Existe (¿existe?) un libro llamado Delito americano. Viene escribiéndose desde tiempos inmemoriales y se rumorea que su final no ha sido, todavía, puesto en palabras. Aun así, bastó con que fragmentos de ese tapiz circulasen por las catacumbas para que el libro adquiriese dimensiones míticas. Es fácil entender por qué. Con hincarle el diente a unos pocos párrafos se comprende que a) no se parece a nada que haya sido escrito aquí, b) perturba profundamente. Su narración se transmite en una frecuencia distinta de las de las ficciones que solemos hojear. De observar una lógica, abraza aquella de la alucinación; y su estructura es fragmentaria o incluso por qué no- fractal. Este deliberado escape de la linealidad trae a la mente un consejo del Viejo Tío Bill (Burroughs): leer sus viñetas en cualquier orden no sólo es posible, sino recomendable. O para ponerlo en los términos que propugnaba otro viejo eterno, Macedonio Fernández: Al lector salteado me acojo.
Así comienza el prólogo que el escritor Marcelo Figueras escribió para Delito Americano(Sudamericana) (aunque su nombre completo es en realidad Escenas del delito Americano), el primer libro del Indio Solari que, sin embargo, hace tiempo que se dedica a la literatura como bien lo evidencian las letras que escribió para los Redondos o para él como solista. Hace tiempo, además, que viene escribiendo Delito Americano, una historia de la que el libro publicado muestra sólo unas escenas.
Se trata de esos volúmenes que, por su tamaño poco convencional, siempre resulta difícil guardar en la biblioteca que no está pensada para libros altos y tiene magníficos dibujos, la mayor parte de las veces secuenciales, de Pablo Guillermo Serafín, quien nació en Las Pipinas, Punta Indio y actualmente vive en General Roca, Río Negro. La secuenciación y el scrit pertenecen Santellan. Sin embargo, su carácter secuencial no lo inscribe dentro del comic en el sentido más estricto del término, ya que en muy pocos casos el cuadrito incluye un texto. La editorial lo describe como una historieta con dibujos del artista Serafín que recrea parte de Delito americano, la novela distópica, aún inconclusa, mítica para sus seguidores, que el Indio Solari lleva años escribiendo. De todos modos no importan tanto las clasificaciones no sólo porque vivimos en un momento en que éstas han perdido contundencia sino porque todo buen texto es por naturaleza inclasificable.
Por momentos el dibujo ocupa toda una página y se fragmenta en la siguiente y el texto lo precede o se mezcla con él en diferentes formas. De esta manera el dibujo, aunque totalmente ligado a la narración, gana cierta independencia, no se subordina a cada frase sino que dialoga en contrapunto con el texto. Ambas expresiones se amalgaman para contar la historia de El Peregrino, quien llega a una casa de salud que dirige Semasendhi. En ella, un grupo de freaks notables de los 70 espera que éste los cure de las heridas del combate que llevaron a cabo contra el sistema.
El Indio habla de libro de esta forma: Con El delito americano invito a un juego sintáctico y gramatical que oculta con ambigüedades a eso me dedico- el objetivo de enfrentar al lector con el sentido de un futuro atomizado y cruel, en el cual la ciencia ha dejado de robarle tiempo a la eternidad. Las palabras que los describen flotan en libertad enfocando aquí y allá un mundo desarticulado y sin pretender la subversión ni el sabotaje del lenguaje reflexivo; más bien suspiran por esa posibilidad. Esta aventura psicotomimética forma parte de un cuerpo mayor que quizá mi pereza y un interés ajeno a mí me permitan algún día sacar a la luz. Según lo consigna Figueras, el texto del Indio le lleva 40 años de ventaja a la remozada moda de las distopías
Como sucede con El Eternauta, el texto admite o estimula una lectura en clave política aunque por su riqueza no se reduzca a eso. El futuro que plantea la historia está cargado de pasado y de presente o quizá esta interrelación de tiempos sea una inevitable percepción del lector que, al apropiarse de las palabras del autor no podrá dejar de ver en ellas algo de la propia historia de su país.
Dicen que para muestra basta un botón y el siguiente fragmento es una muestra significativa no sólo de las asociaciones que promueve el texto, sino también del talento literario del Indio: Luego de la hecatombe, pasearemos entre las sepulturas de todas las teorías y escucharemos melosos oradores que afirmarán que la Tierra ha vuelto a ser el centro del Universo. Danzaremos como monos embusteros. Monos mentirosos que tragarán, una vez más, golosinas que son un fraude. Pastelitos de ficción que se disuelven rápidamente. ¿Acaso el futuro no ha llegado ya? ¿No se ha producido la hecatombe? ¿No nos dan de comer todos los días pastelitos de ficción? Al menos el libro no advierte en ningún lado que cualquier parecido con la vida real sea mera coincidencia.