De ese modo lo llamé desde el principio. Así se lo presenté a cada entrevistado, a quienes agradezco mucho haber aceptado charlar y pensar acerca del momento actual del periodismo argentino. Frente a ellos me senté —lapicera y cuaderno en mano, porque no grabo; corazón y oídos atentos— durante un año y medio para confrontar una idea, al menos inquietante, que decidí poner a examen y debatir en cada una de las charlas.
La hipótesis central de este trabajo fue, desde siempre, mi percepción personal acerca de un momento de baja —y en ocasiones muy baja— creatividad, calidad e intensidad del periodismo argentino en todos sus géneros. A este actual estado de situación contribuyen varios factores: un momento de dramática transición que atraviesan los medios aquí y en el resto del mundo; consistente en la puja entre el modelo analógico que jadea por todos lados pero es el que, más mal que bien, aún genera beneficios económicos; y el nuevo modelo digital que nos aporta una fascinante promesa diaria, pero al que ni siquiera los medios más establecidos del resto del mundo le encontraron una respuesta de sustentabilidad adecuada.
Lo cierto es que de la mano de dispositivos, aplicaciones y multiplicidad de pantallas, el edificio convencional de los medios -el que conocimos, donde aprendimos y nos desarrollamos— es complejo de reconocer y de habitar.
Como en muchos otros rubros, esta etapa contradictoria se expresa en Argentina de modo “salvaje”. Por un lado, a todos los medios los afecta y empequeñece un proceso de precarización que no para, y cuyo arranque sitúo en 1998 con la debacle del primer diario Perfil. Debacle que generó, y lo sigue haciendo, la cancelación de proyectos e iniciativas valiosas y, peor aún, lo más difícil de recuperar, la disminución de salarios y pérdida de puestos laborales. A esto se le suma la acción tóxica de un empresariado de medios básicamente movilizado por la posibilidad de hacer negocios rápidos, no solo para acrecentar fortunas sino para discutir poder y probar influencia política. Estas observaciones van acompañadas de otras, como la firme convicción de que solo los periodistas jóvenes o de generaciones recientes podrán corrernos de tal lugar de desdicha. No se trata de una fácil ofrenda al juvenilismo imperante. Que los periodistas de la actualidad -los de la información, los de la narración, los de Internet y las redes- son los que defienden los “trapos” del mejor periodismo es algo que vengo pensando hace bastante tiempo. Cerca del cierre de este libro, sucedió un hecho que, ante mis ojos y mi entendimiento, confirmó esta presunción: la notable investigación del joven Juan Amorín sobre las irregulares contribuciones a la campaña electoral de la coalición gobernante. Investigación que pudo realizar desde una FM barrial y un sitio periodístico todavía en desarrollo. O sea, sin un gran equipo detrás, con recursos tan artesanales como originales y en un marco de humildad generalizada y asumida, su gran cobertura le pasó por encima a las limitaciones.
Comencé a hacer este libro en el verano de 2017 (…). El primer entrevistado fue Iván Schargrodsky en enero de 2017; el último fue Juan Amorín en septiembre de 2018. Finalmente, y aunque mi propósito era eludir la superstición de los números redondos a los que tanto afecto les tenemos los periodistas, la nómina se detuvo en el 35. Pero con esta advertencia: la lista de entrevistados podría haber sido diez veces mayor.
Prueba de ello es lo que generó una de las preguntas: se solicitó a los entrevistados que mencionaran a colegas de su misma generación (con una tolerancia de unos pocos años más o menos) cuyos trabajos les hubieran resultado estimulantes y merecedores de ser destacados. En lugar aparte —y no como estadística banal, sino también como valioso reconocimiento— se podrán leer los nombres de los que fueron mencionados. Eso me renueva la confianza para que en un futuro no tan lejano el periodismo argentino recupere brillo y solidez, sentido y pertinencia.
En todos los casos, los encuentros con estos jóvenes —a muchos de los cuales no conocía personalmente— tuvieron un saludable clima ideológico, ya que cada parte expresó sus consideraciones y dudas con completa libertad.(…)
Apunto además que me siento deudor de dos libros recientes, magníficos, acerca del estado del periodismo, que me inspiraron y renovaron mis ganas: Pensar el periodismo de Sebastián Lacunza y El fin del periodismo de Luciano Di Vito y Jorge Bernardes. Reconozco con alegría que este es el libro que quería hacer en este momento y que, hoy y aquí, justifica, interpreta y expresa mis cincuenta y cinco años en el oficio, que siempre estuvieron caracterizados por la necesidad de aprender algo más.
Finalmente, las regalías que genere esta publicación tienen como destino a La Garganta Poderosa. Es una pequeña contribución a otra forma de hacer periodismo.
Epílogo
Hace unos años, el Papa argentino y futbolero le pasó un santo y seña a unos jóvenes: me parece que fue en 2015 frente a la costanera de Asunción en Paraguay aunque también lo volvió a tirar como consigna frente a otros jóvenes creyentes brasileños. La frase era “Hagan lío”. La invitación conmovió al hiperconservador edificio vaticano y, como era de esperar, desde entonces nada cambió demasiado.
Aprovecho las líneas finales de este libro para parafrasear el dicho de Francisco: “Armen quilombo”. Eso, allí donde vayan, armen sus buenos quilombitos porque, estoy seguro que en tiempos como los que corren —y vaya si nos corren— agitar un poco es lo único que vale la pena y es lo que los convertirá en inolvidables y también en vanguardia.Para este momento aciago del periodismo, el quilombo consiste en aportarle cosas tan simples, queribles y difíciles como:
* Mirar con amor al oficio.
* Renovar los formatos: si hacés televisión, apartarte del panelismo; si trabajás en radio, rajarle al magacín; si laburás en impreso, resistirle a la afirmación de que ya nadie lee en papel y si tu medio es digital, aceptar que las posibilidades son fabulosas pero también admitir que las redes sociales no lo resuelven todo.
* Pensar en grande y con generosidad.
* Seguir avanzando a pesar de las enormes y abrumadoras limitaciones.
* Probar permanentemente y tomar riesgos.
* Buscar el SÍ. El NO ya se les convirtió en algo familiar.
* Hacer, primero hacer. Y después, si resulta necesario, pedir disculpas.
* Ustedes —me refiero a los que respondieron a los cuestionarios y también a los muchos que fueron mencionados por sus colegas—, seguro que no necesitan de estatutos ni tampoco de mandatos. Deben saber cómo hacerlo. Sé que son chicas y chicos formados, curiosos, inquietos, actualizados, titulados, autores de millares de páginas publicadas en medios y libros. Mucha suerte en todo lo que inicien y mi enorme agradecimiento por haber compartido estos momentos de reflexión. «