Ocho personajes de un imaginario pueblo chico de la región pampeana de nuestro país están unidos por historias de vida en común. Pero estos personajes, cuatro mujeres y cuatro hombres, tienen, además, algo más en común: están muertos. Celestino, el viejo sepulturero del cementerio, es el encargado de hilvanar sus historias por medio de canciones que remiten de manera sutil a aires del folklore de la región.
Esta es la idea de La tierra de los nombres (una cantata teatral), obra cuyos textos y música compuso el guitarrista Rolando de Marco, interpretada por la cantante Cecilia Bernasconi, la actriz Anahí Alvira y el propio de Marco, con la dirección de Diego Ernesto Rodríguez.
Tiempo Argentino dialogó con De Marco y Bernasconi sobre el desafío que significó para ellos encarar una obra en la que, además de cantar, debían asumir por primera vez roles actorales.
– ¿Cómo surgió la idea de esta cantata?
Rolando de Marco: -Hace un tiempo recibí el mensaje de una amiga que estaba viajando por España. Me contaba que conoció a un periodista que, junto a otro amigo pararon para comer en un pueblito medieval cerca de Burgos. Recorrían sus calles y, de repente, observaron en una ventana un sticker que retiraron para poder sacar una foto. En ese momento escucharonn una voz que les decía que no hicieran eso. La persona que los increpó les informó que él había impreso y pegado ese sticker, que tenía una frase similar a la nuestra “ni una menos”. Les transmitió, además, su preocupación acerca de la cantidd de mujeres a las que violaban y mataban en ese pueblo pequeño. Le piden disculpas,recomponen la situación y se presentan. La persona en cuestión se llamaba Celestino y era el sepulturero del pueblo. Y al despedirse, les agradece y les dice “ojalá que hoy no tenga mucho trabajo”.
– ¿Esta fue la historia que te sirvió de motivación para empezar la composición de las canciones de la obra?
R.d.M.: -Sí. El relato me conmovió mucho y sentí que había en él algo muy poderoso para contar. Un amigo me comentó que había un poeta norteamericano llamado Edgar Lee Masters, que escribió un libro titulado Antología de Spoon River, integrado por 300 poemas situados en ese pueblo imaginario. Esos poemas eran 300 epitafios escritos en primera persona. Cada uno de ellos cuenta la historia de una vida, pero la vida de cada uno empieza a entrelazarse con la de otros habitantes de ese pueblo. Cuando uno llega al quinto o sexto poema se da cuenta de que en realidad lo que se está contando a través de esos epitafios individuales es la vida de un pueblo y la muerte termina pasando a un segundo plano. Esta fue la forma o el marco para componer la obra. Empecé a escribir canciones en primera persona pero desde la evocación de la vida de la persona muerta, en tanto que el narrador, el personaje vivo que hilvana las historias de los personajes, es el sepulturero.
– ¿De qué manera se fueron enhebrando las historias?
R.d.M: -Surgió la idea de un plan narrativo que derivó en una cantata. Lo que hice fue una traspolación, ya que la historia no ocurre en España sino en un pueblo imaginario de la región pampeana argentina con las vicisitudes sociales y políticas de nuestro país: una fábrica que se toma, un movimiento piquetero, la presencia espectral del peronismo, un femicidio y el protagonismo del sepulturero. La primera canción que escribí se refiere a Celestino, el enterrador, la segunda a Angelita, víctima de un femicidio, y así fueron surgiendo el resto de las canciones. Decidí que yo no iba a cantarlas todas y que tampoco iba a ser una obra referida de manera exclusiva a los femicidios, porque emocionalmente hubiera sido imposible sostener un espectáculo con ocho canciones sobre esta temática. Imaginé la puesta con dos cantantes y una tercera protagonista que narrara e hilvanara las historias de cada protagonista representado por cada canción. Y la primera persona en la que pensé fue en Cecilia, a quien le mostré las canciones y le conté la idea general de la obra.
Cecilia Bernasconi: -En el primer encuentro hicimos las canciones de los personajes llamados Rosa y Angelita. Enseguida me entusiasmé con la idea general. Además las canciones son muy hermosas para cantar. Pese a que algunas abordan situaciones muy duras, me sentí muy cómoda con ellas desde un comienzo. Y me interesó mucho interpretar a los distintos personajes. Cada uno tiene su propia voz y su propia dramaticidad, por lo que fue un gran desafío asumir un rol diferente en cada caso.
– ¿Fue complicado internarte en las personalidades de los cuatro personajes que te toca interpretar?
C.B.: -Creo que tengo épocas en las que me siento más cerca de un personaje que de otro. A un alumno mío, Matías Broglia, que además es actor, le consulté sobre cómo podía encarar las temáticas de las canciones desde la dramaturgia, para darle más poder a la interpretación. Y luego, con el director Diego Rodríguez, terminamos de redondear el concepto artístico de la cantata.
– Y como cantante, ¿a qué otros desafíos te enfrentó la obra?
C.B.: -Otro desafío fue cantar sin micrófono. Si bien es música popular y no canto lírico, el modo de proyección de la voz es diferente. Más aun teniendo en cuenta que tenemos que actuar y estar en acción mientras cantamos y, en el caso de Rolando, también tocar la guitarra. Creo que emocionalmente es necesaria una gran entrega. El esfuerzo es muy grande, terminamos cada función agotados pero anímicamente muy arriba.
R.d.M.: -Gran parte de la responsabilidad en la acción del cuerpo la tiene Cecilia. Esta obra se podría haber hecho simplemente con nosotros dos, sentados tranquilamente y cantando. Pero aparece un tercer personaje que en cierto modo está en un mundo diurno y en el mundo de los vivos, que va hilando las historias de los ocho personajes. Ese papel es interpretado por Anahí Elvira, quien aportó mucho de su conocimiento actoral para ayudarnos a aflojarnos y poder salir del hecho de ser solo músicos. La participación de Rodríguez fue también importante porque él nos convenció de que era necesario plantear una dramaturgia que, en mi idea original de la cantata, yo no tenía en cuenta. En el primer encuentro entre los cuatro, lo que originalmente eran ocho canciones unidas por un hilo conductor, se transformó en otra cosa y aparecieron nuevos elementos escénicos que enriquecieron notablemente la propuesta original.
-¿Por qué preferiste ubicar la acción en un pueblo imaginario no urbano?
R.d.M.: -Creo que me daba más posibilidades y libertades desde lo musical y desde lo literario. Traté de que no hubiera referencias a un ámbito urbano como la ciudad de Buenos Aires. Cuando hablo de una fábrica, pensé en una que está cerca de la ciudad de Colón, en Santa Fe, que producía carne envasada y hasta tenía su puerto propio. En todas las canciones que forman parte de la cantata se respira una atmósfera que no es urbana. Y esto creo que le da una mayor identidad y carnadura a cada uno de los protagonistas de las historias.
C.B.: -Esto hace también cambiar el foco de atención en algunos aspectos. Por ejemplo se considera que los femicidios y otros actos de violencia hacia las mujeres ocurren especialmente en las grandes ciudades. Y esto no es así. Ocurre también en los pueblitos en los que todos se conocen. Esto es lo potente de la temática. Lo mismo ocurre con la ocupación de una fábrica, una movilización o un crimen. En un pueblo chico las implicancias de estos sucesos se potencian de manera exponencial.
R.d.M.: -Se reproducen las mismas conductas humanas que en una gran ciudad. Desde el lenguaje traté de limpiar los giros idiomáticos que se vincularan a lo porteño y apelar a músicas que remitieran a un ámbito rural. Trabajé con aires musicales que te sacan de la ciudad.
-El proyecto surgió antes de la pandemia. ¿Cómo sentís que maduró el proceso creativo hasta su concreción y qué creés que les dejó a ustedes como artistas?
C.B.: -Rolando preparó las canciones y empezamos a trabajarlas a principio de 2020. Pero con la pandemia debimos suspender los ensayos. De todos modos, fuimos elaborando las maquetas que él iba armando y pudimos seguir preparando la obra. Finalmente, cuando nos reunimos de manera presencial para empezar a ensayar el espectáculo, nos dimos cuenta de que el camino iba por otro lado. No era solamente cantar ocho canciones enlazadas por una historia en común, sino que necesitaba una puesta en escena que reforzara el carácter dramático de la cantata. Esta experiencia me sirvió también a nivel personal. En mis actuaciones como solista siento que algo cambió desde que exploro con otra mirada la interpretación de mis canciones. Empecé a sentir una mayor libertad expresiva. Como músicos y cantantes, ninguno de los dos habíamos incursionado en algo vinculado a lo actoral. En ese sentido considero que la cantata, tanto en lo musical como en lo teatral, es una experiencia enriquecedora para todos los que estamos involucrados en ella. Y creo que la obra resume lo mejor de los dos mundos.
La tierra de los nombres (una cantata teatral)
Machado Teatro, Antonio Machado 617. Sábados 22.30