acunada a toda velocidad, otra obra que también me parecía increíble que estuviera hecha en la década del ’40. Gyula te decía: ¿Viste que lo que se acuna no es el agua, es el aire?; es una gota de aire la que se está moviendo. El título en realidad es mentiroso. Los títulos te llevan a ver una cosa y uno no se da cuenta de que está viendo otra. Esa cosa de la percepción, de engañarla, es muy importante en toda su obra. Te lleva a esos lugares que son como interrogantes.»