A las chicas siempre les han gustado los chicos malos. Un empecinamiento milenario que los padres de todas ellas siguen sin entender hasta el día de hoy y que parece haber empezado nada menos que con Afrodita, la diosa del amor y la belleza en la mitología helénica. Resulta que esta chica amaba con locura a Ares, el dios de la guerra, o, dicho de otro modo, el más malo de los chicos malos. Y aunque fue obligada a casarse con otro tipo, nunca dejó de amarlo y tuvo cuatro hijos con él.

Dos de ellos eran los gemelos Deimos y Fobos, igual de atroces que su padre, dignas astillas de ese palo, quienes en la constelación de divinidades griegas representan respectivamente al pánico y al miedo. Del nombre del terrible Fobos deriva la palabra fobia, otra versión del temor que, psicología mediante, acabó asociada a las distintas aversiones patológicas que sufren no pocos seres humanos, bien lejos del monte Olimpo. Precisamente ese es el tema de El libro de las fobias, una iniciativa de Vinilo Editora que reúne textos de diversos autores en torno a estos trastornos de ansiedad.

Un acercamiento lúdico a las propias fobias

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En esos relatos, escritos por los autores argentinos Analía Couceyro, Maia Debowicz, Ariana Harwicz, Paula Hernández, Pablo Maurette, Santiago Llach, Esteban Schmidt y Mauro Libertella, la mexicana Brenda Lozano y la colombiana Margarita García Robayo, lo que prima es un punto de vista subjetivo. Aunque los mismos no son necesariamente autobiográficos, todos ellos intentan expresar en primera persona la angustia que provocan estas experiencias. Algunos de los textos se asemejan más a la crónica desde lo formal, como los escritos por Debowicz o Libertella, mientras que otros se leen como cuentos, expresiones puras de la ficción, como el firmado por Harwicz.

En cambio, después están los que eligen formatos más infrecuentes. El texto de Llach, por ejemplo, está planteado como si se tratara de la desgrabación de un mensaje de audio. Por su parte, el de Maurette es la transcripción pura de un diálogo entre dos personas. En lo que todos coinciden es en abordar miedos compulsivos asociados a animales, objetos o situaciones que forman parte del orden cotidiano.

García Robayo escribe sobre la fobia a la felicidad, a través de una madre que busca resolver el dilema de cómo criar a sus hijos sin condicionamientos, sabiendo que crecen en un mundo en el que solo pueden ser felices quienes niegan la realidad, los que viven encerrados en el círculo de su propio narcisismo ciego. “Mostrarse feliz es no haber observado lo suficiente”, dice.

Debowicz también utiliza la figura del círculo para tratar de definir la sensación que le provocan los aviones y la idea de volar: “El miedo es una certeza que nos protege de la incertidumbre. Un círculo pequeño dibujado con tiza en el suelo para que nos movamos apretados, de a pasos chiquitos”. Couceyro le teme al psicoanálisis y Schmidt a las reuniones de papis de la escuela; Hernández al encierro y Lozano a las ratas, ese pobre bicho condenado por consenso a generar rechazo.

Hay mucho humor en la forma en que los autores congregados en El libro de las fobias observan sus dificultades para enfrentarse a situaciones que para el resto de la humanidad suelen ser triviales. Como si en el fondo también disfrutaran de su compañía y reconocieran en esas fobias un rasgo que los identifica y los convierte en únicos y especiales. Esa forma de abrazar el defecto, de acunarlo para darle cariño, convierte a cada uno de estos textos en una carta de amor a los propios miedos. No por nada, Fobos era hijo de Afrodita: seguramente fue de ella de quién aprendió a hacerse querer así.