Segregadas de todo lugar protagónico y todo espacio de poder, la mujer también fue excluida de la Historia. Felipe Pigna reivindica en Mujeres insolentes a las valientes que desde la Conquista hasta comienzos del siglo XX, lucharon desde diferentes ámbitos, la mayor parte de las veces sin que el reconocimiento fuera acorde con su acción. Las ilustraciones de Augusto Costhanzo y el tamaño y estilo de la tipografía constituyen un atractivo especial para el lector infanto-juvenil, pero el libro admite lectores de todos las edades. Pigna promete un segundo tomo que incluirá entre muchas otras mujeres, a Evita, y a las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo.
–La esclavitud de los negros tuvo un origen económico: eran mano de obra gratuita. ¿Cuál es la razón que ha tenido históricamente la segregación de la mujer?
–La respuesta es compleja, lo cual la hace más interesante. Creo que hay un miedo ancestral a la mujer por parte del hombre. Hay un primer asombro que tiene que ver con el momento en que el hombre aún no establecía el vínculo entre el acto sexual y el nacimiento de un nuevo ser. Esto hacía aparecer a la mujer como un ser superior. De hecho, las primeras estatuillas vinculadas a la religión o a lo mítico son las venus neolíticas, con grandes senos, las grandes madres que hablan de ese asombro y de algo sobrenatural como es un ser que da vida. Cuando el hombre se da cuenta de que él también tiene que ver en el acto de la concepción, comienza a haber un empoderamiento masculino y una segregación de la mujer con la justificación de la casa, de la economía doméstica. El hombre supuso que debía dedicarse a la caza, a la provisión y que la mujer debía cuidar a los niños y permanecer en el hogar, y hogar en un sentido literal porque en las culturas neolíticas se trataba del cuidado del fuego. Creo que eso lleva a que se vaya dando una división sexual del trabajo que le permite al hombre correr a la mujer de los lugares de poder, por lo menos nominalmente, porque la mujer jamás se resigna a ese lugar. Históricamente se ve que la mujer siempre intenta mantener sus derechos.
–¿Podrías dar un ejemplo?
–Sí, un caso muy interesante es el de Grecia, donde la mujer está totalmente marginada de la política. Hay dos sectores muy importantes que no participan de la política, que están excluidos y segregados de ella, que son los esclavos y las mujeres. Sin embargo, llama mucho la atención que las más potentes obras dramáticas de la literatura griega tengan nombre de mujer: Lisístrata, Antígona y muchas más. Son nombres de mujeres que están reclamando un lugar en la sociedad y en la política. En esto es posible ver, por un lado, el perpetuo intento del hombre de correr a la mujer del poder y, por otro, el no renunciamiento de la mujer a sus derechos naturales, el constante reclamo. Estamos hablando de 2500 años atrás. Creo que hay una razón casi psicológica en el miedo a la mujer, en esta misoginia que se fue inventando: la mujer es la loca, la bruja…
–En la Edad Media el hecho de que la mujer sangrara todos los meses y no muriera hacía pensar que tenía tratos con el diablo. ¿No es así?
–Sí y hay cosas muy interesantes en el medio. Entrando en la mitología judeocristiana, Lilith fue la primera mujer de Adán. La Biblia la menciona tangencialmente. Era una mujer que había nacido del polvo junto con Adán, no de su costilla. Esa mujer le reclama a Adán la igualdad, le reclama tener los mismos derechos e incluso le cuestiona la forma de hacer el amor, que se coloque sobre ella en ese momento. Esta Lilith va a terminar siendo expulsada con Adán y se va a convertir en un demonio que va a vagar por el Mar Rojo, porque parece que la mujer no debería reclamar esa igualdad. En el caso de Eva, el pecado al que conduce a Adán es la soberbia, es decir, el no acatar a Dios. Esto tiene que ver con la curiosidad, algo parecido a lo que pasa con Pandora entre los griegos. Ella es una mujer que es enviada al hombre como castigo y que le lleva algo que hasta ese momento él no tenía que era la curiosidad. Pandora no se banca no abrir la caja, que más que una caja debió de ser un ánfora, aunque le dicen que no lo haga porque de ahí va a salir la enfermedad y la muerte. Lo que los relatos machistas ocultan y lo dice claramente la mitología es que en el fondo del ánfora queda la esperanza y que, además, tanto muerte como enfermedad son absolutamente humanas. Lo interesante en ambos casos es que la mujer trae una curiosidad que sabemos que es la madre de la filosofía, de la ciencia, que el hombre parecía no tener. Y aquí hay un punto de inflexión y es que Jesús no es misógino, incorpora a la mujer, la ve como un par, un igual. En cambio, esto no se da en el catolicismo. Ya los llamados padres de la Iglesia son muy duros con la mujer, depositan en ella el tema del deseo que lleva al hombre por mal camino, lo conduce a la lascivia. Ahí hay una literatura muy fuerte, inquisitorial, que conduce al tema de la bruja. En la Edad Media esto es muy manifiesto.
–De hecho hoy muchos hombres llaman a su mujer bruja o jabru, como si fuera algo simpático.
–Sí, llamarla «jabru», es muy común. Y aquí hay algo muy interesante. Georges Duby, que estudió mucho la Edad Media, dice que en realidad la hechicería la ejercían los hombres, pero que la acusación de brujería a la mujer era muy eficiente para el poder, tanto para el eclesiástico como para el terrenal como los señores feudales, reyes y demás.Cuando las mujeres influyentes, formadoras de opinión como las matronas, comadronas, curanderas, que eran muy queridas por la gente porque hacían el bien, les molestaban, se las sacaban de encima acusándolas de brujas y mandándolas a la hoguera. Las mujeres que ejercían la hechicería eran una minoría, pero sin embargo fueron quemadas miles acusadas de brujería.
–A las Abuelas y Madres de Plaza de Mayo se las tildó de locas.
–Sí. El poder descalifica a la mujer como bruja o como loca cuando siente que no la puede controlar.
–En tu último libro, reunís a 29 mujeres. ¿Con qué criterio hiciste la selección?
–Fue una selección difícil, pero el criterio fue la representatividad por insolencia y por época: las guerreras indígenas, las guerreras de la Independencia, las mujeres que descollaron por su valentía frente al poder, exigiendo el amor libre, las anarquistas, las socialistas, la primera médica, las primeras escritoras, las luchadoras sociales. El libro termina con Alfonsina, esta mujer tan potente, tan luchadora que fue feminista, socialista, que se enorgullecía de ser madre soltera. Por eso en poema La loba que tan bien dibuja Augusto Costhanzo, ella se autodefine como loba, no porque se sienta superior al rebaño, sino porque no quiere estar dentro de él, no quiere estar dentro de un rebaño que la repudia, que la condena, que no la comprende. En la peña del Tortoni era prácticamente la única mujer en un grupo de hombres, tal vez hubiera alguna otra como Salvadora Medina Onrubia, pero Alfonsina estaba junto a la plana mayor de la bohemia literaria en la que figuraba Borges y también Federico García Lorca cuando visitó Buenos Aires. Allí era muy querida. Era la amante o la novia de Horacio Quiroga. Cuando muere, se vende el piano del Tortoni para pagar el monumento de Mar del Plata. Esa fue una idea de Quinquela Martín, uno de los impulsores de la peña del Tortoni.
–¿La segregación femenina está relacionada con las clases sociales o es transversal?
–Está relacionada, no porque haya clases en la que no esté segregada, sino porque es segregada de distinta manera. Es decir que está relacionada y, a la vez, es transversal. En los sectores populares la división sexual del trabajo se agranda, a veces por falta de educación o por una tradición no mediada en la que no aparece lo políticamente correcto como puede aparecer en la clase media. Además, por la necesidad de satisfacer las necesidades básicas. La Iglesia que dice defender la vida y que la madre tiene que estar en el hogar, no hace nada para lograrlo. No se dan las condiciones para que esa mujer sea esposa y madre y esté en su casa. No estoy diciendo de ninguna manera que es lo que tendría que hacer, sólo marco otra contradicción de este discurso medieval de la Iglesia. La anarquista Virginia Bolten acusa a sus compañeros hombres de tener un discurso muy libertario pero seguir siendo patriarcales. El patriarcado es muy fuerte y está metido hasta en los lugares en que se habla contra él. La mujer sigue siendo vista como un ser molesto que no para de hinchar las pelotas.
–Me impresionó el caso de Juliana, la guaraní que comía tierra y plantas venenosas y hasta restos de vajilla para suicidarse, por lo que la ponen en una canasta y la elevan y en esa canasta tiene que seguir trabajando.
–Sí, la crueldad era tremenda y por eso muchas mujeres elegían el suicidio. Juliana decide tomar venganza y asesina a su violador y al sometedor de su pueblo. Muchas de estas mujeres tomaban hierbas abortivas para no traer más hijos esclavos al mundo. En 1527 en Nicaragua se da la famosa huelga de amores de la que habla Divididos. Fue una rebelión de las mujeres para pedirles a sus compañeros no tener más relaciones sexuales para no traer más hijos esclavos al mundo. En un par de años se logró bajar la natalidad. Fue un acto de resistencia increíble. En muchas de estas culturas también hubo ciertas prácticas con hierbas para evitar la concepción. El sexo era parte de la vida, no un trauma mediado por la religión. No era igual en la cultura azteca o la incaica.
–¿El aborto era una práctica corriente?
–Sí, era una práctica común. En las culturas del primer contacto se dio mucho y de manera masiva para no tener hijos esclavos. Fue propio de las culturas caribes, de las culturas de Centroamérica. También había suicidios masivos para no caer en manos de los conquistadores. Esto lo cuenta Fray Bartolomé de las Casas.
–Del que dicen que difundió una leyenda negra.
-Sí, ese es un recurso que han usado siempre los represores. Los que defienden la Conquista de América son los mismos que defienden la dictadura, los que defienden a Videla, Martínez de Hoz y compañía. «