El tren pudo haber dejado de ser ese único lazo que conectaba las historias de la gente, pero su magia sigue atravesando las ciudades de Argentina. Las antiguas casas de los jefes de estaciones, en algunos casos, fueron dando paso a espacios culturales rodeados de historia. En Ranelagh, recientemente se inauguró la Casa de la Estación, a través de la Secretaría de Cultura y Educación del Municipio de Berazategui. Con un estilo colonial, amplias paredes y pisos de pinotea, se transformó en un espacio para que las familias puedan encontrarse y las infancias puedan disfrutar de diferentes actividades.
En esa misma casa vivía, hace alrededor de treinta años, el señor Campitelli. Entonces Ranelagh era un pequeño pueblo, con pocos habitantes, una parroquia, una plaza y una escuela pública. Vivir en la estación le permitía al jefe supervisar todos los viajes y asistir a los pasajeros. Rodeada de un amplio parque y con una vista constante al movimiento del tren, su casa era como un faro para los vecinos, un punto de referencia. “Todos lo conocíamos a Campitelli. Veníamos siempre a jugar a su casa porque tenía hijos y nietos. Era una parte importante de la comunidad y representaba una institución; era una figura de autoridad del pueblo”, recuerda Cecilia Maneiro, coordinadora del espacio, en diálogo con Tiempo Argentino.
Con el tiempo y la modernización de las estaciones, la casa quedó vacía, abandonada, incluso luego fue ocupada. Su deterioro contrastaba con la vitalidad del parque que la rodeaba. Una comisión de vecinos decidió que el terreno lindero a las vías iba a convertirse en un gran parque público y, con esfuerzo, lo lograron. Pero en el medio del parque, la vieja casa venida a menos era una oportunidad desaprovechada. “Hace dos años se inició una gestión con el ferrocarril para que cediera al municipio el espacio de la casa que estaba abandonado. El municipio se hizo cargo de la restauración, que quedó increíble. Se restauraron los pisos de pinotea y las puertas, además de la infraestructura. Está mejor que como era originalmente. Hay que pensar que es una casa que tiene más de 100 años. Se cuidaron los materiales originales, no se hicieron intervenciones modernas”, explica Maneiro.
Apenas ocho meses pasaron desde su inauguración y, sin embargo, el centro cultural ya transformó la vida de los vecinos. “Tengo en casa un telescopio, ¿te sirve?”, le pregunta un señor a Cecilia. A los pocos días, llega con su telescopio y explica, para adultos y niños, cómo hacer para mirar el cielo. “Yo sé mucho de aves”, comenta una señora. La afirmación es una puerta de entrada para conocer más acerca de los animales que viven en esa especie de bosque que rodea a la Casa de la Estación. “La señora nos hizo un recorrido para aprender sobre aves, encontrar sus nidos, saber en qué época anidan, cuándo ponen huevos”, cuenta Maneiro y continúa: “sienten esta casa como propia; todos los vecinos saben que pueden pasar por acá y no solo ser espectadores sino también protagonistas, ofrecer lo que saben”.
Como si fuera parte de lo que el tren trae y lleva, el movimiento entre el interior de la casa y el predio que la rodea funciona como un mismo espacio. A veces los chicos prefieren quedarse en las mesas de afuera, resolviendo alguna de las propuestas del centro cultural debajo de los árboles o incluso pintando murales. También hay familias que van a pasar la tarde al parque y después se dan una vuelta por la Casa de la Estación para hacer alguna actividad o esperan a que se haga de noche para disfrutar del momento del cine, cuando se proyectan películas y documentales en las paredes de la casa.
Para Maneiro, que además es docente de inicial y ha desarrollado una larga trayectoria en gestión cultural, “un proyecto de este tipo, destinado a las infancias y con esta calidad, es único. Se despliega una mirada hacia las infancias súper cuidado, con un equipo de profesionales increíble, con material y tiempo para pensar, para convocar. Las familias se acercan cada vez más, no damos abasto”.
El centro cultural funciona sábados y domingos de 17 a 20.30 de la noche. En la semana se reciben las visitas de las escuelas. La casa está organizada en cuatro salas: “una sala de taller donde casi exclusivamente tenemos un laboratorio de producción de juguetes: los chicos vienen y fabrican con artistas que nosotros invitamos sus propios juguetes. Carpinteros, calidoscopios, aviones, paracaídas, todo hecho por ellos ahí con las familias. Después hay una sala de primeras infancias, adecuada para que los chicos más chicos puedan jugar sin lastimarse. También hay una sala de laboratorio que está hermosamente equipada, tenemos proyector, retroproyector (donde los nenes proyectan diapositivas hechas por ellos mismos), luz negra, desarrollo de las sombras, de las luces, de las penumbras. Y una cuarta sala que es de juego y tiene una biblioteca”, explica Maneiro y concluye: “este espacio es único porque no es un centro cultural únicamente, sino que además es un espacio recreativo, educativo y comunitario”.