Hace algunos meses una noticia causó conmoción en el mundo del arte, pero también en el de las finanzas, dos universos que en principio parecen realidades paralelas, pero que se encuentran histórica e íntimamente vinculados. La obra de un artista conocido por el alias de Beeple, titulada EVERYDAYS: The First 5,000 Days (Everydays: los primeros 5000 días), fue vendida por la famosa casa de remates británica Christie’s en 69 millones de dólares (57 millones de euros). La suma no parece sorprendente si se la compara con los más de 450 millones pagados en 2017 por la pintura de Leonardo Da Vinci Salvator Mundi, el cuadro más caro de la historia. Pero hay un dato que explica el alboroto.
Lo que ocurre es que Beeple es un artista digital y sus obras no tienen un soporte físico: lo que se vendió por esa suma no es otra cosa que un archivo digital de imagen encriptado. Algo así como un archivo jpeg gigantesco protegido con una bruta contraseña, por decirlo de manera burda pero elocuente. Para hacer la cosa más interesante, el comprador no pagó la obra con billetes depositados o transferidos a una cuenta bancaria, sino con los hoy populares y controvertidos bitcoins, una moneda también virtual que tampoco tiene un soporte físico. Arte y economía fantasmas.
Hasta no hace mucho el arte era concreto, real en el sentido de que las obras producidas por los artistas necesitaban de un soporte físico/analógico para ser percibidas. Incluso la música, articulada por la intangible materia del sonido, necesita de instrumentos físicos para tomar forma. El trabajo de Beeple, en cambio, está hecho de una secuencia de ceros y de unos, de impulsos eléctricos que generan una imagen que no puede verse sin una pantalla. Sin embargo, la virtualidad en el arte no es un proceso nuevo. La aparición de los archivos mp3 en la década del ’90 le permitió a la música dejar de depender de un soporte analógico para existir. Y algo parecido pasó con el cine, que ya en el siglo XXI dejó de filmarse y proyectarse a partir de cintas fotográficas, para empezar a hacerlo usando discos rígidos.
La mencionada venta de la obra de Beeple representa un impacto similar en el mundo de las artes plásticas. Un bombazo sin precedentes que ni los críticos más atentos se vieron venir. Como prueba alcanza con mencionar que hasta la subasta millonaria, lo máximo que alguien había pagado por alguna de las obras previas de este artista habían sido apenas cien dólares. Las grandes revistas y analistas de arte todavía están tratando de explicar qué es lo que pasó acá. Un movimiento sísmico similar al que provocó la aparición de las monedas virtuales (o Token No Fungibles, NFT según su sigla en inglés) en el mundo de la economía.
Pero en el llamado mundo del arte siempre hay lugar para noticias aun más inverosímiles. El artista conceptual italiano Salvatore Garau, de 67 años, vendió hace menos de tres semanas una escultura titulada Io sono (Soy yo, en italiano). La obra fue rematada en la ciudad de Milán por la casa de subastas Art-Rite y el comprador pagó por ella 15 mil euros. La suma parece irrisoria al lado de lo que se pagó por el collage digital de Beeple, sin embargo es una fortuna. Ocurre que se trata de una escultura inmaterial, es decir, una escultura que en el mejor de los casos, siendo benevolentes, es invisible. O en el peor de ellos: directamente no existe.
A cambio de los 15 mil euros pagados, el comprador de este pedazo de aire recibió un certificado de garantía con el sello y la firma de Garau, único elemento que da fe de la escultura imaginaria. En el certificado se sugiere que “la obra” debe ser exhibida en “una habitación privada, dentro de un espacio de 150×150 cm libre de obstáculos”. Por si hiciera falta, el documento aclara que el presente certificado de ninguna manera “puede ser exhibido en el lugar reservado para la obra”. Para justificar su trabajo, Garau cita el Principio de Indeterminación de Heisenberg y afirma haber entrenado su “fantasía” durante toda la vida y que gracias a eso puede “ver lo que aparentemente no existe”. ¡Salud, Maestro! «