Emilienne Malfatto nació en Francia, pero habla un perfecto castellano con acento de Colombia porque vivió bastante tiempo en ese país.  Es periodista y reportera gráfica. En 2015, la agencia France Press donde trabajaba la envió a Irak a cubrir la guerra contra el grupo Estado Islámico. Fue cronista de esa contienda durante dos años. Ese fue el comienzo de la relación entrañable que tiene con Irak, donde cosechó amigos, aprendió a hablar en árabe y donde trabaja desde hace tiempo. Y ese fue, quizá, el punto de partida de su primera y hasta ahora única  novela, Que por ti llore el Tigris que, inesperadamente para la autora, ganó nada menos que el Premio Goncourt, uno de los galardones literarios más importantes de Francia. En ella narra la historia de una chica iraquí que en la primera relación sexual queda embarazada del hombre que ama y que al día siguiente partirá a la guerra y morirá.

La vida que lleva en el vientre, paradójicamente, será su condena a muerte. Cuando su embarazo se haga evidente, su propio hermano mayor, Amir, al mando de la familia luego del fallecimiento del padre, deberá matarla para salvar el honor de la familia porque “el honor vale más que la vida”. “Entre los nuestros –dice la protagonista cuya muerte se acerca a medida que crece su vientre–, vale más una chica muerta que una madre sin casar”.

La novela, publicada en Argentina por Metalúcida, es coral. Se va construyendo a partir de las voces interiores de los miembros de la familia, cada uno de los cuales guarda silencio respecto de la muerte inminente, aunque le duela. Nadie se rebela ante ella, porque ese mandato social parece incuestionable. Estas voces se intercalan con la del Tigris, que desde tiempos inmemoriales ha sido testigo mudo de miles de conflictos y desgarros.

Sos periodista y reportera gráfica. ¿Cómo fue el paso a la ficción?

–Absolutamente involuntario. Yo no escribo ficción pero esta historia me llegó de una manera muy impulsiva, muy instintiva, como algo que tenía que salir, y salió.

–¿Pero salió de qué forma? ¿Por qué creés que “salió”?

–Por haber pasado tanto tiempo en cierta parte de Irak que es muy conservadora, muy intensa. Es en el sur, un lugar muy remoto, muy duro, un mundo aparte. Trabajo mucho allá desde hace años. Tengo amigos, gente muy cercana. Luego de haber pasado mucho tiempo allá llegó la novela. La escribí muy rápido, en cuestión de días. La primera versión fue casi la versión final. Se ve que hubo todo un proceso de gestación, pero fue inconsciente. Escribí esta novela como si alguien me la dictara.

–¿Sentís que actuaste como una especie de medium?

–Sí, exactamente.

–¿Y cómo fue ganar nada menos que el Premio Goncourt con esa novela que «salió»?

–Muy loco, muy surrealista. Fue el 4 de mayo, es decir que ya se cumplió un año. Goncourt es en Francia una palabra de mucho peso. Uno la escucha desde la escuela. Nunca en la vida se me cruzó por la cabeza ganar el Premio Goncourt. Nunca tuve ambiciones literarias. De repente llega, se vuelve una realidad, es muy loco y muy bueno, pero ya está. Recuerdo que pensé “ojalá mis abuelos estuvieran vivos como para ver que gané este premio porque estarían superorgullosos”. Es muy bueno, cambia mucho y cambia poco porque no cambia la persona que soy, ni el libro que escribí, pero de repente te ubica en una categoría muy distinta, te da legitimidad ante la mirada de los demás. Hay gente que te dice “oh, ganaste el Goncourt”. Es eso, es como si fueras más legítima.

Quizá te sirva también en los medios para los que trabajás. Dijiste en una entrevista que los periodistas free-lance como vos reciben un muy mal trato.

–Sí. Recibimos un super mal trato. Tengo muchos amigos que son periodistas, fotógrafos y todos somos maltratados. La excepción es que te traten bien. Hay una gran falta de respeto. Un amigo mío me decía que ya no aguanta el maltrato permanente de redacciones que no tienen ni la mínima cortesía. A mí me ha tocado también tener suerte algunas veces y estar con editores y jefes de redacción que tratan bien, que dan oportunidades, pero no es lo más común.  Se trata de simples actitudes de respeto, de contestar un correo. Cuando estaba cubriendo la guerra en el norte de Irak contra el Estado Islámico, yo colaboraba con varios medios. Recuerdo muy bien que en esa época tenía Internet en mi casa pero no en la calle. Entonces, cada vez que mandaba un correo, pedía por favor que, si había una emergencia me llamaran por teléfono. Lo recalcaba en negritas. Nunca me llamaron. No sé cuántas veces llegué a mi casa y encontré como cinco correos urgentes, para contestar en el momento, porque no se tomaban la molestia de leer el correo hasta el final. Entonces, perdía una oportunidad, ya la página había cerrado. Preguntaba por qué no me habían llamado y me contestaban que no habían leído bien el correo. Esas son cosas básicas de respeto. Es algo de baja intensidad, pero es maltrato.  No es de todos los medios, no quiero ser ingrata, pero es algo bastante general.

–¿Definirías tu novela como una novela de cámara? Está hecha sobre la base de voces muy íntimas. ¿La historia surge de alguien que conociste?

–No, no conozco a ninguna chica a la que hayan matado por estar embarazada, pero sí surge de mi experiencia iraquí, de haber estado con amigos, con gente en esa sociedad tan particular. Pero como te dije, no la concebí, no hice nada, fue como expulsar algo. No hubo reflexión, por lo menos reflexión consciente sobre lo que quería escribir. La novela está ambientada en Irak porque es el país donde trabajo mucho, conozco, y porque nació allí, pero la violencia contra las mujeres, el querer ejercer un control sobre sus cuerpos, las situaciones de violencia extremas suceden en todo el mundo. No es algo específico del Irak, del Islam o del mundo árabe. Aquí, en Europa y en todas partes hay femicidios. No quiero que la gente utilice la novela para decir «qué mal está la situación de la mujer en Irak» y «qué bien está en otras partes». No. El patriarcado es una plaga que está en todas partes.

–Quizá haya matices.

–Yo en Irak ando sola, hago todo sola. Quizá sea diferente con las mujeres turistas, no lo sé.

–¿No te miran como una extraña?

–No. Yo hablo muy bien árabe. Entonces, cuando llego a un aeropuerto me preguntan si soy iraquí, si soy siria, si soy libanesa… Es como en cualquier parte. Igual que si aquí llega una persona vestida de manera muy distinta, la van a mirar, pero eso es algo normal. No es algo específico del mundo árabe o musulmán.

Se da en la mayor parte del mundo. Pero no en todos los países hoy se mata a una mujer por haber quedado embarazada sin estar casada.

–Bueno, en Italia hasta 1981 en el código penal estaba el concepto de crimen de honor. Un crimen de honor supone, por ejemplo, matar a una mujer porque su honor está “tachado”, porque si estaba embarazada eso probaba que no era virgen. Italia no es un país musulmán, está en Europa, muy cerca de nosotros. Lo que pasa es que es muy fácil y muy cómodo para los occidentales, para los europeos, señalar con el dedo y decir qué mal está la situación allí, qué horribles esos musulmanes que cubren a sus mujeres. Es muy fácil buscar un chivo expiatorio y quedar en blanco diciendo que ellos son los malos y nosotros, los buenos. Se mata a una mujer porque se considera que su cuerpo no le pertenece a ella, sino al hombre. Y esto sucede en todas partes. Por ejemplo, cuando una mujer quiere terminar la relación con un hombre y él comete un feminicidio, en definitiva es el mismo concepto: tu cuerpo me pertenece, tu honor me pertenece y si te quiero matar, te mato.

Foto: Copyright Raqaye Kadhem

Aquí la posición de los antiabortistas también tiene que ver con considerar que el cuerpo de la mujer no le pertenece a ella.

–Totalmente. Y eso sucedió hace muy poco. La prohibición era como decir: “Si no quieres tener un bebé, lo tienes que tener igual, no puedes ir sobre tu cuerpo”. Hay matices, claro. Matar a una mujer porque está embarazada es un extremo, pero finalmente son matices de una misma dinámica que es el control sobre el cuerpo femenino. A una mujer se le dice en determinados lugares que se cubra el cuerpo, o que si se cubre el pelo es yihadista. En otros, que no se ponga minifalda porque es de puta o que se depile las piernas. Siempre tienes a alguien opinando sobre el cuerpo de las mujeres.

–Aquí se va hacia un cambio de esos criterios. No sé si ese proceso se da también en Irak u otros países árabes.

–Hay que tener en cuenta que Irak lleva 40 años en guerra y es muy complicado, cuando vives en una situación de violencia, de invasión extranjera y de guerra civil, poder desarrollar teorías feministas.

–¿El pelo es considerado un atributo provocativo y por eso hay que cubrirlo?

–Claro. Pero en la época de mi abuela las mujeres se cubrían el pelo para ir a la iglesia. En España se cubrían con una mantilla. Aquí, en el barrio de Once, ves ciertas mujeres judías que se cubren el cabello. Todas las religiones, no sé por qué, tienen algo con el pelo de las mujeres. Las monjas mismas también se lo cubren. Es algo muy común que se fue volviendo menos común en el cristianismo y el judaísmo, salvo en mujeres muy religiosas, pero es interesante que eso se dé en diversas culturas. En Francia hubo todo un debate político sobre el uso del velo. Siempre los hombres están opinando si estamos muy tapadas o muy poco tapadas. Si es por mucho o por poco, siempre nos están jodiendo. Creo que es hora de que nos dejen un poco en paz. Somos sujetos de derecho, inteligentes, y se supone que deberíamos poder hacer lo que queremos.  «

“Las serpientes vendrán por ti”

Escribiste un libro sobre la matanza de líderes sociales en Colombia, Les serpents viendront pour toi. ¿Cuál fue su origen y por qué te centraste sobre una mujer?

–En 2016 hubo un acuerdo de paz entre Juan Manuel Santos y la guerrilla de las FARC. Luego circuló el cuentito de que en Colombia estaba todo bien, parecía una novela de García Márquez, “aquí no ha habido muertos”. Pero el Estado no cumplió con su rol. Las FARC se movieron a otros territorios y el Estado colombiano, que nunca llegó a los márgenes del país, no llegó a llegó a ellos. Hubo un desmadre de determinados grupos armados y se comenzó a asesinar a líderes sociales de una manera literalmente exponencial. Es un tema que a mí me interesa mucho, es muy sintomático de lo que pasa en Colombia. Un editor me preguntó si quería escribir un libro sobre algún tema que me interesara y yo le propuse este. Creo que las cifras, las estadísticas, no sirven. Si se dice que mataron a 350 es solo un número, los muertos son anónimos.

Entonces rastreé un solo caso, para que fuera una historia muy encarnada, para ponerle cara, cuerpo y corazón. Investigué el caso de Maritza Quiróz Leiva. La mataron el 5 de enero de 2019 en una finca de Sierra Nevada, en Santa Marta. Su historia es muy colombiana. En ella entra toda la historia del país.