El siglo XXI asiste al auge de las neurociencias. Numerosas publicaciones de divulgación así lo acreditan. El cerebro del rey (RBA) del especialista catalán en Neurología Nolasc Acarín, un libro publicado recientemente por RBA, entra en esta categoría. Aborda la vida, el sexo, la conducta, el envejecimiento y la muerte en relación con el cerebro, un órgano de solo un kilo y medio de peso que, sin embargo, regula y hace posibles todas las funciones vitales.
En el prólogo, el autor advierte: En este libro se intenta dar respuesta a la pregunta: ¿Por qué nos comportamos como lo hacemos?, explicando cómo los humanos hemos conseguido tener un cerebro con tantas posibilidades, tan versátil, cómo influye en nuestro comportamiento la herencia de múltiples formas de vida animal anterior a la nuestra y de qué forma reaccionamos frente al estímulo de la naturaleza o de otro humano. Todo ello con un cerebro de kilo y medio de peso que, como se verá, sirve para andar, pensar, odiar, hacer la digestión, controlar el ritmo del corazón, ser feliz o estar triste.
El libro se abre con un fragmento de la autobiografía de Charles Darwin escrita en 1876 que es una forma de poner en boca de otro la posición científica que tiene el autor de El cerebro del rey. El título alude no al cerebro de algún miembro de la aristocracia, sino al cerebro del ser humano, especie que nació para reinar.
El científico señala y, a la vez, critica la creencia de que la evolución haya tenido un objetivo predeterminado que desembocó en el nacimiento del ser humano. En contra de esta visión antropocéntrica, afirma que los humanos somos tan solo un accidente, surgido al azar, en la historia natural. En el siglo XX, Freud le quitó al hombre el lugar central que creyó ocupar en el mundo al demostrar que estaba dominado por pulsiones inconscientes imposibles de manejar. En el siglo XXI, esa centralidad se la vuelve a arrebatar la teoría de un azar que lo convierte en el producto de una casualidad biológica.
La capacidad de nuestro cerebro concluye el autor para la emoción, el afecto, la cultura y la economía nos hizo humanos. Probablemente hay otros animales que llegan a pensar sobre sí mismos y en sus relaciones con los congéneres, pero los humanos somos los únicos capaces de escribir y leer un libro o comunicarnos por Internet. La capacidad para la cultura es nuestro gran tesoro y el instrumento para domesticar el entorno.
La muerte, sostiene el científico, no es sino la destrucción cerebral. Se trata de un libro interesante y escrito de una forma que no subestima al lector. Como la mayoría de los textos que pertenecen a las llamadas ciencias duras, el enfoque está muy centrado en lo físico, como si el hombre fuera una unidad sellada determinado por sus genes y por los dictámenes cerebrales. En este tipo de libro, el inconsciente tal como lo enunció Freud no tiene cabida. Somos un conglomerado de neuronas, secreciones hormonales, reacciones químicas, es decir, máquinas perfectas que se desgastan con el tiempo hasta alcanzar la muerte.
El reduccionismo siempre parece inevitable cuando se habla desde la autoridad y el prestigio que quienes son voceros de la Ciencia escrita con mayúsculas. Este libro no es la excepción. Tiene a su favor, sin embargo, explicaciones claras y bien escritas, citas de músicos y escritores y un afán evidente por explicar con claridad y de una forma que atrape al lector cuáles fueron los complejos mecanismos que nos llevaron a los seres humanos a ser lo que somos.