Paradójicamente, la palabra “diccionar” no figura en el diccionario. Fue necesario crear el neologismo para nombrar la acción de darle un destino distinto del descarte a un diccionario enciclopédico.
Creado el neologismo, en el Museo del Libro y de la Lengua puede verse “Diccionar”, una curiosa muestra que le alarga la vida a una enciclopedia. Desde hace un año, ese museo lleva el nombre de Horacio González.
A menos que se lo actualice de manera permanente, un diccionario del mismo modo que una enciclopedia , tiene, igual que los electrodomésticos y otro tipo de objetos, una obsolescencia programada.
Llegada a esta instancia, en el mejor de los casos su destino es el reciclado, ya sea convirtiéndose en pulpa de papel o en artesanías de existencia fugaz.
En los últimos tiempos, sin embargo, existe la tendencia de que los libros que perdieron vigencia como tales se conviertan en obras de arte, por lo general, pequeñas esculturas. Ya Ítalo Calvino se refería a esta actividad en “Si una noche de invierno un viajero”, una novela publicada en 1979, cuando esta conversión de un libro en otra cosa era aún incipiente.
«Diccionar», doce tomos, doce artistas
Hay herencias y herencias. Algunas pueden cambiarnos la vida con una pequeña fortuna o una propiedad. ¿Pero qué clase de herencia es una enciclopedia publicada en México en los años 50 integrada por doce gruesos tomos, para ser más pecisos 10 tomos más 2 apéndices, con 500 mil entradas y 12 mil páginas, que incluyen más de 80 láminas a color, mapas, rotograbados y más de 20 mil ilustraciones en negro?
La heredera de esta enciclopedia publicada en México en los años 50 quizá no se dio cuenta de inmediato de que había heredado un tesoro, aunque quizá lo intuyó, pero tardó un tiempo en tomar conciencia.
Lo cierto es que –según informan los organizadores- un buen día, el proyecto de transformación se puso en marcha.
Dice la curadora de la muestra, Karina Maddonni, que es también una de las 12 artistas expositoras: “Este proyecto significó trabajar y pensar juntos, que es todo un aprendizaje y siempre trae enormes benevolencias. Un poco la idea es volver a pensar cómo pensamos, por dónde nos entran los saberes”.
Y agrega: «Desde el punto de vista conceptual e ideológico, la propuesta es generar una revisión acerca de los modos enciclopédicos de saber con los que muchos de nosotros nos hemos formado. Ser un tanto irreverente desde el gesto intervencionista con respecto a estas maneras solemnes de concebir el conocimiento. El resultado es una obra colectiva que plantea una multiplicidad de modos de hacer artísticos y conceptuales«.
Los once artistas restantes son Amelia Herrero, Silvio Fischbein, Irene Licia Marin, Patricia Szterenberg, Diego Cossettini, Carlos Kravetz, Néstor Goyanes, Karina Maddonni, Mónica Goldstein, Mónica Fierro, Myriam Jawerbaum y Florencia Salas
El espíritu lúdico de «Diccionar»
Dice Carlos Kravetz, uno de los expositores: “La enciclopedia se pretendía a sí misma como el compendio de todo el saber humano. Que hoy esté obsoleta nos permite tomar un pedacito de ese saber y jugar con ello”.
Quizá porque compendiar todo el saber humano es una empresa imposible y de carácter faraónico, las enciclopedias parecen prestarse muy bien al juego y lo hacen de diferentes modos.
Es bien conocida la pasión de Borges por las enciclopedias lo que lo llevó a decir alguna vez, con esa habilidad tan suya de clavar darlos con sutileza: “Debo todo mi conocimiento literario a haber leído la Enciclopedia Británica y no haber leído jamás a Enrique Larreta.”
Además, creó una enciclopedia ficcional: “Emporio Celestial de conocimientos Benévolos” que aparece en El idioma analítico de John Wilkins en la que los animales se clasifican en: “(a) pertenecientes al Emperador,(b) embalsamados,(c) amaestrados,(d) lechones,(e) sirenas,(f) fabulosos, (g) perros sueltos, (h) incluidos en esta clasificación, (i) que se agitan como locos,(j) innumerables,(k) dibujados con un pincel finísimo de pelo de camello,(l) etcétera,(m) que acaban de romper el jarrón,(n) que de lejos parecen moscas.
Por su parte, siguiendo el espíritu lúdico que se evidencia también en “Diccionar”, Luigi Serafini creó el “Códex Seraphinianus” que publicó en 1981. Se refiere a un mundo imaginario y está escrito no sólo en una lengua inventada, sino también en una grafía inventada. Se trata de un libro fascinante cuyas ilustraciones tienen algo de surrealistas.
El artista estadounidense Brian Dettmer, realiza lo que llama “Autopsias” de enciclopedias viejas. Corta sus páginas con tal precisión, que de esos cortes sabios surge una figura y para verla no hace faltar abrir el libro.
Como se ve y como lo pone de manifiesto una vez más “Ficcionar”, las enciclopedias, por intentar reunir todo el conocimiento del mundo, lo que es en sí mismo un proyecto imposible, parecen inspirar muy distintos tipos de ficciones.
Incluso en la misma muestra hay trabajos heterogéneos, tal como lo señaló Esteban Bitesnik, del Museo del libro y de la lengua: “Esta muestra tiene la particularidad de que doce artistas intervinieron los doce tomos de una enciclopedia, cada uno a su modo, a su estilo y de acuerdo a sus inquietudes. Por ahí no hay un hilo estético, pero sí cada artista intervino el objeto que tenía en sus manos como lo interpeló”.
“Diccionar” se puede visitar hasta el 30 de diciembre, de martes a domingos de 14 a 19, en la Sala Leónidas Lamborghini del Museo del Libro y de la Lengua, Avda. Las Heras 2555, CABA. Entrada libre y gratuita.