Me lo contó “con pelos y señales”. Lo que “me decís me importa un pito”. Nos quedaremos “hasta que las velas no ardan”. A diario decimos frases hechas como éstas. Entendemos su significado, pero ignoramos su origen. Lo mismo sucede con las llamadas “malas palabras”. Decimos de alguien que es un “boludo” o un “bufarrón” creyendo que su origen es obvio, aunque, en realidad, no lo es. A todos estos temas se refiere Charlie López en su libro De dónde vienen las frases y palabras de nuestro lenguaje cotidiano en el que revela las historias escondidas detrás del habla coloquial.
“El estudio de los dichos, los refranes, los proverbios y las frases hechas permite tender un maravilloso puente entre el lenguaje que usamos a diario y la historia y las costumbres de la época que les dieron origen” dice en el prólogo. Y aclara más adelante: “En la segunda parte de esta obra a bordo de manera explícita el significado y origen de las llamadas `malas palabras`, una temática a la que por vergüenza o decoro fui remiso durante años. (…) Las “malas palabras”, todas directa o indirectamente se relacionan con el cuerpo, sus secreciones y el sexo, porque expresan sin pudor ni hipocresía lo que no se debe decir en público por temor a despertar imágenes recuerdos o pasiones prohibidas que la sociedad o nuestra moral pretenden ignorar.” (…)”Las de orden escatológico, interesantes por cierto, merecen un capítulo aparte”
Palabras, palabras, palabras
Una de las frases más difundidas y graciosas que aluden a una fantasía sexual es el salto del tigre, que remite a un “hombre que se lanza desde cierta altura (aproximadamente desde un ropero) con el pene erecto hacia una cama donde lo aguarda una mujer con las piernas abiertas, lista para penetrarla.” Aunque la imagen pueda parecernos muy grosera, su origen hay que buscarlo en Shakespeare. López consigna que la frase fue acuñada a fines del siglo XIX por el actor español Miguel Pigrau durante la representación de una versión libre de Otelo. Mientras este actor saltaba sobre el personaje de Desdémona para asesinarla profirió un rugido estrepitoso. En declaraciones posteriores llamó a la escena “el salto del tigre”. Más tarde, en 1915, el dramaturgo Santiago Rusiñol incluyó la frase en el vodevil El señor José engaña a su esposa. En él, dos amigos van a un prostíbulo y uno le recomienda al otro que haga “el salto del tigre”. La expresión que nació en el teatro, hoy es usada en nuestro escenario cotidiano.
La expresión vulgar “echarse un polvo” tiene su origen en los salones de la burguesía y la aristrocracia. En los siglos XVIII y XIX burgueses y aristócratas aspiraban polvo de tabaco, al que llamaban rapé. Como les provocaba sonoros estornudos, se disculpaban con los presentes por ir a otro cuarto a aspirar ese polvo. Su significado actual nace cuando la expresión comenzó a usarse como eufemismo que aludía a la necesidad de ausentarse para tener un encuentro sexual fugaz: “Permiso, nos vamos a echar un polvo”, consigna López, era la excusa habitual de quienes necesitaban intimidad.
La expresión “hasta que las velas no ardan” no remite, en apariencia, a nada relacionado con el sexo. Sin embargo, no es así. En épocas en que no existía la luz eléctrica, muchas reuniones sociales se daban por terminadas cuando las velas se apagaban. En los prostíbulos las velas eran una forma de establecer el precio que un cliente pagaba. Se vendían velas de diferentes tamaños y se podía adquirir también más de una. El turno del cliente terminaba, precisamente, cuando la o las velas que había pagado terminaban de arder.
La frase hecha tirar la chancleta también se habría originado en los prostíbulos de principios del siglo XX. Las prostitutas salían al hall o al patio para convocar a su cliente con bata y chancletas. Pero al entrar al cuarto se descalzaban y dejaban las chancletas en la puerta como señal de que no se podía entrar porque estaba trabajando.
Una teoría muy difundida dice que las palabras boludo y pelotudo nace de la costumbre de considerar como tontos e idiotas a quienes tienen los testículos grandes. Pero una segunda teoría establece que se llamaban de ese modo a los gauchos que, durante las guerras por la independencia mataban españoles con piedras y boleadoras. En la primera línea iban los gauchos con piedras grandes como pelotas con las que golpeaban el pecho de los caballos desmontando al jinete. Luego, llegaban los boludos, es decir, los que llevaban boleadoras y se encargaban de ultimar al caído.
La expresión con pelos y señales, utilizada para aludir a una narración o descripción minuciosa tiene origen policial. Se basa en los interrogatorios que se les hacen a los testigos en los que se les pide que describan el tipo y color de pelo del sospechoso y también si tienen cicatrices u otras marcas que permitan su identificación.
Lluvia dorada, frase hecha designada para nombrar la parafilia que consiste en orinar o ser orinado por la pareja, tiene su origen en la mitología griega. A Acrisio, rey de Argos, un oráculo le había anticipado que sería asesinado por su futuro nieto. Para evitar que el vaticinio se cumpliera, encerró a su hija, la princesa Dánae, en una jaula de bronce. De esta forma, no podría tener descendencia. Pero Zeus, se las ingenió para lograr su cometido y embarazó a la joven cayendo sobe ella en forma de lluvia dorada. El fruto de la unión de Dánae con Zeus, fue Perseo, quien de mayor mató accidentalmente a Acrisio, con lo que el vaticinio se cumplió.
Éstas y muchas otras frases y palabras muestran su partida de nacimiento en el libro de Charlie López, desde pagar derecho de piso a ser un gorila. También se consignan en él algunas curiosidades como el posible origen de la palabra condón, la existencia de un museo del pene, un concurso de vaginas o cuál es el origen del Día Internacional del Beso. De esta forma ratifica que cada vez que decimos algo es la Historia la que habla en nosotros.