«En nuestro país la guitarra tiene una presencia muy importante en nuestra tradición musical y observamos que las mujeres que ejecutan este instrumento no están tan difundidas como los varones, que además son mayoría, por motivos más que nada culturales. Nosotras pretendemos mostrar que las mujeres guitarristas que interpretan, arreglan y componen para este instrumento hoy en día somos cada vez más», afirma Ana Larrubia, una de las integrantes del Espiral de mujeres guitarristas, quienes acaban de publicar su primer trabajo discográfico que tiene el mismo nombre que el grupo. Lo presentarán hoy a las 21 en Hasta Trilce, Maza 177.
El ensamble, que se formó en 2014, lleva adelante su carrera de modo autogestivo y está integrado por Andrea Zurita (Salta), Laura Zilber (Buenos Aires), Agostina Elzegbe (Olavarría), Soledad Lazarte (Salta), Ana Larrubia (Buenos Aires) y María Clara Millán (Buenos Aires), todas eximias guitarristas que llevaron adelante sus estudios en importantes conservatorios de nuestro país y del exterior.
Algunas de ellas son compositoras y otras además son cantantes, lo que le permite a la agrupación internarse en un repertorio rico en expresiones que provienen de la música popular argentina y latinoamericana de autores como Juan Quintero («A pique»), Quique Sinesi («Terruño»), Walter Heinze («Canción», «Después del tiempo», «De aquella luz») o Carlos Di Sarli («Bahía Blanca»), además de títulos propios («Adiós a los días » de Larrubia y «Aquellos días» de Olavarría de Elzegbe, esta último con la participación de Luna Monti en voz), incluidas musicalizaciones de Oliverio Girondo («Nocturnos I») y Gabriela Mistral («Creo en mi corazón») ambas a cargo de Elzegbe, las que son trabajadas con meticulosidad de orfebre en arreglos de gran sutileza.
Millán asegura que para la elección del repertorio es determinante que las conmueva la música, «y en mi caso particular que la guitarra tenga una sonoridad que me identifique. A partir de allí es que buscamos obras, algunas hacen arreglos o componen música original solista o para cuarteto o sexteto de guitarras».
El ensamble encara obras en formato de sexteto o con participaciones solistas, razón por la cual la metodología de trabajo varía de acuerdo con la obra elegida: «en el caso de los sextetos nos repartimos los roles dentro del arreglo y trabajamos más bien de forma camarística, buscando un sonido de grupo que incorporando las particularidades de cada una mute en otro organismo vivo, el grupo», comenta Millán.
En cada una de las pistas del álbum en formato de ensamble sus seis integrantes exhiben su gran capacidad como intérpretes y arregladoras, como queda demostrado por ejemplo en «Canción», «Milonga mafiosa» (Marcelo Coronel) o «Creo en mi corazón», piezas en las que el trabajo de contrapunto y armonización demuestra una pulida observación de las partituras. Del mismo modo, esta característica se observa en las intervenciones solistas, lo que promueve un llamativo recorrido por un territorio musical en el que la guitarra se erige como protagonista excluyente.
La originalidad de los arreglos y la calidad como intérpretes hacen de la propuesta del sexteto un elemento que «convoca y reúne pero buscando un constante fluir, como algo que se expande sin límite», dice Millán. Precisamente esa fue la idea de denominar a la agrupación espiral y no círculo: «fue una idea de Agostina Elzegbe», define Larrubia. «En un momento pensamos en llamarnos `Círculo de mujeres guitarristas´, pero luego nos dimos cuenta de que el término círculo nos remitía a algo cerrado. El concepto de espiral nos define como algo que está en constante movimiento, que se expande y que no se cierra en sí mismo», concluye.