Entre el miedo, el asco, el pánico y la locura. Así terminaba el húmedo sueño americano a principios de los años setenta. Estados Unidos era más bien una pesadilla a secas: consumismo extremo, nacionalismo, Guerra de Vietnam, represión, fin de la utopía contracultural y mil y una tormentas más flotaban pesadas en los aires arriba del río Bravo. En 1971, el joven periodista Hunter S. Thompson se fue a la decadente Las Vegas para narrar la decadencia del imperio. En su deriva por la ciudad de los casinos escribió una crónica delirante, cáustica y ejemplar sobre el lado oscuro del gran país del norte. Fue publicada el 11 de noviembre de 1971 en la revista Rolling Stone, acompañada de las alucinantes ilustraciones de Ralph Steadman. Ese día nació el periodismo gonzo. También murió el american dream.
Un adictivo ponche de ácido lisérgico. Así podría definirse el largo artículo de Thompson, que luego fue libro. Pero en el fondo sería caer en reduccionismos. Es, más bien, un fresco alucinógeno que reflexiona sobre la filosofía chatarra, el idealismo reaccionario y el nacionalismo ingenuo estadounidense. Una nación que se había convertido en una auténtica cloaca repleta de mierda a punto de rebalsar.
Una sinopsis acelerada de este clásico de clásicos de la no ficción novelada –adaptado al cine en 1998 por Terry Gilliam- puede ponernos en clima. El periodista Raoul Duke (alter ego de Thompson) y su abogado samoano Dr. Gonzo (alias del activista chicano Oscar Zeta Acosta) recorren La Vegas -ícono decadente del imperio- en una tórrida deriva para, en principio, narrar la carrera de motocross Mint 400 para la revista Sports Illustrated; sin embargo pierden la brújula y comienzan una travesía frenética alimentada a base de todo tipo de drogas, fraudes y caos. Incluso asisten a la Conferencia del Fiscal del Distrito sobre Narcóticos y Drogas Peligrosas: “Si los cerdos se reunían en Las Vegas para una Conferencia sobre Drogas de alto nivel, sentíamos que la cultura de la droga debía estar representada”. Publicado en plena era de Nixon, el texto de Thompson fue una declaración política poco sutil. Escupía contra el gobierno, las instituciones, el consumo exacerbado, la cultura bien pensante y la moral capitalista. Temas que, vistos desde el presente, sin duda no han pasado de moda.
Poco tiempo después de su aparición en la Rolling Stone en dos entregas, y de una reescritura frenética y detallista, fue publicado como libro. El “mejor de la década de la droga” dijo The New York Times. Si hay que elegir un solo párrafo, no se duda: el monólogo de la ola, que describe con melancolía el frustrado verano del amor y las contraculturas de los años sesenta. “Lo mejor que escribí en mi vida”, dijo Thompson pocos años antes de volarse la cabeza en 2005, en un adiós certero a 67 años de excesos, dandismo, freak power, estafas y periodismo. Los dos últimos conceptos no son sinónimos. Disfruten este momento épico del periodismo gonzo: “No tiene sentido pelear ni de nuestro lado ni del de ellos. Teníamos todo el impulso; navegábamos en la cresta de una inmensa y bellísima ola. Y ahora, menos de cinco años después, podías ir hasta la cumbre de alguna colina en Las Vegas y mirar al Oeste, y, con la mirada apropiada, casi podías ver el lugar donde al final la ola rompió contra la tierra y comenzó a retroceder».