Desde Johann Sebastian Bach a Béla Bartók o desde Wolfgang Amadeus Mozart a Claude Debussy, los compositores académicos se nutrieron de las canciones que escuchaban en las voces del pueblo para crear sus propias composiciones.
Los músicos argentinos no fueron la excepción, siempre estuvo en sus intenciones llevar la música popular a una elaboración acorde con su formación.
También se produjo el fenómeno inverso. Es así como el 5 de septiembre de 1908 fue estrenada en la temporada inaugural del Teatro Colón la ópera Aurora, compuesta por Héctor Panizza sobre textos del italiano Luigi Illica. Lo llamativo de esta obra es que a pesar de ser un relato ubicado en la Argentina, fue interpretada en italiano hasta que, recién en 1945, se realizó la versión en español. De esta ópera, olvidada y, tal vez, olvidable, se popularizó el aria original conocida como la “Canción a la bandera”.
En cambio, Felipe Boero compuso la ópera en tres actos El matrero, con libreto del escritor uruguayo Yamandú Rodríguez, que fue estrenada en el Teatro Colón el 12 de julio de 1929. En este caso la temática gauchesca es el nudo argumental de la obra y su música contiene elementos de la música folklórica de nuestro país.
En la primera mitad del siglo XX, varios compositores académicos incursionaron en la creación de obras folklóricas destinadas fundamentalmente al canto lírico o coral. Tal es el caso de Alberto Ginastera (1916 – 1983), Carlos López Buchardo (1881 – 1948), Carlos Guastavino (1912 – 2000) y Gilardo Gilardi (1889 – 1963).
La cantante Cecilia Pahl, conocida intérprete del repertorio del litoral argentino, acaba de publicar el disco Estampas Argentinas, en el que seleccionó diez composiciones de los creadores mencionados.
Pero decidió, a la inversa de estos, otorgarles una visión personal alejada de la impronta lírica para las que fueron creadas. Para esto contó con la participación de Ernesto Snajer en guitarra y Matías Arriazu en guitarra de ocho cuerdas. Ambos fueron además, los encargados de los arreglos musicales.
Piezas como “Canción del carretero”, “Jujeña” y “Vidala (llueve sobre el campo” de López Buchardo, “Gala del día” y “Vidala del secadal” de Guastavino, “Canción de cuna india” de Gilardi, “Canción a la luna lunanca”, “Triste” y “Zamba” de Ginastera y el popular anónimo “Vidala (Te he´i de querer)” reciben un tratamiento armónico renovador por medio de las dos guitarras que acompañan la sensible interpretación vocal de Pahl, quien se permite saborear cada palabra de cada estrofa de las canciones. De esta forma, trae al presente creaciones que tienen casi un siglo de existencia y las reformula de manera sutil y cercana. Se transforman entonces en obras actuales, justificando la definición de Jorge Luis Borges, quien afirmaba que la música es una misteriosa forma del tiempo.
La cantante conversó con Tiempo Argentino acerca de este cuarto trabajo discográfico, sucesor de Corochiré (2010), Litorâneo (2015) y Camino y selva (2020).
– ¿Cómo surgió la idea de encarar las canciones que forman parte de tu nuevo trabajo discográfico?
– Conozco este repertorio desde mi infancia, ya que tengo una formación en la música clásica. Tuve la oportunidad de ir a la Escuela de Niños Cantores de Córdoba y estas canciones las escuchaba interpretadas por coros y por solistas. Cuando continué con mis estudios de música en Misiones este repertorio seguía rondando durante mi formación. Pero hace unos cinco años empecé a imaginar de qué manera podía llevar estas canciones más hacia el lado de la música popular y con qué tipo de formación.
– ¿Resultó difícil imaginar de qué manera trabajar estas obras que fueron concebidas originalmente para una interpretación clásica?
– Este repertorio se lo conoce más en el espacio de la música académica en las versiones originales en las que fueron escritas: para un cantante lírico con acompañamiento de piano. Intenté primero hacer una relectura de estas piezas con el acompañamiento de un contrabajo y una marimba. En 2020, en medio de la quietud obligada por la pandemia, empecé a elaborar el proyecto de manera más concreta. Fui haciendo una selección de las obras y pensé que podía reelaborar este trabajo con el acompañamiento de dos guitarras. Contaba con mi compañero de andanzas musicales, Matías Arriazu, con quien tenemos mucha afinidad estética. Y como él a su vez tiene un dúo con Ernesto Snajer me convencí de que la idea iba por este lado.
– ¿Cómo resultó la interacción de tu voz con los arreglos y la participación de las dos guitarras?
– La combinación de la guitarra de Matías, que al ser de ocho cuerdas posee una mayor amplitud tímbrica, sumada a la empatía sonora con la guitarra de Ernesto generó el entorno armónico que necesitaba para encarar estas canciones con otra mirada estética. Otro desafío fue que los arreglos fueron hechos por ellos: cinco temas arreglados por Arriazu y cinco por Snajer. Esto posibilitó que cada uno a su vez ofreciera su propia perspectiva para cada canción. Si bien la propuesta original era mía, lo que más me interesaba era que los tres estuviéramos conformes y cómodos con las composiciones y los arreglos.
– De los cuatro creadores que seleccionaste para interpretar sus canciones, tal vez sea Guastavino quien tuvo la mayor inquietud de que su música fuera más accesible al público. ¿Considerás que esto es así?
– Es posible que así sea. También creo que lo que intentaban los cuatro compositores era acercar el repertorio a un ámbito más popular. Pero tal vez la impronta rígida y académica de las interpretaciones originales lo alejaba de ese objetivo. Pero creo que la idea de todos ellos era que esas canciones fueran conocidas y cantadas y escuchadas por todos. De hecho la “Canción del carretero” de López Buchardo, con letra de Gustavo Caraballo, que es con la que abro el disco, la conocí en la versión para guitarra sola de Atahualpa Yupanqui. Indagando sobre esta canción, supe que en los años 40 era muy popular ya que la cantaban coros y también se interpretaba en las escuelas. Hasta la llegó a cantar el tenor italiano Beniamino Gigli, quien la grabó en Roma junto con una orquesta. Esto habla de las diversas maneras de encarar estas obras.
– Es llamativo que de los cuatro compositores, Ginastera fue el que posteriormente incursionó en la música contemporánea, si bien su estética siguió utilizando elementos del folklore argentino y latinoamericano.
– Eso es cierto, pero las canciones que grabamos en el disco son obras tempranas de Ginastera, y corresponden al ciclo de Cinco canciones populares argentinas compuestas en 1943. Una de ellas, “Canción de la luna lunanca”, tiene arreglo de Guillermo Klein. Es decir que todavía no era el Ginastera de su período más experimental.
– Mencionaste al principio que tu idea original era instrumentar las canciones con un contrabajo y una marimba. Es interesante que en el trabajo de las dos guitarras hay una cierta sonoridad que remite a ese sonido que buscaste en principio.
– Hay algo de la madera del sonido de la marimba. Y la sonoridad de la guitarra clásica de Ernesto y la de ocho cuerdas de Matías tiene una amplitud cercana al contrabajo y a la marimba. Fue desafiante también para ellos, ya que ambos se involucraron en el proyecto para tratar de encontrarle la vuelta a las obras que seleccionamos y darles un giro que hiciera que sonaran modernas pero sin que perdieran la esencia con la que fueron creadas. También me gustó explorar esta idea de la guitarra como instrumento nacional, al estilo de como la usan los payadores o como se utiliza en la milonga surera. Esta característica marca la diferencia respecto de las versiones originales pensadas para piano y voz, ya que en este caso les da una impronta más europea, si se quiere. De esta manera se remarca el carácter folklórico argentino de las canciones. Se forman ruedas de guitarra en una guitarreada, pero ruedas de piano, una “pianeada”, resulta algo mucho más complejo de llevar adelante.
– Lo que refleja el disco es una interpretación alejada del canon académico. ¿Sentís que conseguiste el objetivo de darle al oyente una cercanía y una especie de “degustación” de las palabras en tu modo de cantar?
– Me produjo una gran emoción encarar este repertorio, no solo en el aspecto musical, sino también en la riqueza poética de sus letras. Esta combinación me dio un gran impulso para cantarlas. Y eso es lo que me interesa en mi cantar. Por un lado darle el valor justo a la palabra, y por el otro la búsqueda de este sonido de música de cámara pero intentando el equilibrio que defina que no es una interpretación lírica, pero tampoco es un folklore de poncho. Creo que no depende del género, sino que depende de la forma como uno lo dice, lo canta, y de cómo se puede transmitir la verdad y la emoción en ese canto.
Cecilia Pahl presenta su disco “Estampas argentinas” junto a Matías Arriazu y Ernesto Snajer en guitarras, este sábado 5 a las 20.
Centro Cultural Kirchner, Sarmiento 151, Entrada gratuita – Reservas: www.cck.gob.ar