De la dictadura, Matías Cambiaggi recuerda poco. Supone que el contexto lo marcó en tanto clima de época. Sin embargo, no tiene esa certeza. Mientras pasa las diapositivas de su infancia, el sociólogo cuenta que su primer recuerdo político es el acto de la Renovación peronista en Parque Centenario. “Estaba lleno y hablaban todos los que después fueron un desastre. Me acuerdo en el ‘83 cuando ganó Alfonsín, mi viejo enojado, y toda la otra parte de mi familia, como gran parte de la sociedad, feliz”. La siguiente escena que tiene más presente, es acompañar a su viejo para que se desafilie del peronismo y se una al Frente Grande.
Años después, y luego de recibirse en la UBA, se mudó a La Plata. Hoy, el subte en hora pico le genera pánico. El autor de El Aguante, publicado por Marea Editorial, relata -café con leche mediante-, que mientras cursaba el secundario en el Nacional 17, el detonante de la organización estudiantil fue el asesinato de Walter Bulacio. Quizás es por eso que eligió esa temática para dar comienzo a su último libro.
En Sobre la utilidad y el prejuicio de la historia para la vida, Nietzsche dice que la inteligencia de una persona se demuestra a través de su capacidad para elaborar aforismos. Partiendo de esta idea, podemos sostener que El Aguante es un sutil recorte de actores populares, capaces de sintetizar movimientos masivos. Se trata de una serie de crónicas -11 en total- que buscan trazar un panorama de la militancia en los años noventa. Lo que logra Cambiaggi es documentar a la historia como un tejido, en el cual el campo popular es la urdimbre más importante. La resonancia con el momento histórico actual está presente a lo largo de todo el texto. Entre las diferentes crónicas, es necesario destacar el capítulo dedicado al nacimiento de la CORREPI y al perfil que sintetiza la figura de María del Carmen “La Negra” Verdú.
– Los acontecimientos narrados en El Aguante se basan en la percepción de actores sociales pertenecientes a diferentes clases subalternas ¿Cuál fue el criterio de selección?
– La elección no fue muy teórica, sino que trata de ser representativa de lo que pasó. Intento ser lo más plural en cuanto a las líneas políticas de los protagonistas, por eso aparecen el Partido Obrero, Quebracho o HIJOS. Lo importante es que no se trató de una recopilación azarosa. Trato de combinar y de abordar la riqueza que tuvo la militancia en los 90, la cual se materializa en el espectro de edades: desde los jóvenes secundarios hasta los jubilados de Norma Plá. Más allá de que en ese momento no había una explosión feminista, busqué que hubiese mujeres. También apunté a reflejar a distintos sectores sociales: los desocupados del Frente Trabajo y Vivienda (FTV), o HIJOS, entre otros. La otra variable es la regional, porque hay sucesos en la Capital y el Conurbano, pero también incluyo Santiago del Estero y Corrientes. La idea no es manifestar la totalidad de los 90, es un libro que pretende ser complementario a otras obras. A su vez, intenté que sea interesante narrativamente.
– ¿Lo pensaste como una novela?
– Sí. En el caso del año 94, tal vez la Marcha Federal haya sido más importante en el sentido político que la Marcha 100 de los Jubilados. Sin embargo, el segundo ejemplo me resultó más rico para comprender la década y reflejar una experiencia militante no tan mediática. Lo interesante es contar hechos que se pierden de la historia: los jubilados no se volvieron a agrupar como movimiento político. En cuanto a la forma de escritura, confieso que soy un sociólogo renegado. Si bien utilizo la sociología para entender cuestiones sociales, evito la escritura académica porque hay un límite de las Ciencias Sociales para transmitir conocimiento. Al igual que Operación Masacre, de Rodolfo Walsh, la base de El Aguante son las entrevistas. No hay mejor forma de entender un proceso como el que cuenta Walsh que leyendo su libro. La idea es disfrutar de la lectura y también de la escritura. También amplía mucho más el margen de llegada de un libro.
– ¿Considerás que hay un cambio de paradigma en el neoliberalismo y en el impacto que tiene sobre las clases populares?
– Los 90 comenzaron con la caída del Muro de Berlín, es decir, la derrota del socialismo realmente existente, y en contraparte el fortalecimiento del imperialismo en Estados Unidos. A eso se lo llamó “Nuevo Orden Mundial”. Vino con un paquete cultural que alababa a la globalización, en tanto un proceso económico de libre circulación de capitales, de mercancías -nunca de personas-, el fin de las ideologías, el fin de la historia y, por consiguiente, el fin del sujeto. El mensaje, entonces, era “quedate en tu casa, mirá la tele, que en algún momento el mundo va a andar bien y no hace falta que te calientes”. Argentina tenía una deuda impagable, con un mecanismo que producía temor y disciplinamiento social. En paralelo, casi todos los dirigentes de los partidos populares se empezaron a probar trajes italianos. Por su parte, la coyuntura actual remite a una vuelta del proteccionismo, y una pelea comercial entre Estados Unidos y China.
– En La Reproducción, Pierre Bourdieu define al capital cultural como la acumulación de cultura propia de determinada clase, el cual puede ser adquirido mediante la socialización ¿Cuál es el capital cultural de las clases populares?
– El capital cultural es político. Hay muchas cosas que están más fuertes que antes, como la defensa del Estado. Para mucha gente, es una estructura que hay que mantener. Lo que busca transmitir el libro es la noción de un capital de experiencia social acumulativo, en tanto a ideas o diferentes formas de intervención social. Durante los 90, la mayoría de la sociedad desconocía su objetivo. Hoy, el capital de los movimientos sociales es la institucionalización, porque pasaron a ser un actor social. Es importante recuperar experiencias históricas y ponerlas en diálogo con otras. Se podría resumir la militancia surgida en los 90 como Coraje, Creatividad y Desconfianza política.