Antes de empezar a hablar de Essex County, la novela gráfica del canadiense Jeff Lemire, un mea culpa: los periodistas que escribimos sobre cine somos los responsables de convertir al término saga en un objeto chato, inocuo. Es por nuestra acción que esta palabra hermosa acabó sometida a un uso prosaico, el de agrupar películas no siempre memorables que desarrollan distintas historias alrededor de los mismos personajes dentro de un conjunto único. Una función que cumple mucho mejor la palabra “serie”, a la que, sin embargo, los mismos usos y costumbres periodísticos han logrado volver indivisible del popular formato televisivo.
Pero una saga es otra cosa. En su encarnación original, se trata de un conjunto de mitos, sobre todo de origen escandinavo y principalmente islandés, que dan cuenta de una epopeya heroica a partir de un personaje o un eje temático. Con el tiempo, la definición se amplió a otro tipo de epopeyas basadas en un linaje, para contar una historia familiar a través de varias generaciones. Esto último es lo que hace con exactitud Essex County.
Un novela sobre el tiempo
Publicado en una exquisita versión por la editorial Hotel de las Ideas y con mucho de autobiográfico, el volumen agrupa un conjunto de historias dispersas en el tiempo, en las que diferentes personajes se enfrentan a sus propias circunstancias, pero siempre con ese condado de Essex, en la provincia canadiense de Ontario, como escenario concreto.
Dividido en seis relatos, cada uno con sus propios protagonistas, que a veces se repiten pero en diferentes etapas de su vida, la novela recorre cien años de historia familiar, yéndose por las ramas de su árbol genealógico, evitando darle a la narración un orden lineal. De hecho, el libro admite el experimento de ser leído a lo Rayuela, modificando la experiencia del recorrido, pero sin alterar su organicidad dramática.
De esta forma, el primero de los seis capítulos está ambientado en el presente (o un pasado muy próximo), para contar la historia de Lester, un chico huérfano fanático de las historietas, que forja una amistad tierna con un hombre que casi logró convertirse en estrella del hockey sobre hielo, el deporte nacional de Canadá. En el otro extremo está la historia de la hermana Margaret, que en 1917 dirige un orfanato rural que una noche es destruido por un incendio.
Lemire se encarga de trazar varias líneas entre ambos puntos y así irá tejiendo una trama no exenta de picos dramáticos, modestas epifanías heroicas e incluso de momentos de tragedia clásica, que justifican la decisión de rotular a Essex County como una saga, en cualquiera de sus acepciones.
El territorio mítico de Essex
Pero la novela no solo da cuenta de esa Canadá real, la que se desarrolla entre los ejes de lo rural y lo urbano a través de la historia de una familia. O de los cruces que se dan entre las historias de varias familias, que es como se va construyendo un relato que eventualmente devendrá en saga. En este caso se trata de los Lebeuf, los Quenneville o los Papineau, cuyas conexiones e imbricaciones le dan forma a los múltiples destinos con los que Lemire teje la red de su libro.
La novela también convierte a Canadá en un territorio mítico en el que conviven distintas tradiciones, valiéndose no solo de elípticos saltos en el tiempo, sino de diferentes formatos. Los intercambios epistolares, los recortes periodísticos, las gestas deportivas, las historietas dentro de la historieta y hasta algunos mapas son útiles para situar la acción tanto en sus líneas cronológicas como geográficas. Es la sensibilidad de su autor la que logra ensamblar todo eso en una narración fragmentada y dispersa, que el lector deberá ir ordenando a medida que avanza en la lectura de los seis intensos y emotivos capítulos que la componen. Una obra sobrecogedora que bien podría aspirar a competir por el título de la Gran Novela Canadiense.