Los cuentos incluidos en el libro Imaginario (Interzona Editora) -o por lo menos gran parte de ellos- parecen no ser otra cosa que un vehículo oportuno que su autor, el argentino Edgardo Scott, utilizó para poder escribir acerca de algunos temas de su interés. No tanto por capricho, que también sería válido, sino por una curiosidad legítima que lo impulsó a querer contar esas historias, algunas incluso ya narradas con anterioridad por otras voces, por otros medios, pero a la espera de que alguien volviera a prestarles atención.

La de un fallido pionero de la aviación que a comienzos del siglo XX salta desde la torre Eiffel para probar un prototipo de paracaídas. O la de un baterista virtuoso que establece un extraño vínculo de convivencia con un quiste alojado en su espalda. U otra, a la que es posible leer “como directa narración de hechos novelescos y también de otro modo” (y Scott elige el otro modo).

En Imaginario también es posible detectar la mirada del que observa desde lejos, una distancia que en Scott se manifiesta por partida doble. Radicado en París desde hace ocho años, sus cuentos se reparten entre los que transcurren en Argentina y los que tienen lugar en Francia, poniendo en evidencia las máscaras que debe aprender a cargar todo emigrado, que al mismo tiempo no puede evitar ser inmigrante. Dos versiones complementarias de la lejanía. Ambas facetas coinciden, apenas disimuladas, en el cuento “Quiroga y la déchetterie”, que narra la mudanza de un hombre que parece obsesionado con un cuento de Horacio Quiroga de título elocuente y adecuado para el caso, el célebre “A la deriva”.

La versatilidad de Edgardo Scott

En su nuevo libro Scott construye un catálogo ecléctico, deambulando por los géneros como un flaneur literario, capaz de ir de la ciencia ficción al costumbrismo y de la sátira a la tragedia con idéntica solvencia. Pero también se permite experimentar con textos híbridos, que en algunos casos podrían calificarse como falsos guiones o en otros como una cruza entre el cuento y el ensayo académico.

Entre estos últimos, por ejemplo, se incluye el desarrollo de una breve tésis que indaga en la cuestión de la traición en las obras de Roberto Arlt, Oscar Masotta y Jorge Luis Borges, atreviéndose a citar como material de referencia -muy oportunamente, por otra parte- al animé japonés Mazinger Z (Ver recuadro). Una decisión que, entre otras de similar tenor, revelan un uso sutil del humor.

Edgardo Scott
Foto: Gentileza Alejandra Lopez

Por su parte, los cuentos “El fútbol total” e “Historia del avión” abordan asuntos como el Mundial ‘78 y la Guerra de Malvinas desde perspectivas más o menos conocidas, pero a partir de enfoques originales. En este último se permite incluso regresar hasta Lanús, su pago chico, mezclando lo documental con lo fantástico por medio de la ironía.

Finalmente, en el relato que cierra el libro, “En el sanatorio”, se da el lujo de reescribir “El sur”, convirtiendo en ficción la historia real que inspiró uno de los textos más emblemáticos de Borges. Parece mucho para un libro que reúne 16 cuentos cortos, pero Scott se las arregla para que todos los engranajes de la prosa calcen con precisión y hacer que todo funcione sin forzar la máquina.

Literalmente Edgardo Scott

La traición en Borges es andrógina. El sujeto borgeano es siempre un poco Jeckyll y Hyde al mismo tiempo o, más cerca nuestro, es el Barón Ashler. En la mayoría de sus metáforas o abstracciones éticas -sus ficciones- es el destino quien en verdad resuelve cualquier desición, y un hombre, como lo ha escrito mil veces, es «todos los hombres». Nadie tiene una sola cara, todos tenemos todas las caras o las tendremos en algún momento. Pero eso no es lo más importante, el tema es que en Borges esa androginia, esa hibridez original, es un padecimiento. Sea con nostalgia, melancolía, directamente con tristeza, la aceptación de esa condición en los personajes de Borges o sus narradores es dolorosa. Se acepta y se entiende, sí, pero en verdad se lamenta. El tono de la mayoría de sus textos es elegíaco. Los momentos más bellos de su prosa son cuando canta lo perdido, lo que ya no será, lo inevitable.

Fragmento perteneciente al cuento «La inolvidable historia del Renguito McGahern y el camino de tierra (Notas sobre la traición en Arlt, Masotta y Borges)»