Cuando Eva Duarte llegó a Buenos Aires, como tantas personas jóvenes que hoy lo hacen en búsqueda de futuro, ella lo hizo como actriz. Más allá de los relatos construidos mucho después, casi siempre marcados por el machismo más recalcitrante y el anti peronismo acérrimo, su deseo era actuar y usar aquello que había aprendido desde niña para hacerse visible. Ella, que había sido una hija ocultada por su padre, que había sufrido la humillación por ser hija de una mujer soltera en una sociedad clasista y patriarcal, sabía lo que el radioteatro, el teatro y el cine representaba por entonces para la cultura popular, y como estos le permitirían ser vista y reconocida como persona.
En “La razón de mi vida” explica que esas artes aprendidas, que incluso a ella misma en algún momento le parecieron una práctica pasatista, sirvieron para expresar aquello que desde niña le preocupaba: la injusticia social. “Siempre deseaba declamar. Era como si quisiese decir siempre algo a los demás, algo grande, que yo sentía en lo más hondo de mi corazón”. La capacidad para expresarse que adquirió en ese camino hasta convertirse en una actriz fue fundamental para dar paso a la comunicación directa y sensible que tuvo con el pueblo argentino.
El trabajo como artista le permitió confirmar aquello que desde pequeña advertía. “Mi vocación artística me hizo conocer otros paisajes: dejé de ver las injusticias vulgares de todos los días y empecé a vislumbrar primero, y a conocer después, las grandes injusticias; y no solamente las vi en la ficción que representaba, sino que también en la realidad de mi nueva vida”. Y aquí el arte cumpliendo con la función de poder reflejar y problematizar las realidades.
Como actriz había llegado a protagonizar películas y realizar giras por todo el país, entonces comprendió que el lugar que se había ganado debía utilizarlo para acompañar las demandas de justicia e igualdad. Así fue que participó del grupo de artistas que se sumaron a la campaña de recolección de fondos para paliar las consecuencias del terremoto en San Juan en el año 1944. Esa decisión implicó asumir un lugar con un fuerte compromiso de impulsar acciones que ayudaran a paliar los dolores del pueblo. Con esa primera tarea pública en la que se implicó desde su lugar en la cultura, Eva Duarte se convirtió en Evita.
Una vez que se unió al Gral. Perón y asumió un lugar de liderazgo en el movimiento, Evita dejó su práctica artística, pero no dejó de pensar la cultura desde una perspectiva nacional y popular. El lugar de la cultura en su ideario se puede rastrear en el libro citado y también en muchos de sus discursos.
Una primera mirada sobre estos permite ver que para Evita el pueblo tenía derecho no solo a la igualdad económica, sino también al acceso para el disfrute de los bienes culturales. Porque la dignificación del hombre por el hombre, a la que solía aludir, requería “independizarse no sólo materialmente, sino también espiritual y culturalmente”, como proclamó en un discurso pronunciado en 1949 en la Escuela Sindical. Así como impulsaba el encuentro del pueblo con los intelectuales nacionales, proponiendo un diálogo capaz de enriquecer a ambos, reivindicaba el derecho popular al goce ante la obra artística.
A su vez planteó debates muy válidos y novedosos, especialmente en aquellos años de posguerra y de consolidación de partidos de izquierda en Europa. Para Evita el lugar de los intelectuales de nuestro país debía asumir una perspectiva local, capaz de comprender los procesos históricos propios, el modelo popular recientemente instalado y el lugar de los trabajadores en la dinámica nacional. Por ello convocaba a cuestionar los modelos académicos que abrevaban en los nuevos paradigmas, disputando el concepto de revolución inspirado en la Unión Soviética, buscando claramente la incorporación al debate por lo nacional de sectores de la intelectualidad. Muchos de los grandes artistas populares comprendieron que había en la cultura un campo central para construir nuevo sentido: la igualdad, los derechos a una vida digna y al goce y al desarrollo espiritual y personal para todas las personas independientemente de donde provienen, de su clase, de su etnia o de su género. Ellos tal vez pudieron hacerlo por su relación directa y afectiva con el pueblo, pero hubo sectores intelectuales, generalmente urbanos y universitarios, que no lograron comprender el nuevo fenómeno histórico y las particularidades del momento y el lugar. Muchos de ellos 10 años después de la muerte de Evita advirtieron su incompresión histórica y lo manifestaron.
También podemos rescatar en Evita una compresión amplia del concepto de cultura. En este sentido la dimensión del disfrute de hombres y mujeres era parte de una tríada formada por la dimensión educativa, la artística y la deportiva, componiendo una totalidad para el logro del bienestar humano, la movilidad social ascendente y de la justicia social. En tiempos donde el acceso a los bienes culturales se había vuelto complejo y concentrado en las grandes urbes, donde luego de la década infame se había promovido un saber escolástico, y se había alejado de los sectores populares la lectura y lo escénico -que migró del circo a las salas teatrales, de los folletines a los clásicos europeos -, en ese tiempo Evita incluyó al acceso a la cultura como una de las formas necesarias para concretar la tan ansiada justicia social.
Ella hizo práctica de este pensamiento y de su mirada transversal a través de las acciones de su fundación. En el gesto de regalar juguetes a niñas y niños en todo el país, de manera federal e incluyendo sin distinción de clase a quien quisiera aquel presente, tuvo algunos gestos que son notables en su carga simbólica. Uno de ellos es la muñeca negra que regalaban indistintamente desde la Fundación, haciendo visible la existencia de afro argentinos que merecían la condición de iguales con el resto de los grupos étnicos y nacionales, o la pelota de fútbol reivindicando una práctica cultural cotidiana.
La reivindicación de la identidad de las personas como tales, y de la dignidad con la que merecen vivir parece hoy natural, pero era entonces una batalla que se dio en el orden cultural, en tanto el espacio donde se debate el sentido compartido socialmente. Por eso ver en los complejos de las escuelas hogar, construidos bajo su impulso, los pupitres y las sillas, las camas y los colchones, incluso los utensilios, construidos a la medida de los más pequeños, para que cada uno se sienta reconocido como individuo, es una muestra de la concepción de la existencia de la persona con derechos en todas las etapas de la vida y con cualquier condición social. Ese reconocimiento es el que habilita a vivir la propia identidad, a reconocerse como parte de la sociedad y a entender que su voz también debe ser escuchada. A ser visible. La cultura no es solamente la expresión artística, es el campo simbólico que habilita al ser en sociedad. Y bienvenido sean los espacios que dan posibildad de que hoy lo recreamos en nuestros imaginarios como el hermoso Museo Provincial Eva Perón de Entre Ríos, donde tuve la posibilidad visitarlo varias veces, emocionándome por aquella gesta de posibilidades del ser.
Evita lo entendió y abrió ese camino, el cual incluyó también el acceso al arte y a los bienes culturales. Por eso esas mismas escuelas hogar tuvieron como espacio central en su diseño grandes auditorios que funcionaron como salones para conciertos, espectáculos escénicos y salas de cine, pero habilitadas para toda la comunidad y no solo para quienes estudiaban y vivían allí. Porque esas escuelas no eran ghettos para encerrar niños humildes, eran espacios donde se construía comunidad a través de la educación y la cultura.
En los programas del ciclo de cine artístico documental que organizaba el Ministerio de Educación a través de la Dirección General de Cultura se glosaba una frase central del ideario de Evita: “Aspiramos a que la cultura llegue a todos aquellos trabajadores de la patria que busquen un refugio espiritual o que anhelen elevar su nivel intelectual, y pondremos al alcance de ellos todos los medios que fueron sistemáticamente negados por gobiernos anteriores, que cerraron sus puertas a las masas laboriosas, tan ansiosas de cultura como de justicia”
Releer sus textos, sus discursos y su práctica política, enmarcándolas en las condiciones históricas en las que se produjo, nos permite comprender también porque las políticas económicas que destruyeron al pueblo argentino siempre estuvieron acompañadas de políticas culturales que justificaron la diferencia, la exclusión, la invisibilización de grandes sectores de la sociedad. Será promoviendo la transverzalición del bienestar de las personas más allá del buen pasar económico, recuperando el sentido amplio de la cultura y promoviendo los procesos populares, multiplicando las voces y garantizando el acceso al disfrute que desde la política cultural estaremos rindiendo el merecido homenaje a Evita, justo en estos días que conmemoramos el 70° aniversario de su fallecimiento.