«No es que me haya vuelto tan productivo como César Aira», advierte Guillermo Saccomanno por teléfono, «es que por la pandemia los tres libros que escribí este año no se publicaron en las fechas previstas y salieron todos juntos, por tres editoriales distintas». De los tres, solo uno es de ficción. En Mis citas con Lao (Edulp) juega con el doble significado de la palabra cita: encuentro y mención de una frase de un autor. En este caso, ambos sentidos son simultáneos: sus encuentros con su pareja, la escritora Fernanda García Lao, se dan a través de citas de diversos autores que él le envía por mail como una forma de explicarse a través de voces de otros. Los días Trakl (Las cuarenta) es un diario de lectura de la poesía de Georg Trackl, escritor nacido en Salzburgo que vivió entre 1887 y 1914, año en que luego de haber actuado como enfermero en la batalla de Grodek durante la Primera Guerra Mundial, se suicidó con una sobredosis de cocaína. Saccomanno tomó sus poesías, escritas en alemán, cotejó minuciosamente traducciones, trató de penetrar en esa lengua desconocida para él y finalmente, destiló su poesía a través de un alambique a la vez personal y argentino. Es decir, en una operación que dio en llamar transfiguración, se armó su propio Trakl. Soy la peste (Planeta) es una novela que escribió de manera secreta, durante el aislamiento que impuso la pandemia, para conjurar la crisis que asegura tener con la ficción. En ella, un antihéroe de 16 años digno de Roberto Arlt, luego de matar a su familia, se desplaza por una ciudad arrasada por la enfermedad en la que nieva como en la Buenos Aires de El Eternauta de Oesterheld. Aunque distintos entre sí, los libros tienen un hilo invisible que los une, el sello Saccomanno que consiste, entre otras cosas, en formular siempre interrogaciones inquietantes sin esperar respuestas tranquilizadoras y en enfrentar la incertidumbre sin casco y si red con una única arma: la palabra.

Aunque en Los días Trakl hablás de tu crisis con la ficción, creo que los tres libros son una manifestación de fe ciega en la literatura, como si estuviera en el centro de tu vida. ¿Acordás con esto?

–La literatura está cruzada por la vida. En esto no hay “tu tía”. Como la vida, la literatura también te sucede porque escribís con tu cuerpo, con tu memoria, no podés evitar los conflictos sociales que te rodean, el contexto en que estás inmerso… La literatura que me interesa en esa medida, lo que no quiere decir que esté buscando referentes autobiográficos cuando leo a un autor, pero la literatura que me ha formado es la que tiene que ver con la vida. Sé que suena como algo demasiado grande y absoluto, hasta solemne, pero esto está en los pequeños gestos de lo cotidiano, en el aire que respirás, en cada resquicio de la vida diaria. En este sentido, tengo una fe ciega en la literatura, pero también tengo momentos de bloqueo y de duda que están planteados en los textos como desconfianza de la palabra, admitiendo, no obstante, que la palabra, especialmente la palabra poética, tiene un poder iluminador, revelador de situaciones, que es el lugar donde la poesía está muy relacionada con la filosofía.

–Esto queda claro en Los días Trakl cuando hablás de Wittgenstein.

–Claro, por momentos el Tractatus es una obra poética. Es que a Wittgenstein le interesaba el lenguaje, la herramienta que utilizamos para comunicar. Existe una confianza en que del otro lado de lo que estoy escribiendo hay un otro al que quiero seducir y que quiero que me seduzca. Así como uno escribe con todas sus marcas, también lee con todas ellas.

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–¿Hay algo místico en esa fe en la literatura?

–No lo sé. Los textos que leo los leo como textos sapienciales. En todo caso, si tengo alguna fe, lo mío se aproxima más a una concepción pasoliniana. Pasolini estaba atravesado por el pensamiento cristiano –y estoy hablando del cristiano y no del católico apostólico romano de la Iglesia– articulado con el marxismo. Y yo me debato en esa contradicción. Si la escritura tiene un mérito o un valor, es que lo cuestiona a uno. Lo que escribís te tiene que cuestionar y los libros que me gusta leer son los que me ponen en duda, que me incomodan, que me generan sorpresa. 

Hablemos de Mis citas con Lao. Si no supiera que Lao es el apellido de tu pareja, la escritora Fernanda García Lao, pensaría que es un autor chino, porque también te gusta lo oriental. Nuevamente aquí aparece el lugar de la literatura. Tus mails con ella son citas literarias.

–Yo tengo la dicha de tener una pareja que es escritora. Pasa algo curioso, porque en el cuello tiene un tatuaje de su nombre, Lao, en chino. Creo que estas situaciones no son azarosas. Cuando me encontraba solo en Gesell y le escribía un mail, en vez de dejarme ir por la retórica amorosa cursi del “te extraño”, los besos, las caricias y bla, bla, bla, me pareció interesante contarle lo que estaba leyendo y cómo operaba eso en la relación. El mail funciona como carta, pero también está relacionado con lo que estoy leyendo y con cómo eso incide en mi perspectiva de la relación con ella, con el mundo. De esta forma la literatura se incorpora a lo cotidiano. En este sentido, es un libro de literatura erótica, pero no de literatura «de coger» (risas), sino de Eros y Tánatos. Allí están tanto San Juan de la Cruz como Derrida, Kafka como la literatura libertina. Entran Kierkegaard y la poesía de Emily Dickinson. Creo, además, que como lector uno es la suma de sus citas, uno está constituido por esas citas. Para pasar el aislamiento por la pandemia dejé Villa Gesell y me instalé en la casa de ella. Estando en la misma casa yo continúo con las citas y continúo mandándoselas por mail cada tanto.

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–Estás dominado por la escritura.

–La escritura me sostiene. Creo que si no fuera así, no podría haber atravesado el aislamiento de la pandemia. ¿Qué hubiera hecho de no contar con la literatura? No se puede vivir pidiéndole solo a Netflix que te dé explicaciones (risas).

Respecto de Los días Trakl, ¿cómo surgió la idea de meterte con la poesía de alguien que escribió en una lengua que no conocés?

–Tenía una vieja edición bilingüe de Corregidor y encontré otra con traducción de Pablo Ascierto. Luego encontré otra más y me puse a cotejarlas. Lao me preguntó por qué no hacía un diario de esa experiencia con Trakl. Hasta ese momento yo solo anotaba en un cuadernito. Me preguntaba si usar la palabra “rojo” o “carmín”, porque no es lo mismo. ¿Atardece? o ¿anochece?, eso algo que nos preguntábamos con Antonio Dal Masetto porque son palabras diferentes, con un cromatismo distinto. Nosotros leímos a Dostoievski traducido del francés. Tardaron mucho en llegar las buenas traducciones hechas directamente del ruso. Si leíamos a Dostoieveski de segunda mano, uno se pregunta cómo es que quedábamos enganchados con esas traducciones galaicas de Sopena. Creo que cuando un texto es poderoso traspasa, sobrepasa la traducción. Lo que yo percibía era que tenía que construir mi propio Trakl. Me sorprendió saber que Antonio Gamoneda, que es un gran poeta, había hecho algo parecido con las prosas de Trakl. Yo mismo me preguntaba cómo podía ser que un poeta expresionista de principios del siglo pasado me enganchara así.

–¿Y qué te respondiste?

–Que su universo no me es ajeno. Además, en los últimos ocho años, en Gesell viví en una cabañita en el bosque, mientras antes había vivido frente al mar. El escenario de escritura influyó, hizo que me apropiara de Trakl. Además, también me pegó por esa cosa trágica que tiene la adolescencia, me conectó con el adolescente que fui cuando salí al mundo a trabajar. Creo que algo de eso pasó a Soy la peste, porque no es casual que la tapa de la novela sea una pintura de Egon Schiele. Cuando leía a Trakl pensaba en la relación con Shiele. Cuando empecé a escribir Soy la peste, me di cuenta de que era una novela de sombras que tenía que ver con su poesía.

¿Y cómo pasaste de la poesía de Trakl a la novela?

–En realidad fue un acto de contrafobia porque yo sentía que estaba bloqueado y que nunca más iba a escribir narrativa. Un día me dije que iba a escribir el libro que me hubiera gustado leer a mí cuando tenía 16 años. ¿Y qué leía yo a esa edad?

A Roberto Arlt, seguro.

–Claro, cuando iba a trabajar como cadete en una agencia de publicidad iba con Arlt. Él no era solo mi guía espiritual e ideológico para ver la ciudad al mismo tiempo seductora y hostil, era mi guía Peuser. ¿Por qué no pensar Los siete locos y Los lanzallamas como literatura expresionista?

En Soy la peste hay una alusión a El eternauta y no solo por el tema de que nieva en una ciudad como Buenos Aires, sino porque me parece que está escrita como una historieta. ¿Es así?

–Sí, ante el pánico que me producía escribir narrativa, lo hice con la actitud con la que se escribe un guión de historieta. Uno nunca sabe cómo va a seguir la historia, escribe a ciegas. La escribí en secreto, no le conté ni a Lao. El único que sabía era mi analista. Lo de la nieve en relación con El Eternauta me lo señaló él y por eso le dedico el libro. No entiendo cómo se me pudo piantar esa relación cuando con Trillo le hice el último reportaje a Oesterheld antes de su desaparición, escribí sobre él, conozco a su familia. La escribí en 40 días. Cuando la terminé se la mandé a Paula Pérez Alonso. Ella se entusiasmó y le dio manija para que saliera este año.

–En la novela conviven dos tiempos, pasado y presente.

–Sí, el troley y el jet. Pero lo que más me interesaba era que esa contradicción pasado-presente se diera a través del lenguaje, con una lengua que conjugara lo plebeyo, lo más bajo, con lo alto, que es la lengua de Arlt.

–El protagonista, además, es la contracara del héroe colectivo de El Eternauta, es un antihéroe de Arlt.

–Sí, me interesaba hacer una radiografía de un canalla, porque inevitablemente el pibe se va a convertir en un canalla en un mundo que es la intemperie total, en una ciudad arrasada. Creo, como Chomsky, que el capitalismo nos está llevando al abismo, que la política de la cultura extractiva nos está conduciendo al precipicio. Mientras escribía la novela me enteraba de que el Ártico se está descongelando, de que un iceberg que viene de la Antártida va a cubrir una isla, de que ardía todo. El pibe camina por un mundo que ya tocó fondo, que está a diez minutos del final.   

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Saccomanno en pequeñas dosis

“Se trata de citas. Le gusta esa palabra por lo que tiene de primer encuentro y suspenso, ese frenesí de las ganas contenidas. Es cierto también, a veces la distancia es aflicción y hay cuatrocientos kilómetros entre ellos. Pero si piensa fuerte, si cierra los ojos, se concentra aprieta los párpados, se concentra, ella en la playa, ella en el bosque, ella en la cama, ella ahora, en este mismo instante.” (Fragmento de Mis citas con Lao, Ed. Edulp)

“Pero también este diario de composición, como di en llamarlo, es un acto político en la medida en que pretende poner en tela de juicio los modos lineales de lectura de una crítica que escamotea la vibra del texto que se lee. El poema se lee en un contexto, me digo. Este libro, Los días Trakl, apuntes y poemas, no corresponde a la lengua germánica y su tradición, sino a la nacional. Un riego, que en vez de como método de lectura se lea como erudición exhibicionista. Como suele suceder, el libro no es el que creemos escribir, sino otro, uno que nos contradice, nos lee sin que nos apiolemos.” (Fragmento de Los día Trakl, Ed. Las cuarenta)

“Estaba empezando el invierno de mis dieciséis años y se venía la nieve cuando el mal atacó el quilombo. A mis seres queridos los sitió primero en sus cuerpos y después acorraló a cada uno en su pieza, y yo, el enfermero, los liberé de sí mismos ahorrándoles una agonía miserable. Mis padres, dos infelices que se amasijaban en cada gresca. Mi hermanito, el espástico, siempre cagado, que no paraba de berrear. La abuela loca, la fundadora del negocio, son sus delirios de princesa rusa, que dormía encerrada en el fondo del quilombo. Y mi tío, macró jubilado, que ocupaba sus días postreros de fiaca haciendo solitarios en el galponcito junto al gallinero.” (Fragmento de Soy la peste, (Ed. Planeta)