«Vivo en Italia desde hace 20 años, pero recuerdo con toda claridad mis primeros meses en el país, tras mi llegada a Milán. Entendía y hablaba ya el italiano sin dificultad, pero cada dos por tres mi autoestima sufría un durísimo golpe. (…) de pronto, dejaba de seguir la conversación. ¿Qué se me había escapado? Era que de pronto, sin previo aviso, los demás se habían puesto a hablar apasionadamente de cómo cocinar las setas o de cierto estupendo aceite de oliva extra virgen que producía algún conocido. (…) A diferencia de un intelectual inglés o ruso, que piensa que conversar en exceso sobre comida rebaja el nivel de la conversación y evita el tema, el italiano se recrea en él con visible fruición…» Así comienza Por qué a los italianos les gusta hablar de comida, de Elena Kostioukovitch, traductora al ruso de las novelas de Umberto Eco y una profunda conocedora de la cultura italiana.
-¿Por qué si naciste en Rusia escribiste un libro sobre comida italiana?
-Desde hace 300 años, para Rusia, Italia ha sido un símbolo importante. Me di cuenta de que trabajando sobre Italia y su comida me metía en un mundo maravilloso que me gusta mucho y que, además, aportó un tema de gran interés para el país en el que publico el libro. No me resultó fácil estudiar el italiano en un país como Rusia en que esa lengua se enseña muy poco. Intentar llegar al grupo de italiano en la universidad parecía una locura. Finalmente, cuando logré entrar en este grupo de cinco personas por un concurso que se hacía una vez cada cinco años entendí que el resto de mi vida iba a ser más fácil (risas).
-¿Cómo entró Umberto Eco en tu vida?
-Lo conocí cuando aún no sabía que sería la traductora de El nombre de la rosa y de sus otras novelas al ruso. Sólo sabía que era un semiólogo, un filósofo, un profesor cuyas obras debía estudiar en la universidad. El nombre de la rosa figuraba en la Unión Soviética en un índex de libros prohibidos porque mencionaba en algún momento la invasión a Praga, por lo que en mi país no se podía leer. Yo quise acceder a ese libro prohibido y obtuve un permiso para hacerlo. Lo curioso es que ese libro habla de un espacio prohibido donde hay libros prohibidos. La situación me hace recordar a la típica matrioska, una muñeca dentro de otra muñeca que a su vez está dentro de otra muñeca. Comencé a traducirlo sin tener contacto con ningún editor. La tarea me insumió dos años. Luego sucedió un milagro, con Gorbachov el libro de Eco se transformó en un ícono de la revolución cultural. De pronto comenzaron a venderse los ejemplares por millones. Me telefoneó entonces un asistente de Eco. Me dijo que estaba enterado de que en Rusia había una joven traductora que había traducido El nombre de la rosa y que querían que fuera a Italia. Yo no tenía pasaporte por el tema de la censura que había habido, pero también en esto Gorbachov cambió las cosas y finalmente me dieron el pasaporte, viajé a Italia y conocí a Eco en persona. Fue algo maravilloso, espléndido.
-Desde entonces te convertiste en la traductora de sus novelas.
-Sí, de sus novelas y de algunos libros de no ficción.
-Tu libro es muy minucioso y se vale de la comida par mostrar una cultura.
-Sí, es un libro muy detallado que tiene 20 capítulos sobre las regiones italianas, con argumentos genéricos sobre comidas como la pasta o ingredientes como el aceite y también con argumentos históricos. Además hay también capítulos en que hablo de la comida en relación con Eros o con la felicidad o la democracia o el slow food que es un movimiento ideológico antiglobalización porque la comida tiene que ver con la identidad cultural. En Italia visto muchas veces que gente improvisa una mesa y comen todos juntos, porque también cocinan juntos. Lo he visto incluso en una ciudad como Milán. Pero esto no podría suceder en Nueva York . En la escuela donde estudiaron mis hijos en Italia se organizaban comidas. Los padres cocinaban algo en su casa, lo llevaban a la escuela y allí se armaba una mesa común. En Siena, tres veces al año hay una competición de caballos y todos los barrios comen juntos. Algo similar sucede en Florencia. Las pequeñas ciudades mantienen muy fuertemente el hecho de comer en comunidad. Para mí Italia es un país estupenda y, a diferencia de los que pasa en otros países, incluso en la guerra, los campesinos siempre han comido los productos de la tierra. Los campesinos rusos y de muchos otros países, en cambio, han muerto de hambre durante los conflictos bélicos. En Italia, quien vive en una ciudad, sabe muy bien qué es lo que hace el campesino, de qué modo trabaja la tierra y cómo genera comida para el campo y para la ciudad. En Rusia, en cambio, como citadina, yo no tenía idea de lo que hacían los campesinos.
-Cuando se viaja en una compañía aérea italiana la comida que se ofrece es pasta o pesce. ¿Realmente la comida de Italia se sustenta en esos dos pilares?
-Sí, se come poca carne roja y si se come no es como lo hacen ustedes, es apenas una feta. Históricamente, excepto en la región del Piamonte, los grandes animales como la vaca no se mataban, se procuraba mantenerlos vivos para que proveyeran leche. El jamón se utiliza cuando es preciso improvisar una comida de manera rápida. Si no, se come pasta, mucho arroz, verdura y pescado porque donde uno hay mar, hay ríos o lagos. En un lugar donde la religión católica es muy fuerte, el pescado es algo que puede comerse siempre, no hay prohibiciones de tipo religioso.
-Cristo era representado iconográficamente como un pez.
-Sí, puede verse en los mosaicos romanos muy claramente y se lo consume en todas las fechas relacionadas con la religión, aunque también existe la tradición del cordero de Pascua. La oveja debe convivir con el hombre, no se la mata. Pero ocurre que la oveja tiene múltiples corderos, demasiados, y entonces se los mata para comer en Pascua. El cordero es también un símbolo cristiano. Esto es algo natural para un campesino en esa fecha, pero no en otro momento. En diciembre, con el frío, se matan los puercos para hacer jamón que se puede comer durante toda la estación invernal. Italia es tierra fértil y se come lo que da la naturaleza. En los campos de Rusia, en cambio, siempre hay nieve, la tierra es helada.
-Hay algo que me resultó muy interesante en el libro y es cuando hablás del escritor fascista Marinetti, que emprende una cruzada contra la pasta. Hay algo que puede verse en las películas del neorrealismo italiano. Los fascistas les daban a sus contrarios aceite de ricino como castigo para que ese laxante les hiciera expulsar la pasta considerada innoble. ¿Por qué odia la pasta Marinetti, porque es blanda y esa, digamos, no es una cualidad militar?
-He ahí la respuesta. Odiaba lo blando y la gordura. Filippo Tomaso Marinetti es un símbolo del fascismo italiano. Empuñaba el revólver y disparaba contra un plato de espaguetis a la carbonara. El fascismo atacó el símbolo principal del código culinario de Italia, la pasta. El futurista Marinetti decía que era una «absurda religión italiana» y de «comida retrógrada y falsamente nutritiva que vuelve al hombre pesado, torpe, escéptico, cansino, pesimita.» Hubo una verdadera cruzada contra los espaguetis.«