Escribir como obstinación y destino. Escribir hasta por los codos, hasta que rebase de tinta la vida. Escribir desmesuradamente, sin respiro. Escribir dejando la propia cabeza como ofrenda. José Pablo Feinmann se abrió en un delta de muchísimos brazos. Entre islas de pensamiento navegó incesantemente, aprovechando cada segundo, sabedor de que la muerte no es un silogismo, forma parte de la vida, es el timbre de salida. Con el pensar como condición del ser, inauguró una maquinaria que solo se detuvo con su desaparición física. Pocos, muy pocos, pudieron manejarse, con seriedad y solvencia, en tan diversos registros como él. Parecía que nada le era ajeno: la filosofía, la literatura, el cine, el periodismo. Absolutamente aluvional, su pluma trepó hasta la cima de montañas escarpadas, se involucró con asuntos espinosos e indescifrables pero siempre salió airoso, porque leyéndolo ahora sabemos algo de lo que somos. Integra honrosamente un dream team de cabezas argentinas que hurgaron en los laberintos de nuestra identidad como sabuesos: Juan Bautista Alberdi, José Ingenieros, José Ramos Mejía, Ernesto Palacio, Raúl Scalabrini Ortiz, Arturo Jauretche. Ezequiel Martínez Estrada, Carlos Astrada, Rodolfo Kusch, Horacio González.
Domingo Faustino Sarmiento decía que “escribir fija las cosas”. Feinmann supo complementar aquel apotegma sarmientino, aprovechando los mass media, y podríamos parafrasear a Sarmiento diciendo que “un programa de televisión fija las cosas”. José Pablo supo aprovechar esa enorme posibilidad que ofrecía el canal Encuentro para llevar la filosofía a todos los hogares, dignificando el concepto de divulgación cultural. Recuerdo con mucho cariño, aquellos fascículos que publicaba Página/12, sobre todo los dedicados al peronismo. Fueron largos meses en los que iba siguiendo esa historia, a la que Feinmann le ponía un suspenso folletinesco, mezclando géneros: la autobiografía, la crónica de costumbres, la filosofía, la política, todo en pos de descifrar la persistencia de ese gran enigma argentino que ha sobrevivido a todas las catástrofes. Una obstinación argentina como la obra de José Pablo, donde si nos buscamos, seguro que nos encontraremos, porque allí estamos todos. Nos supo mirar.