Gabriela Franco es, sin duda, una de las grandes voces de la poesía argentina. Basta con leer su último libro, En orden de aparición (Ediciones en Danza), para comprobarlo. A través de una poesía que parece destilada en el alambique de un perfumista hasta dejar sólo su esencia, logra trascender un doloroso hecho personal para convertirlo en un suceso que nos interpela a todos.
–El libro habla de una desaparición y una muerte. ¿Es autobiográfico?
–Sí, habla de mi hermano. Pero desde el primer momento esa desaparición fue también social, me trascendía. Fue una experiencia personal muy dolorosa, pero al mismo tiempo, me traía la historia al presente. Mi hermano desaparece en 2013, fue un desaparecido en democracia, y durante dos meses y medio no supimos su paradero. Había muerto en la calle y la negligencia policial y burocrática hizo que no pudiéramos dar con él en todo ese tiempo. No fue un desaparecido de la dictadura, pero desde el primer momento en que desapareció se me vino encima no sólo la historia, sino también la lengua. Decir que está desaparecido te genera una situación de confusión y por supuesto, de dolor. Es como revivir en carne propia algún aspecto de lo que se vivió en el país, pero a destiempo, sin poder evitar que la historia que vivimos cayera sobre mí.
–Eso sucede también en la lectura. Por momentos me pregunté si estabas hablando de un desaparecido de la dictadura o de algo posterior.
–Sí, cuando el libro comenzó a tener sus primeros lectores surgió esa pregunta y me di cuenta de que la palabra «desaparecido» es muy fuerte para nosotros, que tenemos un gran deseo de pensar que esa palabra está en el pasado y por eso nos cuesta pensar en una desaparición actual. Hace poco vi una película con Charlotte Rampling que se desarrolla en una playa. Ella se queda dormida y cuando se despierta, su marido ha desaparecido. Me hizo pensar que en otra geografía la desaparición no tiene el mismo sentido que aquí. Y me hizo pensar también cómo la desidia respecto de un cuerpo nos vuelve a hablar de aquello que vivimos. Me pregunto cómo en una sociedad con una herida tan grande puede haber tanta desidia con los cuerpos.
–¿Qué fue, concretamente, lo que pasó con tu hermano?
–Murió en la calle, no tenía los documentos, entonces fue trasladado a la morgue. Hicimos la denuncia luego de tres días de no saber nada de él. Nos derivaron a la División de Búsqueda de Personas de la Policía. Al finalizar la historia nos dimos cuenta de que, a pesar de haber ido a la morgue varias veces a hacer reconocimientos y de haber hecho la denuncia, la División Búsqueda de Personas había puesto una fecha equivocada de desaparición, con lo cual el ingreso de mi hermano había quedado por fuera de la búsqueda que estaban haciendo. Una vez que lo encuentran y vamos a retirar sus pertenencias que quedaron en una comisaría, nos dieron un bolso dentro del que había un cuaderno con todos nuestros teléfonos, es decir, los de todos sus hermanos, el de su hijo. Es decir que, si bien no tenía documentos, siempre habían estado ahí los elementos para identificarlo.
–¿Y por qué murió?
–Estaba bastante deteriorado, tenía varios problemas de salud. Era una persona alcohólica y tenía VIH. Nosotros lo ayudábamos como podíamos. Vivía en una casa que había sido de mi mamá. Hicimos intentos de distintos tipo de ayuda, pero estaba mal. Se ve que la mañana en que desapareció no se sintió bien, salió a la calle, se sentó en las escaleras de la iglesia de Guadalupe. Los vecinos llamaron a la policía porque había una persona que se había quedado allí. Por dos meses y medio no supimos nada.
–Supongo que es una situación muy desesperante.
–El vacío al que te expone tu imaginación sobre lo que pueda estar pasando es infinito. Cuando fuimos varias veces a la morgue a buscarlo nos dijeron cosas como que seguramente estaba en la Isla Margarita.
–También eso retrotrae a lo que vivimos en el pasado.
–Exacto. Se pone en cuestión la realidad del reclamo que estás haciendo. Nosotros no sabíamos que estaba muerto, sencillamente no estaba y no sabíamos qué podía estar pasándole. Pensábamos que, a lo mejor, había tenido algún estado de confusión y que estaba en la calle. Mis hermanos y mis primos, todo el círculo de gente que estaba al tanto de lo que pasaba, lo buscaba en la calle. En ese período fue que comencé a tomar notas para el libro. No llevé un diario en el sentido de registro, pero sí hice anotaciones muy breves que tenían que ver con cómo me resonaban algunas palabras en la historia que estaba viviendo y que se me superponía con otras historias.
–El libro es un diario de desaparición pero no de los sucesos externos, sino internos, de lo que te fue pasando por dentro.
–Sí, muchas de las anotaciones las hice en la calle mientras lo buscaba. Fui a hospitales, recorrí la zona donde vivía, pero llega un momento en que no sabés qué más hacer. Los fines de semana me iba al Fernández para ver si los que deambulaban por ahí tenían alguna información. Durante estas peregrinaciones iba escribiendo en la calle. No sabía si lo que escribía tenía algún valor porque estaba tan atravesada por el dolor de la experiencia que estaba viviendo que me parecía que lo que escribía era muy personal. Me llevó mucho tiempo mostrarlo y comenzar a creer que allí había un libro. De esto hace seis años y el núcleo de lo que es el libro fue escrito en ese momento.
–El libro tiene una gran depuración. Supongo que, como editora que sos, la edición de ese material reunido corrió por tu cuenta. ¿Cómo fue ese trabajo?
–Lo reordené muchas veces porque no estaba segura de si cada uno de esos fragmentos era un poema. A veces son sólo dos líneas, como si de pronto hubiera algo que emerge. Era lo que me pasaba en ese momento. De pronto emergía algo que era muy sintético, muy lacónico porque todo estaba rodeado de silencio absoluto. Lo que ocurre en la experiencia ocurre también en el habla. Mi hermano desaparecía en la lengua. No podía decir porque no tenía explicación. En ese trabajo fui probando muchas cosas. Sumé material que tenía en otras libretas que fui escribiendo y, en este sentido, creo que es un libro que podría seguir escribiendo toda la vida, porque lo que pasó es de esas cosas de las que no podés salirte nunca. Tanto en ese momento como en el momento que siguió, leí algunas cosas y todo me hablaba de esa experiencia.
–A veces ponés sencillamente «leí esto» y transcribís una frase de otro que se incorpora perfectamente a todo el texto o cobra sentido allí. No es meramente una cita, sino que ponés en evidencia esos momentos en que parece que la literatura habla de uno. Si no fuera por las bastardillas se podría pensar que ese texto citado es tuyo.
–Sí, y sobre eso también hubo un trabajo de edición. En una primera versión estaba la cita con su autor y las comillas y eso para mí interrumpía la lectura. Preferí eso que decís, la maravilla de que las palabras de otro digan lo que uno no puede. La cita erudita, el epígrafe, ese tipo de gestos no me molestan para nada en otros, pero a mí me dan un pudor absoluto.
–Es un gesto de buen lector, incluiste esos versos como quien subraya un párrafo.
–Sí, la vida de quienes somos lectores se va completando en las frases de otros, como si fuéramos una gran comunidad. Hay frases que nos permiten resolver situaciones y vienen de la literatura. En ese trabajo también hice una depuración de citas incluidas en un primer momento porque, pasado el tiempo, me pareció que ya no dialogaban tanto con los textos, que eran un registro testimonial de lo que había leído en aquel momento, pero que ya no eran parte de ese diálogo. Entonces se fueron y aparecieron otras. Me gustaba la trama que se armaba con mis palabras y las ajenas, y fui sacando el nombre de los autores y poniéndolos al final. Eso era algo que solía hacer Irene Gruss, de quien soy profunda admiradora. Incluso me permití hacer algunas modificaciones manteniendo las bastardillas. Por ejemplo, versifiqué alguna prosa. Por otro lado, también hubo alguna modificación de género o algún recorte que permitiera que se amoldara esa inclusión a la voz común de esos textos.
–¿Y cuándo surgió la división en cuatro partes?
–Era algo que no estaba pensado y que me sorprendió un poco cuando ya estaba terminando. En el proceso de trabajo fue apareciendo algo que no estaba calculado, pero que me parece que terminó siendo algo muy narrativo, que tiene algo de crónica. Las cuatro partes son cuatro escenas, cuatro momentos, quizá fragmentos de un poema único. De este modo solucioné un problema que me había planteado desde el principio: si no tenía que hacer una crónica. No creo que los poemas sean narrativos en sí mismos, pero sí que en conjunto cuentan una historia. Creo así también solucioné el deseo de hacer una denuncia, algo que me parecía difícil con la poesía. «
Desnudar el dolor
Dudé si debía publicar lo que había escrito. Dos grandes amigas me animaron a hacerlo. Una de ellas, además de ser poeta, es investigadora y trabaja con el testimonio fotográfico de hijos de desaparecidos. Con ella hablé de cosas que conoce bien, por ejemplo, de la desaparición como algo siempre presente, que no prescribe. Nosotros tuvimos «suerte» y lo encontramos por el carácter transitivo de la amistad: un amigo tenía un amigo que… Cuando la policía se puso a buscar en serio, lo encontró. La contraparte de eso es que sin esa ayuda no lo hubiéramos logrado. La Justicia nos trató bastante mal. Un día tenía una lectura de poemas. Fue el día en que se encontró el cuerpo de Santiago Maldonado, pero aún no había certezas de que fuera él. Camino al lugar donde iba a leer pasé por la morgue donde tantas veces fui a buscar a mi hermano y donde lo encontré. No sabía si era oportuno leer algo de lo que había escrito, pero no pude hacer otra cosa. En ese momento comencé a pensar que podía trabajar ese material pensando en hacer un libro.