“¿Será la nueva normalidad un mundo sin contactos?”, se pregunta el escritor argentino residente en Francia Edgardo Scott en su último libro, un ensayo que se llama, precisamente, Contacto (Ediciones Godot). Se trata de “un collage de los gestos perdidos” en el contexto de la pandemia. Los besos, las caricias, la saliva, los abrazos, el cuerpo a cuerpo, el aliento y la palabra son las pérdidas a las que pasa revista y sobre las que reflexiona a la vez con profundidad y un tono coloquial, como si estuviera asociando temas diversos con un amigo, ambos sentados a la mesa de un bar. Un texto que rehúye la asepsia de la escritura y que propone un acercamiento a través de la palabra impresa, aquella que, por suerte, no necesita estar mediada por la distancia del barbijo.
–En Contacto hablás de un libro pandémico, pero nunca decís pandemia. ¿Por qué?
–Suele pasarnos a quienes escribimos que hay palabras que nos caen más simpáticas, más amables, y otras que nos generan un rechazo físico. A mí no me gusta la palabra pandemia, por eso aparece muchas veces epidemia como sinónimo equívoco. Pandemia me suena a pandereta o cualquier otra palabra que empiece con pan. Para mí no tiene encanto verbal.
–Hablás de lo pandémico y de la falta de contacto que produce. ¿Creés que eso lo origina la pandemia o es un “espíritu de época”?
–Cuando lo escribí tuvo que ver absolutamente con la pandemia, con el aislamiento, con la manera en que a cada uno le afectaron los cambios a partir de este problema sanitario mundial y grave que seguimos teniendo. El virus es comprobable, creo que si tenés las vacunas y te enfermás te va a ir mejor que si no las tenés, soy cientificista en este sentido. Pero sí me quedó claro que, como pasó siempre en la Historia, a partir de ese problema sanitario vino una serie de problemas políticos y sociales. La pandemia es real, el tratamiento de la pandemia es político.
–¿Podés darme un ejemplo?
–Yo soy psicoanalista. El otro día una paciente de Argentina me decía que no sabía si vacunar a su hijo que tiene tres años. Yo reflexionaba con ella qué loca es la situación. Cuando esto empezó, se trataba de una epidemia contra los viejos, era como el Diario de la guerra del cerdo, y no faltaba incluso la tesis complotista de que era un virus diseñado para eliminar un remanente generacional que, sobre todo en los países del primer mundo como Francia, es un montón de población. Con los chicos no pasaba nada. Dos años después, los chicos se están vacunando. Aquí la edad de vacunación es desde los cinco y la vacunación es optativa, para los chicos no hay un pase sanitario. Es evidente que hubo un arco de evolución muy singular y muy poco sustentable en el sentido de los saberes científicos. Los equipos político-sanitarios de cada país van viendo lo que hacen y toman medidas que no son el efecto de ningún tipo de esfuerzo mancomunado y veraz, sino que es algo mucho más errático e ideológico. Creo que la pandemia nos afectó a todos, pero a cada uno le pegó desde un lado personal. Me cuesta pensar en alguien al que, luego de dos años, la pandemia no lo haya afectado directamente en algo.
–¿Y a vos cómo te afectó?
–A mí me produjo un gran enojo porque soy un bicho de exterior. En la tradición de los escritores, soy de los bares. Mi mujer (se refiere a la escritora Ariana Harwicz) es escritora de la casa y yo soy de exterior. Yo me sentía confinado, y confinado además, en el campo, lo cual es peor porque ya de por sí para mí la vida en el campo es un horror. El libro nace con ese espíritu de incomodidad ante el nuevo marco y desde el encierro, tiene ese espíritu del que está preso y lo único que puede hacer es pensar, asociar y acordarse. Hay una alternancia entre cierta evocación melancólica de algunas cosas y un ánimo más beligerante, no te diría de denuncia, pero sí de cierto señalamiento de algunos cambios con los que no estoy de acuerdo o que no van para mi generación. Creo que a los que más afectó esta situación es a quienes estamos económicamente activos. Los más chicos ya tenían una relación con lo digital. Nunca vivieron un mundo fuera de las pantallas. Los mayores de 70 ya viven una especie de retiro y los afectó, pero no tanto como a los que estamos activos, a los que realmente nos cambia el mapa. Entonces, en el libro hay crítica y resistencia mezcladas con cierta aceptación de las cosas que se fueron para siempre.
–¿Como cuáles?
–Las que tienen que ver con el contacto físico de las que hablo en el libro. Quizá vuelvan transformadas en 15 o en 30 años. La idea tan básica y argentina de darse un abrazo o un beso con cualquier amigo o amiga está en jaque mate.
–Pero, según decís en el libro, el abrazo argentino no es el abrazo francés, es decir que hay una diferencia previa.
–Claro, creo que ese cambio lo van a sufrir menos los franceses, que ya eran una sociedad más distante corporalmente tanto en el abrazo como en la relación que tienen en el subte. En cada vagón francés en hora pico podrían entrar dos metros más de argentinos. Si alguien los toca, lo sienten un poco como si les violaran la propiedad privada. Nosotros estamos acostumbrados a viajar inhumanamente manoseados por todos lados.
–Pero decís que los franceses tienen más “erotizada” la palabra.
–Sí, totalmente. Yo diría que tienen una relación casi patológica, por no decir traumática, con su idioma. Este es un país en el que estás integrado, si estás integrado lingüísticamente. Vos podés ser amarillo, negro, árabe, latinoamericano, que si hablás como un francés sos francés. Quienes hicieron la Revolución y nos dieron la República son monárquicos en el idioma.
–El libro tiene una estructura que tiende precisamente al contacto. Es evidente que tiene mucha elaboración, mucho trabajo, muchas citas. Sin embargo conserva un aire coloquial, como si estuvieras asociando libremente con un amigo. ¿Fue algo buscado o es tu forma de escribir?
–Creo que esto es un lindo efecto. No tiene que ver con algo previo a la escritura o al montaje del libro. Me interesa escribir ensayo, por supuesto, como una instancia de pensamiento, pero también como una instancia de comunicación. Me parece importante que un texto no sea hermético. En este sentido, citaría a dos maestros: uno es Luis Gusmán y el otro es Ricardo Piglia. Lo que siempre me gustó de ellos es que podían explicar teoría del cuento, teoría literaria, un texto complejo y hacerte sentir que lo habían leído bien, lo habían tomado en serio, se lo habían apropiado y estaban compartiendo amorosamente ese hallazgo. Creo que Borges mismo se incluye en esta tradición en la que el conocimiento es algo que se comparte porque el primer encantado con lo que descubre es quien lo descubre, sin poner en el medio la vanidad, el yo. Es un intento de que llegue al otro de la manera más parecida a la que a él lo fascinó.
–Sin empaque académico.
–Claro. En mi caso, sin apuntalarme como psicoanalista en el discurso del psicoanálisis. Es decir, tratar de que el ensayo sea lo más directo posible. Esa es mi vocación cuando me pongo a escribir ensayo. En la ficción, en cambio, según lo que se esté poetizando, a veces el lenguaje lo lleva a uno a formas más oscuras, más densas, menos comunicables, más herméticas. Cuando escribo una nota para un medio o un ensayo, creo que si uno realmente entendió una idea compleja o un autor complejo, tiene que poder comunicarlo de la mejor manera. Contacto surgió de una manera muy simple de las cosas que estaban en jaque, que estaban prohibidas y a partir de ahí sí entré en una situación asociativa. Me pasó lo mismo que con un ensayo anterior, Caminantes: cuando escribo con un tema, el propio tema va ordenando las asociaciones. Cuando una mujer está embarazada, ve mujeres embarazadas por todas partes. A mí me pasa algo parecido, cuando entro en un tema, todo lo que vivo, todo lo que veo, pasa por ese filtro asociativo.
–En tu proceso asociativo me resultó muy interesante que aparecieran autores que no están en la moda literaria. Me refiero, por ejemplo, a Miguel de Unamuno o a Rafael Alberti. También citás a Ionesco y a Jim Morrison. Si no estuviera tan gastada la palabra, te diría que es como una transgresión a un mundo universitario que tiene las asociaciones muy clasificadas.
–Te lo agradezco, lo tomo como un cumplido. Tengo 44 años y entré a la literatura hace veinte. Cuando entré a la universidad en el 2000, la universidad todavía tenía cierto tipo de autonomía. Había cánones que tenían un lugar en el mercado pero el mercado, a su vez, tenía otros autores que claramente no eran los de la academia. Creo que en estos 20 años esa barrera se cayó al diablo. Uno de los problemas que tenemos hoy es que lo académico y el mercado están absolutamente fusionados, fundidos. Y no solo están fundidos, sino que en otro momento la academia estaba un poco a la vanguardia, trataba de señalar autores que quizá no eran tan conocidos y luego el mercado los reconocía, por lo menos a algunos. Esto me parece que también se invirtió y lo académico va a la zaga del mercado. Para no terminar hablando de una biblioteca impersonal y ajena los escritores tenemos que corrernos de todo eso. Si hay algo que siempre fue el patrimonio de los escritores fue su biblioteca, sus lecturas, su propio canon, sus propias citas. Por eso, si al lado de una cita de Saer tengo una de Ionesco, prefiero la de Ionesco, porque a Saer lo cita todo el mundo. Trato de dar una pelea contra lo que es el poder en mi campo. Uno siempre piensa el poder en términos macropolítcos o ideológicos, pero a mí me interesa más el poder del consorcio, del gremio, porque ahí se nota igual el poder macro. Me interesa más eso que ser fiel a las modas o a las prepotencias del mercado. «
Erotismo y dinero
–Vos decís que hoy no sorprende a nadie que alguien cuente por televisión su performance sexual, pero que nadie dice cuánto gana. ¿La plata es algo más íntimo que el sexo?
–Hay una pérdida del erotismo en pos de la pornografía. La pornografía es un consumo y todo lo que alienta un consumo cada vez más voraz tiene una estructura pornográfica. La obscenidad de la cámara no solo muestra el culo, sino el agujero del culo de la misma forma que todo el tiempo te muestra un auto o lo que fuere. Hay una forma de instalar la circulación de los objetos que me parece pornográfica en lo repetitivo, en lo redundante y, por lo menos para mí, en lo aburrido. El erotismo es lo contrario, es lo que está sugerido, lo que es ambiguo, incierto. La pandemia lo pone en jaque desde algunos dispositivos, pero también lo pone en jaque la época porque todo va en contra de ese tipo de ambigüedad. En los 80, Madonna se vestía de virgen y era un escándalo. Cuarenta años después, una teta, un culo, una pija no asustan a nadie. Se puede hablar de eso en cualquier panel a las 3 de la tarde. Lo que tiene que ver con el dinero, en cambio, es cada vez más misterioso. Uno no sabe bien qué es una criptomoneda, pero entiende que por ahí va la plata. Lo financiero se ha vuelto de un nivel de abstracción y complejidad tal, que hay gente que puede vivir de eso sin producir nada. El del dinero es un mundo lleno de secretos. La palabra sexual está liberada, pero resultaría muy curioso que alguien te cuente cuánto gana, porque respecto del dinero hay un pudor.