Mientras avanza en su afición por deconstruir los límites entre lo real y lo ficticio intercalándose a sí mismo con una narración de sustrato documental, el español Javier Cercas se anima a recomponer el pasado más incómodo de su historia familiar en El monarca de las sombras, una novela que agita el sinsentido de las guerras y cuestiona la complacencia con que las sociedades examinan su rol en las tragedias colectivas.
La persistencia de la Guerra Civil en la literatura española es el equivalente de lo que la dictadura militar representa en las letras argentinas: ese lugar incómodo y doloroso al que los narradores vuelven una y otra vez como un detective que revisa frenéticamente la escena del crimen que antes han escudriñado otros, con igual obsesión por dar con el indicio revelador que ayude a dilucidar los móviles y, en especial, las condiciones que lo hicieron posible. En el caso de Cercas, no solo se trata de volver a la escena del «crimen» -que ya exploró en su novela Soldados de Salamina, acaso un contrapunto inevitable de este nuevo texto- sino de avanzar en las interpelaciones de su trabajo anterior, «El impostor», que a partir de la historia real de un hombre que durante 30 años se hizo pasar por sobreviviente de un campo de exterminio nazi revelaba los grados de complicidad por los cuales la sociedad española consintió una mentira semejante durante tanto tiempo. Hace más de tres décadas que el escritor venía haciéndose el distraído con la historia que constituye el centro de su nueva indagación literaria. Por el temor de descubrir acaso una verdad más atroz que la ya vergonzante adhesión de sus parientes al bando falangista que ungió en el poder a Francisco Franco, siempre había eludido contar la saga del tío favorito de su madre, Manuel Mena, un chico que a los 17 años se alistó en el ejército y dos años después murió combatiendo en la batalla del Ebro.
El monarca en las sombras surge de una intersección histórica y ficcional que recorre la corta vida del joven Mena mientras explora las propias cavilaciones de Cercas a medida que se adentra en la investigación y confluye en un impactante epílogo donde el narrador se debate sobre si decirle a su madre que el héroe oficial de la estirpe familiar no murió por la patria ni por salvar a la familia, sino «por culpa de una banda de hijos de puta que envenenaban el cerebro de los niños y los mandaban al matadero». «Tenía miedo por lo que podía descubrir. Mi familia mandaba en el pueblo y por esa época pasaron cosas horribles.
Paradójicamente, lo que encontré es menos terrible de lo que esperaba. Al final resultó que mi familia estuvo muchísimo menos implicada en el franquismo de lo que yo creía», suelta Cercas en esta entrevista con Télam, mientras apura el café del desayuno con el que intenta despejar las huellas del trajín que le ha provocado su presencia en la Feria del Libro de Buenos Aires.
– El monarca de las sombras parece una secuela inevitable de El impostor, no tanto por las semejanzas temáticas sino por la similitud entre los procedimiento narrativos y porque ambas confluyen en la idea de que «todos tenemos algo de aquello que repudiamos en los demás»…
– Es posible que El impostor me haya permitido escribir este libro porque tienen mucho que ver en algunos aspectos. Ambos se complementan porque plantean que cuando se trata de algún asunto desagradable -violencia, guerras, experiencias traumáticas- tanto desde lo individual como desde lo colectivo los seres humanos decidimos esconderlos o edulcorarlos. Eso es lo que hace en definitiva el protagonista de El impostor: inventarse una vida heroica para esconder su propia vida mediocre. Tenía muchos escrúpulos a la hora de hablar del pasado de mi familia. La gente que ha pasado por experiencias como una guerra o una dictadura se calla, pero los descendientes tenemos la obligación de saber y hurgar. Yo quise contar la historia de este chico para reflexionar sobre cómo administramos el pasado de violencia que todos cargamos.
– La obra da cuenta de una transición que arranca en el pasado con la percepción de la guerra como herramienta de cambio social hasta desembocar en una visión más contemporánea que pone el foco en la injusticia y el despojo colectivo. ¿Está en crisis la idea de la «guerra útil»?
- Así es. Esta es una novela belicosamente antibelicista. Pertenezco a la primera generación de europeos que no ha conocido una guerra entre grandes potencias. Creo que a Occidente en general se le ha olvidado lo que es la guerra. Y cuando tú olvidas el peor pasado estás preparado para repetirlo. Sobre el final le digo a mi hijo: «Tu bisabuelo conoció una guerra, tu abuelo también. Todos han sabido lo que es una guerra menos nosotros». ¿Vamos a acabar con las guerras definitivamente? Por un lado existe esa aprensión pero por el otro, ¿cómo dejar atrás ese pensamiento tan consustancial a la historia del mundo de que las guerras son útiles? Manuel Mena cuando va a combatir lo hace con la idea de que está haciendo algo útil, noble. No tengo la certeza de que hoy hayamos acabado con esa concepción. Yo no sería tan triunfalista con todos aquellos que piensan que ya no es posible una gran guerra en Europa.
– ¿Mena fue un signo de los tiempos que representa la trampa en la que cayó gran parte de una sociedad que creyó en la ilusión de un orden superador del capitalismo?
– En los 30, después de la gran crisis económica del 1929, el capitalismo se vio como algo nocivo con lo que había que acabar. Por ese entonces el desprestigio de la democracia era inmenso porque estaba asociada al capitalismo. Había que inventar un nuevo orden jerárquico. Esta idea fascinó a muchos jóvenes, que empezaron a ver a la democracia como una cosa vieja. Franco se apoya en las dictaduras fascistas de Hitler y Mussolini porque era lo que estaba de moda en ese momento. El fascismo en todas sus formas no es más que una reacción ante el miedo a la revolución igualitaria encarnada por el socialismo y el comunismo. Los fascismos adoptan ciertas formas del socialismo. Eso explica por qué asimilaron una retórica completamente anticapitalista que llevó a que tanto Hitler como Mussolini tuvieran un altísimo grado de aceptación social.
- En el libro se intenta comprender la dimensión humana del accionar del protagonista y otros jóvenes que, como él, mataron en nombre del franquismo ¿Cómo dialoga este relato con la idea de Primo Levi acerca de que «comprender es casi justificar»?
- Es muy incómodo aceptar que los malvados no son monstruos distintos de nosotros, sino que dadas las condiciones precisas podemos incurrir en cosas abyectas. La idea de la responsabilidad y la culpabilidad es fundamental en un libro como este, que habla de la herencia de la violencia. Hannah Arendt tiene razón: no somos culpables pero sí somos responsables, lo cual significa que estamos comprometidos a arreglar lo que nuestros antepasados estropearon. Me interesa encontrar qué hay de humano en los comportamientos más extremos, leer bajo esa clave a tipos como Stalin o Hitler. Ellos no son marcianos: son humanos como nosotros y por lo tanto sus masacres pueden volver a repetirse. La cuestión a entender es por qué un tipo como Hitler fascinó no sólo a su país sino a la mitad del mundo. Entender no es justificar, sino tener las herramientas para no incurrir en los mismos errores.