La propagación del Coronavirus tiene consecuencias insospechadas: los mercados internacionales tiemblan, se suspenden megarecitales; en Europa los barbijos superan los 4000 euros; el pueblo chino no sólo sufre el brote, sino también cierta estigmatización; el gobierno italiano desalienta cualquier manifestación de afecto como besos y abrazos y recomienda mantener con los transeúntes una distancia de un metro y muchos entran en pánico ante la amenaza del enemigo invisible. Pero sin duda, entre las consecuencias menos previsibles figura la capacidad del Covid 19 para generar fenómenos editoriales.
En efecto, según lo informa IBS, la mayor red de librerías de Italia, uno de los libros emblemáticos de Albert Camus, La peste, publicado originalmente en 1947, en ese país subió en el ranking de ventas del puesto 71 al 3. También se incrementaron significativamente las ventas en Francia, donde según datos de Edistat, un portal dedicado a las estadísticas de libros, en enero se registró la venta de 1.700 ejemplares en una semana. Por su parte, la tradicional editorial francesa Gallimard, informó que las ventas de ese título se incrementaron en un 40% respecto de la cantidad que normalmente se vende en un año.
La trama de La peste se desarrolla en la ciudad argelina de Orán, cuya rutina diaria un día se interrumpe debido a la imparable propagación de una plaga. El primer indicio es la rata muerta que el doctor Bernard Rieux descubre un día al levantarse para comprobar luego que la ciudad está llena de ratas. Muy pronto, los cadáveres de los habitantes comenzarán a multiplicarse en las calles.
Por su parte Ensayo sobre la ceguera, de José Saramago, incrementó sus ventas en Italia en un 180 por ciento. La plaga metafórica a la que alude esta novela tiene menos visos de realidad. Se trata de una ceguera que no hunde a sus víctimas en la oscuridad, sino en un blanco luminoso y que es sumamente contagiosa.
Quizá no siempre las epidemias incrementaron las ventas de libros sobre el tema, pero en todos los tiempos fue un hecho al que la literatura echó mano para construir sus ficciones.
Baste citar como ejemplo de su permanencia literaria a través del tiempo El Decamerón de Giovanni Boccaccio, escrito en el siglo XIV, que, al igual que los respectivos libros de Camus y Saramago, se convirtió en una obra universal.
Según se narra en El Decamerón, diez jóvenes huyen de Florencia para no contagiarse de la peste bubónica que asoló la ciudad en el año 1348. Se refugian en una villa de las afueras y acuerdan que cada día de su estancia en ella cada uno narrará una historia. Esas historias son las que conforman el libro.
Hay quien dice que El Decamerón fue uno de los primeros best sellers de la historia y es posible que así sea. Mucho tiempo después, en 2015, Mario Vargas Llosa publicó Los cuentos de la peste, una obra de teatro basada en ocho de las historias narradas en El Decamerón. «Desde la primera vez que leí el Decamerón en mi juventud –dio el Nobel peruano- pensé que la situación inicial que presenta el libro, antes de que comiencen los cuentos, es esencialmente teatral: atrapados en una ciudad atacada por la peste de la que no pueden huir, un grupo de jóvenes se las arregla sin embargo para fugar hacia lo imaginario, recluyéndose en una quinta a contar cuentos. Enfrentados a una realidad intolerable, siete muchachas y tres varones consiguen escapar de ella mediante la fantasía, transportándose a un mundo hecho de historias que se cuentan unos a otros y que los llevan de esa lastimosa realidad a otra, de palabras y sueños, donde quedan inmunizados contra la pestilencia.»
En 1722, Daniel Defoe, el autor de Robinson Crusoe, publicó Diario del año de la peste. La acción del relato está situada en la ciudad de Londres asolada por una grave epidemia en 1665. La peste hace que desfilen las distintas actitudes humanas ante una catástrofe, desde la solidaridad heroica al egoísmo más mezquino. Gabriel García Márquez sintió siempre una predilección especial por este libro, al que consideró una de las mayores obras de la literatura universal.
Quizá haya tenido alguna influencia en su novela El amor en los tiempos del cólera en que esta epidemia es una amenaza constante pero también una enfermedad que produce los mismos síntomas que el amor.
“La Muerte Roja había devastado el país durante largo tiempo. Jamás una peste había sido tan fatal y tan espantosa. La sangre era encarnación y su sello: el rojo y el horror de la sangre. Comenzaba con agudos dolores, un vértigo repentino, y luego los poros sangraban y sobrevenía la muerte. Las manchas escarlata en el cuerpo y la cara de la víctima eran el bando de la peste, que la aislaba de toda ayuda y de toda simpatía, y la invasión, progreso y fin de la enfermedad se cumplían en media hora.” Así comienza el cuento La máscara de la muerte roja, de Edgar Allan Poe publicado en 1842 en Graham’s Magazine. En este relato, el príncipe Próspero junto a algunos nobles se encierra en su palacio para evitar ser alcanzado por la Muerte Roja. Pero, finalmente, él y su grupo encuentran la muerte tratando de huir de ella.
Por supuesto, existen muchas otras obras literarias en que una epidemia juega un papel fundamental. Es que los peligros invisibles y silenciosos generan siempre temor. Un buen ejemplo es la forma en que proliferan las noticias en torno al Coronavirus, al punto de poner en segundo plano otras amenazas como el dengue o el sarampión. Muchas de las noticias y comentarios a veces rozan la ficción o, lisa y llanamente, la mentira o se utilizan para dirimir luchas políticas.
El caso del coronavirus actúa a modo de una máquina de producir relatos e, inusitadamente, en Europa incide sobre la industria editorial.