Si algo caracteriza a Federico Jeanmaire es su voluntad de experimentación con la lengua y su capacidad para trabajar con ella como si se tratara de una materia maleable capaz de adquirir las características del personaje que la habla. Pero no se trata en absoluto de imitar modismos o estereotipos instituidos, sino de crear una forma particular de hablar, un idiolecto literario que no responde a modelos existentes, pero que a fuerza de verosimilitud termina por imponerse al lector.

Tal es el caso, por ejemplo, de Tacos altos, su novela publicada en 2016, en que una adolescente china habla un castellano fuertemente marcado por su idioma de origen sin incurrir en ninguno de los lugares comunes que en nuestra comunidad se le atribuyen a los chinos que se expresan en español.

Lo mismo sucede en su última novela, La creación de Eva (Tusquets). En ella, Maruja, quien en otro tiempo fue José María, se confiesa ante un cura de pueblo. Está desesperada por la muerte de su pareja, el doctor Milbergen, porque teme que su familia le quite todo y la deje en la calle. El discurso de Maruja constituye casi un largo monólogo con perspectiva femenina y mínimas intervenciones de su interlocutor. Jeanmaire crea un lenguaje inclusivo que no responde al uso de la «e» para los colectivos, sino al reemplazo, a veces un tanto anárquico por parte de la protagonista, de la «o» por la «a».

Quizá se trate de la primera novela argentina escrita con un lenguaje inclusivo que, además, es absolutamente literario. Por lado, la detallada narración por parte de Maruja de la cruenta operación que la convierte en mujer es un tipo de discurso poco frecuente en el campo de la ficción.

Entrar en La creación de Eva no resulta sencillo hasta que no se comprende la clave del juego que propone el autor. Resulta evidente que, también esta vez, Jeanmaire decidió asumir el riesgo de experimentar con la lengua y transitar por los caminos menos recorridos.

–¿Cuál fue el origen de esta novela?

–En marzo de 2016 fui a Barcelona a presentar Tacos altos. En ese viaje me pasaron dos cosas que tienen que ver con la novela. La primera fue que conocí un grupo que gente que se juntaba para hablar con la «e» inclusiva. Me sumé a él, no sólo para hablar con la «e», sino también para divertirme, para cenar, para hablar con una letra distinta cada noche. De Barcelona fui a Madrid y allí conocí a Helena, una mujer trans de unos 50 años de la que me hice bastante amigo. Fue CEO en España de Yves Saint Laurent siendo un hombre y continúa siéndolo como mujer. Con ella hablé mucho y entendí muchísimas cosas. Me contó de la operación que había tenido para transformarse en mujer, de lo dolorosa que había sido. Uno de los labios de la vagina le quedó hinchado durante casi un año y con un dolor muy intenso. Por eso no se quiso hacer ninguna otra operación. Aunque había tomado hormonas casi no tenía tetas y era un poco pelada. Era medio gordita y petisa y una tarde le dije en chiste que así no iba a enganchar a nadie y me contestó: «Yo no quiero enganchar a nadie, me hice mujer porque quería, porque necesitaba ser mujer». Esto, que es algo tan simple, cambió mucho mi mirada sobre la transexualidad. Cuando volví, comencé a escribir esta novela. Intenté hacerlo de mil maneras y finalmente encontré la de La creación de Eva.

–En la novela usás un lenguaje inclusivo que es una creación tuya. Cuesta entrar en ella. Es un lenguaje, además, que tiene ciertas incoherencias desde lo lingüístico como cuando Maruja dice «un ejempla» sin concordancia de género entre artículo y sustantivo. ¿Por qué?

–Cuesta entrar en la novela porque es entrar en un mundo en el que hay más «a» que «o». Yo decidí que la protagonista fuera una persona no escolarizada y que, por lo tanto, no tuviera ningún criterio para aplicar la «a». Simplemente a todo lo que termina en «o», le pone una «a». Es un criterio muy simple pero muy sincero en alguien como ella. No dice «una ejempla»  porque «un» no tiene «o». Por eso, en su idiolecto, el «un» no le molesta y por eso no necesita agregarle una «a», pero sí necesita ponerle la «a» a «ejemplo». Es un juego que pone en evidencia una situación determinada de la lengua respecto de los géneros: la «o» proveniente del varón en castellano es mucho más frecuente que la «a». El castellano  mantiene géneros de una manera jerárquica. Sé que es difícil entrar en la novela, pero que luego el lector se acostumbra porque eso es lo que me dicen todos. Aunque cueste o moleste un poco, me parece que es la forma de que una persona que no se puso a pensar mucho en nuestro sistema lingüístico se dé cuenta de que allí hay un tema del que se puede hablar y discutir.

–Pero los cambios lingüísticos no pueden imponerse por decreto. Tampoco creo que la lengua sea un «reflejo», sino que, al contrario, somos hablados por ella. Sólo podemos pensar lo que es posible decir.

–Claro, la lengua es un sistema muy arbitrario, pero creo que sí tiene lugares en los que manifiesta cierta discriminación, donde lo masculino es puesto  en una categoría jerárquica. Por ejemplo, la palabra toro en la cultura española es una palabra muy distinta de vaca que es su equivalente hembra. La lengua marca. Es muy interesane que haya surgido el lenguaje inclusivo y no creo que la gente que lo habla, en su mayoría muy joven, se afirme en eso a partir de decretarlo. Supongo que lo están luchando y los hablantes decidirán en algún momento si algo de eso queda o no. Cristina Kirchner comenzó a llamarse a sí misma «presidenta» y la palabra «presidente» no es femenina ni masculina. Pero ella ganó esa guerra y creo que hoy hasta los más derechistas dicen «presidenta». No creo que la creación de un neutro con la letra «e» tenga ninguna posibilidad de éxito, porque la lengua tiende a quedarse con lo más simple. Pero me parece que algo va a quedar. El lenguaje inclusivo utiliza una vía más para mostrar un problema y contarlo de otra manera. En un momento en que la mujer está ocupando en Occidente el lugar más protagónico de la historia, me parece que es una forma de señalar un problema y puede suceder que así como quedó «presidenta» por ahí puede quedar «chiques» o «todes». Ese algo que quede será como un hueso para un paleontólogo que dentro de muchos años, cuando se desentierre, va a mostrar que la mujer y los grupos genéricamente excluidos se expresaron a través de una modificación en la lengua.

–¿Y cómo fue escribir en este neutro inventado?

–A mí me gusta mostrar un problema a través de la lengua mientras escribo, cosa que hice en muchas otras novelas. Mi mamá, que tiene 87 años y es católica, leyó La creación de Eva y me dijo que al principio le costó la lectura pero que luego cuando veía una «a» la reemplazaba por una «o» para entender lo que leía. Eso la hizo pensar en la cantidad de «o» que hay en nuestra lengua y eso es lo que me interesa. Usamos la lengua como quien usa una toalla para secarse, pero, salvo los que nos dedicamos a eso, nunca pensamos en ella. Me parece que pensarla, ponerla en estado de extrañamiento es un lugar posible para la literatura.

¿Cómo te informaste sobre la operación que relatás en el libro?

–Mi primera información fue la charla que tuve con Helena. Luego me puse a leer. Hay un libro maravilloso de la periodista norteamericana Susan Faludi, que se llama En  el cuarto oscuro. En él cuenta la historia del padre. Es una familia judía y su padre tuvo que lidiar con los nazis en su infancia. Les hacían bajar los pantalones a los hombres para ver si estaban circuncidados. Logró huir a Estados Unidos, pero se separa de la madre de Susan y regresa a Hungría. A los 76 años decide cambiar de sexo y se hace la operación. Lo que te queda del libro es si no se habrá operado porque de chico le querían bajar los pantalones. Faludi hace varias entrevistas a personas operadas y uno puede sentir lo dolorosa que es la operación. Hay casos de gente que luego de varios años de haber cambiado de sexo, se arrepiente. Es un tema bastante nuevo. Los cambios de sexo tienen como mucho 60 años. Me tomé tanto tiempo en la novela para narrar la operación porque creo que hay algo muy fuerte en la decisión de operarse. Nadie se opera de algo que no necesita. En la operación de cambio de sexo se expresa la necesidad de ser lo que se quiere ser y eso me parece muy interesante. Creo que el mundo intenta ir hacia algo más sincero en lo que ya no interese tanto la apariencia sino lo que se es. Ya los chicos no se plantean como problema de si les gusta un varón o una mujer. El sexo ya no es tan importante como lo fue para nosotros. La novela terminó con algo que a mí me gustó mucho que es el Amen, sin acento. Creo que ahí está el nudo de la cuestión: hay que entender el amor de los demás. Estamos viviendo un momento muy interesante, que quizá no nació ahora sino en los ‘-60. Desde entonces comenzaron a transformarse de manera increíble todas las relaciones humanas. En este sentido, creo que Bolsonaro representa los últimos estertores de un mundo que se tiene que acabar sí o sí. Me parece que su posible triunfo habla más de los cambios del mundo que de una vuelta atrás.

La «a» es protagonista

Ayúdame, Días mía. Estoy sola. Y desesperada y perdida y angustiada. Y tantas cosas más, también. Milbergen se fue. No sé qué hacer.

Sí, sí.

Entienda.

Usted no es Días, es apenas el padre Jorge, un sacerdote que confiesa a las personas que de mañana se acercan hasta la iglesia para confesarse y que a la tarde da misa.

La sé.

Y también sé que Días tampoco es Días.

Pero no pueda.

Es muy larga de contar por qué Días es Días. Ni siquiera Dias, que es la que correspondería, me parece. Dias no me salía, siempre me salía Días, así que después de intentar y de intentar, la dejé como me salía. Si quiere le cuenta. Aunque la cuestión pueda llevar su buen par de horas y estoy muy apurada.

¿Está segura?

Sí, sí, no se enoje.

Ya sé que es varón: es un cura.

 (De La creación de Eva)