-Pero es que de Corbatta ya no se acuerda nadie, por eso me resulta raro que vengas tú. Eres muy joven, ¿por qué te interesa Corbatta? -preguntó Soraya.

-Bueno, un poco porque fue uno de los ídolos de mi papá, sobre todo, porque es una historia que quería contar –le respondí sin pensar demasiado.

Hay aroma a café en la escena. A humedad tropical. Quizás a flores cercanas de jardines frondosos. Hay sorpresa en una familia que recibe al forastero que dice ser periodista, que cruzó 7000 kilómetros sólo guiado por los datos manuscritosen una vieja carta y que llega hasta ahí, al barrio Calasanz, un poblado de casas bajas en Medellín, buscado más que una historia simple, empecinado en rearmar el cristal roto de un mito; en juntar cada astilla para darle carnadura. En ese peregrinar que lo llevó por distintas geografías, Alejandro Wall compuso la melodía de un libro coral en el que se ubica, con respeto, en el atril de director de orquesta. Un narrador que entre voces que surgen del olvido, documentos amarillentos rescatados de cajas polvorientas durante lentas sesiones de hemeroteca, y entrevistas, muchas entrevistas, recompone vida y obra de un artista que regó de anécdotas, transmitidas de padre a hijo, de generación en generación, en sobremesas familiares y futboleras. Wall escribió Corbatta, el wing, la biografía de un crack, un tipo de gambeta endiablada, infancia de carencias,estatura de ídolo y destino de dolor. Un fugitivo inasible, fantasmal, Oreste Osmar Corbatta al que Wall capturó en más de 250 páginas de un texto emocional y riguroso, que es, si se quiere,una crónica de viaje por los laberintos de la historia de un hombre curtido en los márgenes, que a la vez, fue un puntero derecho emblemático del futbol nacional.

-Tomando las palabras de Soraya, y ya con el libro publicado, ¿en qué modificás aquella respuesta que diste casi sin pensar a quien fue vecina de Corbatta en Medellín?

-Todo el tiempo me fui preguntando básicamente qué estoy haciendo con este libro y por qué. En qué se modificó, creo que cuando terminé la historia sentí que de algún modo, sin ser pretencioso, había reconciliado a Corbatta con su propia historia. Había encontrado, lo había logrado encontrar a él dentro de su propia historia que es la historia del fútbol argentino. Cuando doy esa respuesta que es muy sencilla, hay un costado afectivo. Por un lado, que está la relación mía con Racing, su historia, la historia con mi viejo; y por otro lado, la historia en sí misma. Una vida llena de contradicciones, con subidas y caídas, alegrías y desgracias. Creo que tengo la sensación que finalmente rescaté a Corbatta, no del olvido, porque no fue olvidado -tiene una calle con su nombre de hecho- sino de la oscuridad en la que estaba. Era un tipo contado todo el tiempo mediante anécdotas. Pero las anécdotas no lo humanizaban. Lo convertían en eso que se puede decir que es un mito.

-¿Escribiste el libro para desmarcarlo de su propio mito?

-Casi. Es un libro contra el mito. Alejándome del mito, de la idea de todo lo que han contado. Todo el tiempo lo teníamos a Corbatta a partir de aquello que nos ha contado un padre, un abuelo, un tío, un amigo, alguien nos había hablado de él. Su historia nos impactó. Empecé a tener noción de él cuando tuve siete u ocho años, y Corbatta ya era un «yonqui» en Avellaneda que vivía prácticamente en la calle y dormía en la cancha de Racing. O lo contaban con sus grandes historias inverosímiles. Por eso juego con la idea de El Gran Pez (film de Tim Burton): el hijo que en el velorio del padre termina encontrándose con esos personajes que su padre le había contado, que existían, pero de otra manera. Acá me fui encontrando efectivamente con el personaje que nos habían contado pero traté de llevarlo a tierra, rescatarlo y ponerlo en un lugar sin que eso se agigante.

-¿Te propusiste contarlo con sus propias contradicciones, desplazando de la centralidad esa creencia de que la culpa de las desdichas siempre es de otros, muy común en el relato mítico?

-Creo que hay mucho en el fútbol, en general, de una especie de relato tanguero. Sobre todo en eso de»pobre Corbatta que todos lo dejaron sólo y lo abandonaron». Es muy difícil no sentir pena, o dolor o tristeza por como terminó. Pero ese relato lo corre de su propia responsabilidad. Y él fue víctima de sí mismo. Por supuesto que no eligió nacer en la pobreza y terminar como terminó. Pero sí tuvo amigos que intentaron ayudarlo. Decir que lo dejaron sólo es decir que no tuvo amigos y no fue así. O que la familia no estuvo cerca es verdad pero él se alejaba de ella, y no sólo de sus mujeres sino también de sus hermanas. Su relación con las mujeres ha sido en su caso un relato tanguero en clave machista: «Ellas lo arruinaron». No es así. Nadie se preocupó por saber cómo fue.

-El texto tiene una particularidad, combina la biografía con la investigación de esa propia biografía en la que te involucrás como narrador presente. ¿Por qué elegiste contarlo de esa manera?

-Es como una meta biografía. Hice sinceramente algo que no hubiese querido hacer. Cuando hablé con Antonio Santa Ana que fue el editor del libro –después trabajó Gabriela Comte-, él me dijo que tenía que contar todo eso y que tenía esta manera de hacerlo. Antonio me dio un ejemplo, que es una ficción y obviamente nada tiene que ver con mi libro: Soldados de Salamina de Javier Cercas. Cercas va buscando todo el tiempo la historia de (Rafael) Sánchez Mazas. Hubiese querido hacer una biografía tradicional pero la realidad es que todas las historias tenían tantas contradicciones, incluso en las versiones, que me iba encontrando con eso, que exponiendo yo mismo mis dudas, las contradicciones, incluso exponiendo cierta angustia en la trama al decir esto no sé cómo es, esto es una hipótesis de lo que encontré, necesariamente había que ponerle un hilo conductor de alguien buscando, y ese alguien tenía que ser el autor porque sino tendría que haber inventado un personaje inexistente. Me pareció que era mejor manera de resolverlo. Y además otro temor: si contaba la biografía de manera ortodoxa, el libro me quedaba demasiado blanco y negro. La figura ya es en blanco y negro. Y lo quería traer al presente.

-¿Por eso el libro comienza con una anécdota de 2015? Corbatta en 2015, el wing esquivo que siempre huye, el fantasma que reaparece en un padrón electoral en la provincia de Buenos Aires, cuando la investigación ya estaba bastante avanzada.

-Eso fue rarísimo. Ahí apareció lo del fantasma, como decís. Me choqué con esa historia en las redes sociales. Nada más lejano de un personaje como él que fue de radio, diario y revista, reapareciendo en Twitter. Cuando estaba por terminarlo, la trama pega un giro y reaparece en Benito Juárez y se abre todo un mambo de lo que le pasaba ahí, y a partir de eso un montón de cuestiones. Surge el tema de sus firmas, que después de tanto buscar aparece sobre el final.

-Para la investigación viajaste mucho, recorriste el interior e incluso fuiste a Colombia, ¿la historia lo demanda?

-El libro lo requería, sí… pero podría no haberlo hecho, podría haber contado lo que se sabía. El viaje a Colombia podría haberlo resuelto con conversaciones telefónicas. Pero ahí si hay una diferencia abismal al ir a buscar, casi de manera artesanal en algunos casos. A Colombia fui por la dirección en una carta y recorrí un barrio. Y en el caso de La Patagonia (General Roca) lo mismo. Para mí era fundamental viajar porque era muy importante la reconstrucción de su vida personal, que me explicaba muchas cosas. Incluso, la cancha o en su decadencia como futbolista.

-Y en esos recorridos debiste reconstruir lugares que ya no están, clubes que ya no existen…

-Un fútbol que ya no existe. Todo ese fútbol dejó de existir, incluso para bien, era una enorme desorganización…

-Ahora es otra desorganización…

-Sí, sin dudas. Pero entonces, no había ni interés de los hinchas por la Selección. Cuando convierte su gran gol Corbatta jugando con la Selección ante Chile, el estadio de Boca estaba casi vacío. Y después me encontré conque Corbatta jugó en un equipo en General Roca. Ese equipo no existe más y donde estaba la cancha hay casas. Todo se fue modificando, en sólo 40 años.

-Por lo que se aprecia de su vida, Corbatta no era un personaje interesado por lo que ocurría en el país, en la política, más allá de esos encuentros que describís con el padre Carlos Mugica que fueron puramente futbolísticos.

-No, para nada. Era un tipo que no miraba televisión, no tenía vínculo con lo que pasaba en el país. Es curioso porque el explota en el posperonismo, debuta en la Ciudad Eva Perón y que cambia de nombre (N de R: la ciudad de La Plata pasó a llamarse Eva Perón el 9 de agosto de 1952 hasta el golpe de Estado de 1955 que derrocó a Juan Perón y los golpistas volvieron a ponerle su nombre original). Tuvo relación con (Horacio) Rodríguez Larreta (padre) y con Mugica, dos figuras muy politizadas de la época, pero sin embargo él siempre estuvo absolutamente al margen de todo. Y después, durante su vuelta a Racing, el club sufre un temblor porque queda acéfalo cuando uno de sus vicepresidentes, Juan Destéfano, fue detenido desaparecido en el centro clandestino Puerto Vasco, el mismo circuito de Papel Prensa. Luego el propio Rodríguez Larreta, que era un hombre del desarrollismo, fue secuestrado durante diez días por la dictadura militar. Corbatta va recorriendo la vida política pero mirado por la ventana, desde un costado, como observando un paisaje ajeno.

-¿Cuántas veces sentiste que el fantasma se te escapa?

-Miles de veces. Cuando empecé a escribir tuve la idea de que no tenía libro. Pero lo terminé resignificando. Por ejemplo: después de buscar y buscar veo, una mañana en la Biblioteca Nacional, que está digitalizado el partido de Argentina-Chile donde convierte su gran gol… pero el gol no está. «Esto no puede ser», me dije. Sentí que no existía el libro, que sin ese gol no había libro, que no llegaba a buen puerto. Pero al contrario, los libros terminan abriendo historias. Ese gol debe estar en algún lugar. Otro momento en el que sentí que no había nada fue cuando no tenía respuestas de parte de la familia, de sus hermanas, que me cortaban. Tuve la sensación de bajar los brazos pero después surgen otras cosas.

-En un momento mencionás que diste con una grabación, una entrevista que le hicieron a Corbatta, y que te impactó su voz que si bien tenía 48 años parecía la de un anciano. Allí aparece una palabra clave: cariño. ¿Creés que es lo que buscó a lo largo de su vida?

-Probablemente, sí. Él conformó un épica de la amistad, entre los que lo conocieron no encontré a nadie que no reivindicase sugenerosidad absoluta. Él se movía en un ámbito tribal, sus amigos. Así hasta el final. Lamentablemente a los que podían haberle dado cariño,él no se acercó.

-¿Cómo es tu relación hoy con la figura de Corbatta si la comparás con la que te unía a él antes del libro?

-Uno se involucra más afectivamente con la persona. Por momentos es difícil, lo odiás…conviví cuatro años con su historia. Voy de cierta admiración en lo futbolístico a la tristeza. Haber escuchado la voz fue un momento de emoción y de mucha tristeza. Eso pasa sobre todo cuando la humanizas.

-Ya no hay mito entonces…

-A veces siento que escribí la historia de un boxeador…

-¿Le gustó a tu viejo el libro? ¿Qué te dijo?

-Primero, nada durante varias semanas. Pero la tarde en que me estaba yendo a presentar el libro a Daireaux (ciudad en la que Corbatta vivió hasta sus cinco años) me llamó para hablarme del libro por primera vez…

-¿Y?

-Le gustó. Me dijo: «Pensaba que lo vi jugar y vos que no lo viste, sabés más que yo.» «