El próximo viernes 24 de marzo, Día Nacional de la Memoria por la Verdad y la Justicia, se conmemoran en el país 41 años de la última dictadura militar. Actualmente, el dramaturgo, director y maestro teatral Andrés Bazzalo, de larga y reconocida trayectoria, presenta dos trabajos que abordan este periodo políticosocial desde un enfoque y un contexto muy distinto en ambos casos.
Mientras que en Los sirvientes, de Adriana Tursi, (Teatro Del Pueblo, Av. Roque Saénz Peña 943) aparece la antesala del horror, puesto que la pieza narra la convivencia ficcional del personal de la casa presidencial en el momento exacto en que muere el General Perón y toma el poder su mujer Isabel; en Todas las Rayuelas, de Carlos La Casa(en Multiteatro, Av.Corrientes 1283) se pone en juego una de las tantas consecuencias que aún continúan abriendo la herida: cuenta la historia de un escritor argentino autoexiliado que regresa al país, tres décadas después, para saldar deudas tanto afectivas como existenciales.
Tiempo Argentino conversó con Bazzalo sobre este puente, vigente y necesario, entre el quehacer teatral y el derecho cívico de resguardar la memoria.
-Participaste, entre muchos acontecimientos teatrales, en lo que fue el movimiento de Teatro Abierto ¿Cuáles son hoy tus recuerdos de aquellos momentos? ¿Se puso en juego parte de toda esa experiencia pasada a la hora de generar estos dos nuevos espectáculos?
-Teatro Abierto fue un movimiento de resistencia cultural a la dictadura cívico-militar y sus materiales producidos para el caso, de barricada. Fueron varios años de intensos, fructíferos y apasionados encuentros e intercambios entre una gran cantidad de diferentes hacedores del teatro, de mucha producción escénica frente a un enemigo implacable. Ahora estamos en democracia, aunque el gobierno parece tender a procederes autoritarios e interesados en relativizar el pasado. Pero el pasado está allí, inexorable, condicionando nuestro presente. Siempre es interesante reflexionar acerca de nuestras experiencias como Nación. Entonces, me interesa pensar la vida y, dentro de lo posible, evitar caer en los mismos errores una y otra vez. Los que estuvimos en Teatro Abierto no podremos nunca olvidar esa experiencia tan vital, tan interesante y formativa. Estas obras: Los sirvientes y Todas las rayuelas, son producto de esta época, de las inquietudes de sus autores, pero no responden a una convocatoria, como aquella experiencia. De cualquier manera todo lo que uno ha producido o experimentado está presente en cada nuevo espectáculo.
-Desde tu rol como docente, cómo percibís la conciencia actual de los más jóvenes sobre nuestro pasado?
-El peligro del autoritarismo suele olvidarse con facilidad. Por eso Alemania, a pesar de los 70 años transcurridos desde el fin de la Segunda Guerra, sigue siempre tan interesada en la educación y en la expresión de su cultura en no olvidar la experiencia del nazismo. Siempre están produciendo materiales muy interesantes sobre el tema. Me parece que los adultos, los educadores, los políticos, los artistas debemos mantener encendida la llama de la memoria. Los autoritarismos acallan a la cultura, reprimen a educadores, investigadores y artistas. La imposición del realismo socialista en el gobierno de Stalin en la URSS y la persecución por formalistas a grandes artistas, entre ellos Meyerhold, o el nazismo y el Arte degenerado, o la censura en nuestras dictaduras, por ejemplo. Se acalla la expresión del individuo. Se teme a la libre expresión del pueblo. Es fundamental visitar esas épocas con los jóvenes. Es nuestro deber como educadores. Muchos están informados, otros se sorprenden o intentan considerar extinguidos esos peligros. Pero no, educar la libertad, la tolerancia y recordar las experiencias es indispensable. Muchos jóvenes están distraídos o confundidos por los medios hegemónicos. Pero los que se acercan al teatro, en general, vienen a buscar un canal de expresión y están dispuestos a la apertura, si no lo han experimentado ya en sus hogares.
-Respecto de tu trabajo en Los sirvientes declaraste hablar de nosotros, de las consecuencias públicas o privadas de nuestros actos, de la presencia insoslayable del poder y de la política en nuestras vidas, del ejercicio mismo del poder que un individuo puede ejercer sobre otros, por pequeño, irrelevante o insignificante que pueda ser, es desde hace años central en mi interés artístico ¿Cuáles son, desde tu punto de vista, los posibles y diversos vínculos entre el teatro y la política?
-Creo que todo teatro (todo arte) es político: expresa una ideología, una escala de valores, más allá de las intenciones. Creo que son legítimas muchas expresiones artísticas, diversas. Creo que está muy bien divertir a la gente u ofrecer un pasatiempo. Pero todas esas expresiones tendrán su propio sesgo ideológico, por ejemplo: si una obra presenta una mirada sobre la mujer estereotipada, machista, está expresando una opinión que busca su adhesión en la platea.
En el caso de Todas las Rayuelas aparece un lenguaje poco frecuente en el terreno teatral para abordar esta temática que es el humor. ¿Cuáles pensás que son las potencias de lo cómico para reflexionar en torno a la ferocidad de lo acontecido?
-Me parece maravilloso el humor como medio de comunicación. Pero es difícil escribir buenas comedias. Tuve el privilegio de adaptar Ubu de A. Jarry, una farsa tan desopilante como feroz sobre el poder, justamente. Todas las rayuelas tiene un humor sin chistes, producto de situaciones y personajes reconocibles. Está bueno el humor y tiene una gran llegada al público, que lo agradece. Y no tiene límites. Depende de cómo se aborda. El humor necesita ser inteligente además de filoso.
-¿En ambas piezas, qué fue lo que más te atrajo del texto y por qué? ¿Cuáles son las reacciones del público frente a los dos relatos?
-Son dos obras muy diferentes. Los sirvientes, es una obra de sutilezas, de claroscuros, de ironía. El público sigue con gran interés la trama, recuerda aquellos momentos o los imagina, se ríe, a veces, de la ironía de la pieza. Sale reflexivo de ver la obra. Todas las rayuelas es una comedia sencilla, pero honda, con personajes reconocibles y entrañables. El público se ríe mucho y se emociona. Aplaude de pie siempre y sale, lo dicen, reconciliados con la vida por un rato. Las elegí porque las dos, a su manera, hablan de nosotros. Y nos podemos reconocer en ellas. Ninguna de las dos es admonitoria o baja línea sino que, por el contrario, se sitúan del lado de la comprensión de los personajes, del lado de la certeza de que la vida es compleja. A su manera son humanistas. Como yo.