-En “La suerte y la noche”, el cuento que abre el libro, un viejo jugador de póquer le dice al joven que lo cuida: “Cuando ganes imita los gestos del que pierde, para que sienta que no hay tanta diferencia entre ganar y perder. Apiádate, porque en algún momento estarás en su lugar.” ¿Por qué es necesario un consejo como éste en tiempos en que las victorias se sobreactúan y el éxito es la unidad de medida para valorar a las personas?
-Creo que a lo largo de la vida, e incluso diría más, a lo largo del día, todos somos ganadores y perdedores, reyes y mendigos. Reyes de lo que no nos interesa y mendigos de lo que amamos. Hay en la derrota, en la pérdida, una dignidad que la victoria no tiene. Por eso me gusta tanto La Eneida: Virgilio celebra a Eneas, que lo ha perdido todo, hasta su ciudad, Troya. Es un vencido.
-Acaba de mencionar la pérdida, que junto a la ausencia son elementos que signan el destino de muchos personajes de sus cuentos. ¿Por qué regresa a ellos con tanta asiduidad?
-Pienso que nadie percibe que está en el paraíso y que solo advertimos que hemos estado en él cuando ya nos han expulsado. Tal vez escribir será una forma de volver, una consumación del recuerdo. Dante define muy bien el Paraíso en un verso de la Comedia, que, por una paradoja poética, está ubicado en el Canto II del Infierno. Ahí, para decir que viene del Paraíso, Beatriz dice «vengo del lugar al que tornar deseo». El Paraíso es el lugar al que se quiere volver. El Paraíso es siempre el paraíso perdido.
-Sus cuentos tienen algo de borgeano. No solo por estilo, sino por algunas ideas casi metafísicas que aparecen en ellos y la forma en que usted las integra al objeto literario. En tanto escritor argentino y sobre todo como cuentista, ¿se considera dentro del grupo de discípulos de Borges o de alguna manera se siente parte de los parricidas?
-La figura de Borges me parece extraordinaria, insoslayable. Lo he leído y lo leo, incluso en voz alta. Pero jamás pensé la literatura como una relación de maestros y discípulos. El escritor no controla demasiado lo que escribe, al menos en mi experiencia. Existe un desdoblamiento cabal. Aunque tampoco reniego de influencias posibles. Por otra parte no soy parricida de nadie, tal vez porque me crié sin padre. No es mi estilo.
-Muchos de los cuentos transcurren o están inspirados en universos vinculados a la cultura y la historia europeas, lo que también podría ser visto como un detalle borgeano.
-Nunca tuve una concepción local de la escritura. Las historias me atrapan, sucedan donde sucedan. De los siete cuentos que integran el libro tres ocurren en Buenos Aires y el que le da título tiene su desenlace aquí. Además creo que lo cosmopolita no es un atributo solo de Borges. Pensemos en Marguerite Yourcenar, o más cerca, en Julio Cortázar. Pienso, por ejemplo y salvando las distancias, en Alejo Carpentier, al que admiro mucho: sus historias suceden en distintos lugares del mundo, no solo en el Caribe.
-En varios de sus cuentos el arte surge como una alternativa ante problemas que parecen no tener otra solución. Me resulta paradójica esa recurrencia en alguien que ha sido juez de la Nación. Parece que a fin de cuentas creyera más en la justicia poética que en la de los hombres…
-No tengas dudas de que creo más en la justicia poética que en la humana, porque esta última tiene más límites. Pero en la función, a veces, he sentido que lo lograba, aunque nunca lo he sabido a ciencia cierta.
-¿En algún momento su carrera judicial fue un obstáculo para su pasión por la literatura?
-No puedo afirmar que haya sido así. La viví con pasión y fervor. Le debo mucho a la Justicia. Ha sido mi trabajo, me ha permitido vivir, no puedo ser desagradecido. Aparte me brindó más de una historia: hay algún cuento y alguna novela que escribí sobre la base de expedientes que pasaron por mis manos en Tribunales.
-Ciertamente el vínculo entre realidad y ficción parece ser muy intenso en su obra. De hecho uno de los cuentos del libro está basado en la historia de los padres del maestro Daniel Barenboim.
-Todos mis cuentos están basados en hechos reales. Me interesa lo inverosímil de la realidad. En esa fisura está la vida, sus perplejidades, sus paradojas. La realidad supera todo. Pese a mi agnosticismo, debo reconocer que Dios es el mejor escritor, sus argumentos son insuperables, pero está en nosotros agregarles la poesía de una dimensión humana.