Luego de una larga y destacada carrera en el periodismo, Claudia Acuña escribe su primera novela, “No estás sola” (Planeta). Su protagonista, Celina Vincenzi, puede considerarse el alter ego de la autora. Por lo menos tiene su misma profesión, su misma tenacidad para prestar ayuda a mujeres víctimas de la violencia machista, sus mismos cuestionamientos acerca de periodismo. Su empuje la lleva a arriesgarse en el peligroso mundo de El Dron y su red de servicios de inteligencia. Una novela negra que recurre a la ficción para hablar de la realidad.
–¿Cómo surgió esta novela que tanto tiene que ver con tu profesión?
–Uno escribe sobre lo que le pasa. Por más que sea ficción, la materia es siempre la experiencia que uno tiene de la realidad. Había una serie de cosas dando vuelta que a una la hacen cambiar.
–¿Cuáles?
–Por un lado, un exceso de teoría feminista de oferta. Para mí es algo muy importante porque vengo desde hace muchos años trabajando esos temas y de pronto vi que comenzaba a haber una sobreoferta de órdenes sobre lo que debía hacerse, y no creo que eso sea conveniente. No quería ir hacia ese lugar. Me pareció entonces que la ficción le da al feminismo cielo, mientras que la teoría le coloca techo.
–¿Podrías marcar esos excesos del feminismo?
–Yo prefiero llamarlo burocracia de género. Hay una cantidad de órdenes, cuando para mí es una herramienta. Creo que no se trata de una moral, sino de una ética. Quería discutir un poco eso y también plantear algunos límites que no pueden plantearse dentro un marco teórico tan confuso como el de hoy. Hay mucha gente hablando y me pareció que me tenía que ir de esa habitación llena de voces que siempre están diciendo lo que hay que hacer. Quería, simplemente, pensar o hacer pensar, plantear dudas. No podemos andar repartiendo afirmaciones en un mundo como el que estamos, sino que tenemos que dudar de todo lo que hacemos. Lo que pude expresar con mayor libertad en la ficción son las dudas. Por otro lado, hacer periodismo de investigación hoy es casi de ficción.
–Eso es algo que también decís en tu novela. ¿Por qué?
–Porque hoy la oscuridad del poder está garantizada por dos cosas. Por un lado, la oscuridad misma, el agujero negro. Por otro, la luz: te enfocan y te iluminan con un montón de pavadas que te enceguecen. Me pareció entonces que la ficción podía ayudarme a armar el rompecabezas agregando las piezas que le faltan. Por supuesto, no hablo de una verdad revelada, sino de poder mostrar la complejidad en un momento como el de hoy en que en el periodismo se simplifica todo. Estas razones me llevaron a meterme en un territorio para mí desconocido que tiene sus propias leyes. Fue la manera de volver a ser una chica inexperta cuando ya soy una periodista veterana (risas). Me dediqué a la ficción con lo mismo que me dediqué al periodismo: con horas-culo, porque también es un trabajo. Lo que me sirvió fue la disciplina obrera, no la inspiración.
–Volviendo al tema del feminismo, ¿cuál es la distinción entre ética y moral?
–Cuando hablamos de moral, hablamos de lo que está bien y lo que está mal. Mientras que, cuando hablamos de una ética, hablamos de lo que hace bien o hace mal, y eso varía mucho. Una moral plantea algo igual para todo el mundo, algo que obliga. La ética cambia porque hay cosas que a alguien pueden hacerle mal y a otros no. Dentro de la ética vos podés escribir tu libro y yo el mío y está todo bien, pero la moral es algo de expertos, de sacerdotes. Y lo único que le faltaba al feminismo para disciplinarlo eran las obispas, que ya las tenemos. En Argentina el movimiento es muy fuerte e indisciplinado y a la política formal le produce inquietud. Por eso es muy fuerte también el disciplinamiento que vivió este año y que se consagra con el Ministerio de la Mujer y la ministra que en el MeToo argentino estuvo del otro lado, defendiendo al acosador. Han tenido que disciplinarlo bajándole doctrinas, señalándole quién es importante y quién no, quién sabe y quién no sabe, cuando desde el punto de vista ético eso se diluye porque no tiene ninguna importancia. Pero son experiencias y no juzgo. Nuestra profesión de periodistas está totalmente precarizada y el feminismo les dio a muchos colegas la posibilidad de comer. Es una posibilidad de ascenso y de prestigio en una profesión que todos los días denigra al trabajador. No tengo nada en contra, pero no quiero formar parte de eso. Creo que más que calificar con un dedo para arriba o para abajo, hay que estar alertas y expectantes. Me parece que es hora de reflexionar sobre lo que se hizo, sobre lo que sirvió y a quién le sirvió.
–¿Qué más te interesaba plantear en “No estás sola”?
–Mostrar la violencia desde un punto de vista que no fuera moral, porque nos atraviesa a todos, nadie está fuera de ella. No hay buenos y malos, nadie está fuera del sistema. Me parece interesarte plantearse qué tengo yo, que tiene cada uno de violento y dejar el relato de víctimas y victimarios. Hay sistemas de violencia que atraen a todos, maltratan a todos y escupen a todos. Para poder cambiarlo hay que poder mirar.
–La protagonista de tu novela, Celina, es paraguaya. ¿Por qué le diste esa identidad?
–En realidad no es paraguaya, nació en San Justo, pero pertenece al mundo guaraní. Y para mí lo guaraní es muy argentino y muy de los bordes de la ciudad. Esa identidad es la mía y yo digo que la mató el peronismo (risas).
–¿Por qué?
–Porque el guaraní dejó de ser guaraní para ser peronista. En la Argentina todos los pueblos originarios se fundieron en el peronismo y ya eso era ser cabecita negra. El cabecita negra es mayoritariamente guaraní. En la novela recuperé algo de esa raíz que me interesaba mucho, porque es una raíz de 500 años de resistencia, con un idioma que pudo ser conservado, cosa que otros pueblos originarios no pudieron hacer. Su resistencia fue muy interesante e implicó desde comerse a Solís hasta cautivar de tal manera a los jesuitas que desde España terminaron echándolos de América. Son formas de resistencia muy variadas y algunas muy exitosas. Las mujeres guaraníes siempre me interesaron por eso, porque tienen una forma muy particular de tratar con la violencia sin perder la dulzura. Estamos hablando de mujeres que han sido violadas sistemáticamente, ninguneadas, explotadas, desvalorizadas desde la Conquista en adelante, despreciadas incluso en términos de ideal de belleza porque aquí siempre se valoró lo rubio, lo blanco.
–También te referías al ñandutí. ¿Por qué?
–Porque es precisamente eso. Es una mezcla de bordado y tejido que, cuando ves el resultado final, es imposible saber cómo se hizo. No se puede ni con un tutorial de Internet, porque la única manera de hacerlo es con otra y ese es el momento del secreto, de la confesión y también de armar el plan. He visto esa ceremonia muchas veces y es como el anti Facebook, porque nadie sabe que tenés una red de amigas. Eso me ha ayudado mucho a trabajar la violencia hacia las mujeres. Un famoso no puede trabajar con mujeres en situación de violencia, porque no sirve. Lo que sirve es que nadie sepa. Por eso me dan risa y también bronca las campañas que se hacen desde siempre y ahora también, porque son ineficaces. Si están cargando la línea 144, es muy fácil. Te sacan el teléfono y listo. El ñandutí es una técnica que he visto desde muy chica para enfrentar casos de violencia: se tejen las redes, lo que implica desde cuándo vas a salir de tu casa, a dónde vas a ir y qué trabajo vas a tener. Para eso se necesitan muchos vínculos porque es gente que no tiene nada. El ñandutí es la red que te contiene y, a la vez, te atrapa. Hay una doble tensión porque también crea una obligación. Me interesaba describir cómo son esas redes de resistencia sin las cuales muchas no estaríamos acá jugando el juego de la vida. Esas estrategias también pueden ser crueles. La envidia, la ambición, la posibilidad de manipulación pueden ser parte de ellas.
–En la novela hablás del sueño de libertad que significó Internet y que luego se transformó en otra cosa.
–Sí, hoy te matan por un like. Me da tristeza ver a periodistas que son influencers o que dicen “tengo tantos seguidores”. Te contratan de una radio y tu cuenta de Twitter tiene que estar controlada y no se puede hablar, por ejemplo, de aborto, porque son cuentas que ya se consideran parte de la empresa cuando te contratan. Conversaciones impúdicas como si te tocaran el culo pasan a ser normales porque, cuando firmás un contrato pasás a ser propiedad de la empresa vos y todos tus activos. Por mi edad, vi todo el proceso. Conocí el movimiento hacker y a sus referentes, gente que reamente tenía un espíritu de liberación de lo industrial para pasar a lo intangible. Al creador de la red de redes le habían ofrecido 3000 millones de dólares por ese proyecto y él lo patentó en forma gratuita para la humanidad. La última línea del programa con que se patenta era “Vida la Revolución”. Pero de pronto ves que te dan la autopista gratis pero te cobran el peaje. Hoy hay gente en Guantánamo por crear programas. El caso de Assange es tremendo. Érase una vez que íbamos a ser iguales en un mundo en que no importaba el dinero, sino sólo compartir el conocimiento. Veinte años más tarde, hay presos y torturados. Claro que estas cosas hay que analizarlas en períodos mucho más largos y que lo que hoy es oscuro puede cambiar.
–¿Es cierto que dejás el periodismo por la ficción?
–Sí. Creo que ya no necesito el periodismo para poder expresarme, que ya no me da herramientas para entender el mundo.
Un cuento dentro de una novela
“En la cultura guaraní –cuenta la autora– palabra y alma tienen la misma concepción. La palabra es valorada al punto que, como la que más se escucha a lo largo de la vida es el nombre, se esperaba mucho para ponerle el nombre a alguien. Había que pensar muy bien cómo esa persona iba a ser nombrada y cómo iba a escuchar la palabra que la nombraba. Para los guaraníes, encontrar la palabra adecuada no significa hablar bonito, sino hablar lo bello y justo. Encontrar la palabra adecuada es encontrar la que movilice al otro, la que lo conecte, que sea abrazo, que llegue y también exprese al otro. Esa sería la palabra perfecta, justa y bella, la que nos une. Todas esas cosas las fui buscando en diversos autores. Ursula Le Guin es la que más me interesa. En la novela yo narro un cuento sin contar el final. Se trata de un niño que es entrenado para vencer al dragón en su cueva. Debe encontrar la palabra para desarmar su poder letal que está destruyendo el reino. La palabra surgirá cuando lo enfrente, pero antes debe ser preparado. Cuando llega el momento, mira al monstruo a los ojos y descubre cuál es esa palabra. ¿Cuál es? Es su propio nombre, el chico mismo era el dragón. Es muy linda la enseñanza de que aquello que ponemos afuera, lo tenemos dentro. El mundo es horrendo, oscuro, injusto, destructivo y ahora, con coronavirus. La cuestión es saber qué de horrendo, oscuro, injusto y destructivo e incluso qué de virus tenemos dentro. Cambiar nuestro mundo interno es posible y cambiarlo en red es cambiar el mundo exterior.”