Como consecuencia de la Guerra Civil y luego de la Segunda Guerra Mundial, España pierde su lugar de «faro de la edición» castellana. Ese espacio, desde fines de la década del ’30 del siglo pasado, lo ocuparán Buenos Aires y México. Esto generará un intenso intercambio entre los países latinoamericanos de libros y autores nacidos en estas tierras. También prenderá las alarmas acerca de la tutela de la lengua.
Un estudio realizado por Laura Sesnich nos presenta las reflexiones de uno de estos alarmados. Se trata del filólogo español Amado Alonso, quien vivió en Argentina, se desempeñó como colaborador de Editorial Losada y luego dirigió el Instituto de Filología de la Universidad de Buenos Aires.
Entre los años 1935 y 1943 Alonso publicó varios artículos en el diario La Nación y en Revista Sur, en los que analizaba la situación. «El libro argentino no sabía antes salir de su casa; ahora se halla presidiendo los escaparates de toda América. ¡Qué formidable instrumento de irradiación argentina ! ¡Y qué grandes deberes para con el resto de América nos revela ese poder!», escribió Alonso.
¿De qué deberes nos habla Alonso? El filólogo sostenía, con cierto elitismo, que «la lengua de los libros es la que sostiene a la lengua hablada general», por lo tanto los libros publicados en Buenos Aires o México, que antes solo se leían en sus países y que ahora invaden el continente, empiezan a influir en la lengua, con sus modismos y sus términos locales.
Y muy preocupado por la pérdida de tutelaje de la Real Academia Española reflexionaba: «Luego si la Argentina impone sus libros en todas partes, libres de la limitación regional, y si con el intercambio y con la ventajas materiales de sus grandes casas editoras influye en el lenguaje de otros escritores, la Academia Española irá anotando en sus libros estos aportes argentinos». Porque «la continuación de España en la dirección del idioma común no sólo es históricamente justa , sino prácticamente deseable».
Don Alonso lo tenía claro: mientras España estuviese saliendo del parate producido por las guerras, Argentina y México debían cuidar la lengua, pero sólo hasta que la «Madre Patria» pudiera retomar el control. Con la promesa generosa de incluir a futuro «los aportes» realizados por estos lares a la lengua, nuevamente custodiada por sus dueños. La custodia de la lengua iba de la mano del intento de conquistar a «la masa de lectores: el libro que contaba con 200 o 400 compradores cuando venía de España tiene 5000 o diez mil ahora que sale de prensas americanas».
Qué lejos que está el ingeniero Macri de comprender que lo que está en juego con la lengua no es la facilidad de no tener que usar un traductor para los que hablarían el idioma argentino, peruano o uruguayo. Lo que esta alrededor de la lengua y su Academia es poder, soberanía y negocios. «