El 3 de abril de 2021, el Colectivo Yo No Fui se mudaba, por fin, a su nueva casa. Después de haber vivido un desalojo, y tras meses de esfuerzos colectivos, encontró un nuevo espacio en el barrio de Flores. La casa estaba en completo estado de abandono. Los integrantes del colectivo pintaron paredes, derrumbaron muros, desempolvaron pisos. Hicieron de todo hasta que se convirtió en un lugar habitable. Como tantas otras veces, recuperaron un espacio y lo levantaron en conjunto; así hacen con cualquier proyecto que llevan a cabo desde que se conformó la organización.
Este año se cumplen veinte años de los primeros pasos. En 2002, la poeta María Medrano, fundadora del Colectivo, trabajaba en el Sistema Judicial tomando declaraciones indagatorias cuando empezó a observar situaciones de arbitrariedades e injusticias con las personas privadas de su libertad. Se conmovió muy especialmente con la historia de una mujer detenida de origen bielorruso que no dominaba bien el español. Le regaló un diccionario para que aprendiera el idioma.
Durante tres años, la visitó, sin falta, una vez por semana en el penal. Fue adentrándose, cada vez más, en la realidad del encierro y decidió dejar su trabajo en judiciales para comenzar a dar un taller de poesía adentro de la cárcel. El taller fue un éxito. A través de la lectura y la escritura de poesía, las estudiantes se sentían parte de algo más grande, lograban escapar de los muros, aunque sea por un rato. Poco a poco, muchas fueron recuperando la libertad y decidieron comenzar a organizarse afuera de la cárcel, para acompañarse y recibir a las que salían. Y así empezaron a levantar por primera vez la casa de Yo No Fui.
Un colectivo popular, transfeminista y anticarcelario
En estos veinte años, el colectivo pasó por diversas etapas. Hubo cambios de sede, hubo compañeros que se fueron y otros que llegaron. Hoy en día, tiene talleres de formación artística y política, una cooperativa de producción textil y audiovisual, una editorial que se llama Tinta Revuelta y espacios de acompañamiento o “segundeo”, como prefieren llamarlo para dar cuenta de la horizontalidad que manejan. Da y recibe clases, hace ropa, libros y producciones audiovisuales. Se define como un colectivo popular, transfeminista y anticarcelario. Y aunque sus integrantes hablen con absoluta certeza de las banderas que levantan, les costó mucho llegar hasta ahí. “Son nominaciones a las que llegamos después de un montón de tiempo, no es que siempre nos definimos así. A partir de las prácticas que tenemos, fuimos encontrando esa manera de nombrarnos”, dicen a Tiempo desde la organización.
En poblado y en banda
Este trabajo de disputa alrededor de la palabra se encuentra reflejado en todo lo que hacen. Desde su origen mismo, porque nació de la poesía, pero también en el día a día, porque gran parte de los integrantes son escritores y escritoras. Su último libro, En poblado y en banda, revancha a la justicia (Tinta Revuelta), se denomina así en referencia al nombre de una carátula judicial para los casos en los que dos o más personas cometen un delito en espacios poblados. “Buscamos pegarle la vuelta al nombre de la carátula y a la figura del delito, que no deja de ser una construcción social. No es tan claro qué es un delito y qué no, porque depende quién lo comete. Sabemos que las cárceles son depósitos de personas racializadas y empobrecidas en la mayoría de los casos. Este libro se plantea como una revancha desde la palabra a esas prácticas judiciales”, dicen desde el colectivo.
A partir de relatos autobiográficos, el libro recupera, en un trabajo colectivo de distintas voces, las maneras en que impacta la justicia en el cuerpo, las lógicas punitivas, las estrategias de supervivencia, los lazos afectivos, la autodefensa, la cárcel y los castigos. “Este libro es un entramado de nuestras experiencias singulares y colectivas. Una constelación de sensaciones, de rabias colectivizadas, de recorridos masticados que se materializan de distintos modos pero que se orientan en un mismo sentido: desmarcarnos de las narrativas que intentan esencializar nuestras existencias, encerrarnos, des-potenciarnos o re victimizarnos. Las palabras tienen la capacidad de armar y desarmar imaginarios, de configurar prácticas y componer constituciones. El hecho de que las cárceles, el derecho penal y el poder punitivo existan, tiene que ver con cómo organizamos nuestras palabras, nuestras prácticas y los usos que les damos. El modo en que las palabras se organizan en una carátula puede mandarte años en cana, el modo en que nosotrxs las organizamos puede configurar nuestro estar en común. Narrar supone reconstruir sentidos, organizar experiencias, poner en relación situaciones, elaborarlas, reinventarlas. Escribimos estas historias para reconocer en ellas las marcas de la justicia en nuestros cuerpos y en nuestras vidas. En la insistencia por darles forma estamos ensayando otros modos de justicias”, se lee en la introducción del libro.
En poblado y en banda, revancha a la justicia se va a presentar mañana, sábado 19 de noviembre, en Gavilán 252, la nueva casa de Yonofui. También va a haber un desfile de la nueva línea de indumentaria de la cooperativa, perreíto y barra. La fiesta empieza a las 19 horas. Hay dos décadas de construcción colectiva para celebrar.