El nombre es uno de los máximos símbolos de la identidad, lo que distingue a un individuo del resto. Como un cartel que todos llevan colgado alrededor del cuello para decirle a los demás “este soy yo”. En el arte es igual: el título define a las obras tanto como su contenido. Hay libros y películas cuyos nombres se repiten, esculturas que fueron bautizadas igual o cuadros que tienen el mismo título y sin embargo nadie los confunde. ¿O acaso alguien cree que el Ecce Homo de Caravaggio y el hoy mucho más célebre Ecce Homo de Borja son lo mismo?
Pero el territorio artístico que produce más tocayos es el de la música popular. Existen largas listas de canciones que se llaman igual y sin embargo rara vez ese detalle genera desconcierto. Para probarlo, nada mejor que encontrar cinco pares de canciones inconfundibles a pesar de tener el mismo nombre. En este caso, cinco grandes éxitos del pop que tuvieran sus homónimos en los territorios estéticamente opuestos del metal, el punk u otros géneros de la música dura, cuyas diferencias están claras ya desde lo sonoro.
No parece haber opuestos más extremos que los gigantes del pop ABBA y los legendarios Black Flag. No solo desde lo musical, sino incluso en lo político: mientras el cuarteto sueco es un ícono de la música como entretenimiento, el salvaje combo californiano se volvió una referencia de la contracultura de los ’80 marcados por el ultraconservador sello reaganiano. Ambas bandas tienen una canción titulada “Gimme, Gimme, Gimme”. La de los suecos se caracteriza por un moderno uso de sintetizadores (la canción pertenece al álbum Voulez-Vous, de 1979) y las dulces voces de Agneta y Frida. A la de Black Flag la define el rugido de la distorsión y la voz furiosa de Henry Rollins, marcas registradas de Demage, disco debut de la banda en 1981. Sin embargo, las dos cuentan historias de hastío y soledad, que sus protagonistas soportan de diferentes modos. Mirando televisión en modo automático y añorando una compañía en el caso de ABBA; con la desesperación de quien ahoga la angustia con el consumo y no sabe si volarse la cabeza, en el de Black Flag. Parece que la música disco y el punk no estaban tan lejos como a primera vista podría imaginarse. Las apariencias engañan.
En el fondo tampoco son tan distintos Elton John y Glenn Danzig. A pesar de que el primero pueda ser identificado como un solista refinado y luminoso y el segundo como un tipo sombrío y nihilista, ambos pueden ser considerados auténticas primadonnas: uno del pop, el otro del heavy metal más oscuro. Sus canciones “Sacrifice” subrayan esas diferencias formales, pero también muestran coincidencias temáticas. La primera es una balada empalagosa que integra el disco de 1989 Sleeping with the past, en la que Sir Elton cuenta la historia de “dos corazones viviendo en mundos separados” en donde el amor es “un malentendido mutuo”. En la otra, editada en el disco homónimo de 1996, el motor es un deseo posesivo que pretende convertir al otro en algo propio, idea muy afín a la estética sadomaso que cultiva el patovica Danzig.
La noche es el vehículo que une la leyenda del soul Lionel Ritchie, convertido durante los ’80 en megaestrella del pop, con los rockeros Blue Cheer, banda de culto de los ’60, de gran influencia en el surgimiento del heavy y varios de sus subgéneros. Los dos grabaron canciones tituladas “All night long”. Editada en el disco Can’t slow down de 1983, la de Ritchie es una invitación a unirse en el rito colectivo de la fiesta y la danza, dejando atrás los problemas. Como la de Black Flag, pero con un tono inocente y ligero, la de Ritchie parece proponer una forma distinta de evasión en plena era Reagan. La de los Blue Cheer, en cambio, es un típico llamado al amor libre propio de la cultura hippie (la canción se editó como simple en 1969). Ahí el narrador le promete a su chica que va a amarla “hasta que la luna se vuelva negra” y el sol, azul. Psicodelia pura.
En su canción “Ashes to Ashes”, aparecida en el disco de 1980 Scary Monsters, David Bowie realiza un relato desencantado y paranoico que contrasta con el clima pop de su melodía. Ahí, entre otras cosas, el emblemático Mayor Tom, héroe de la más popular “Space Oddity” (1969), es acusado de haberse convertido en drogadicto. En cambio, en el tema homónimo de Faith No More no hay ambigüedades: su letra es tan oscura como su música. Cantada en primera persona por la camaleónica voz de Mike Patton, acá también se cuenta una historia de desamor que quizá solo tenga lugar dentro de la cabeza del protagonista. La canción atraviesa los más variados climas y paisajes sonoros, y estalla en un estribillo bien eléctrico que eriza la piel. Apareció en el disco Album of the Year, de 1997.
“Imitation of life” es el título que eligieron los thrasheros neoyorquinos Anthrax y los héroes el rock independiente REM para sus canciones incluidas en sus discos Among the living (1987) y Reveal (1991). A pesar de que una suena como una locomotora fuera de control y la otra es una balada bailable que esconde su melancolía tras una alegría ilusoria, ambas hablan de la forma en que las apariencias engañan. Igual que estas canciones bautizadas con el mismo nombre, pero que en el fondo son muy distintas entre sí. O no tanto. «