“El dinero es una forma de la poesía”. La frase pertenece a Wallace Stevens y es uno de los acápites de la novela de Carolina Esses Flora de perfil.  Es posible que la afirmación de Stevens resulte extraña en primera instancia. Sin embargo, Esses va más allá del pensamiento lógico o el lugar común que contrapone la plata y la creación poética para descubrir las relaciones que existen entre los diferentes mundos que hay dentro del mundo, las relaciones, por ejemplo, entre el universo de las finanzas y el del arte. ¿No es el hecho de multiplicar el dinero un acto digno del mejor mago que saca cosas de una galera vacía?

El narrador de esta novela es un operador de bolsa que entra en el mundo del arte de la mano de Laura. Es ella la que le presenta a Aníbal y a Flora, una pareja tradicional en todo, menos en una cosa: Aníbal se viste de mujer por la noche, se transforma en Ardor para ofrecer el espectáculo con el que se gana la vida.

Este descubrimiento produce una transformación en la vida del narrador, quien se obsesiona con Flora y con Ardor. El mundo del arte y los artistas se le presenta entonces como una deslumbrante Caja de Pandora. La serena exactitud de los números contrasta con la inquietante pieza que parece no encajar en el espacio de las finanzas: una pareja tradicional en la que el hombre es, a la vez, mujer. Y la inquietud, como no puede ser de otra manera, impulsa a la búsqueda.

Carolina Esses

–¿Qué relación creés que tiene Flora de perfil con tus novelas anteriores?

–Siento que es más arriesgada en cuanto a la forma. Un buen judío y La melancolía de los perros son más clásicas. En la época en que me lancé a escribir Un buen judío estaba leyendo mucho a escritores norteamericanos como Jonathan Franzen y Philip Roth que son muy de la novela. En cambio, cuanto comencé Flora de perfil me dejé llevar mucho más por la escritura.

–¿Cuál, sería, concretamente, la diferencia entre un modo de escritura y otro?

La melancolía de los perros es  una novela de mucho trabajo de personaje. Lo que hice con ella tanto como con Un buen judío fue llenar cuadernos con personajes siguiendo la idea de un taller de dramaturgia que hice con Mauricio Kartun. Él es un súper maestro y alentaba mucho este trabajo exhaustivo con los personajes, conocerlos de arriba a abajo, dedicarles mucho tiempo a su biografía.

Con la melancolía de los perros sentí que más que escribiendo estaba montando algo. En cambio, con Flora de perfil me lancé a la pura escritura sin red. Por eso hay referencias a Aira. Disfruté mucho al escribirla. Además, por primera vez, puse un narrador que habla en primera persona, mientras que en las veces anteriores los narradores hablaban en tercera.

–El protagonista-narrador, a diferencia del resto, va descubriendo cosas que no comprende bien, el foco de su conflicto es un poco difuso. Está obsesionado.

–Sí, totalmente. Una amiga me dijo que es una novela de obsesiones y creo que es así. Laura está obsesionada con el arte. Flora es un personaje muy enigmático que no digo que esté obsesionada pero sí muy metida en su relación con su marido y siente celos obsesivos de la profesora de canto húngara. Ardor solo quiere participar del Festival Béla Bartók.

El narrador tiene la obsesión del dinero, pero la va cambiando y el foco de ese cambio, como decís, es un poco difuso: es Flora, es Ardor, es el Festival. Lo que más me gusta de este personaje es el viaje en el que se embarca. Lo que me encantó de esta novela es, precisamente, que no sabía adónde me iba llevar el viaje del personaje. Mi tarea fue acompañarlo en su descubrimiento y su transformación.

–¿Qué fue lo que te disparó la escritura de esta novela?

–No lo sé bien. Sólo sé que tenía en la cabeza la idea de un hombre que se enamora de una mujer que vive con un hombre que se viste de mujer. Ese hombre se viste de mujer sólo para trabajar sobre el escenario, pero en su vida diaria es tremendamente tradicional incluso en su sexualidad. Así fue que comencé a indagar en el funcionamiento de ese matrimonio, en cómo era ser una mujer y vivir con un hombre que se viste igual que ella. Creo que ese fue el germen de la novela.

–¿Cómo fue el proceso de escritura?

–Comencé a escribirla en 2019. En ese momento, mi papá estaba enfermo, entraba y salía de internaciones. Yo trabajo en las bibliotecas de la Ciudad y por ese entonces tenía como sede de trabajo la Biblioteca Güiraldes. Cuando salía, me iba a un bar que creo que está en Arenales y Paraná. Allí empecé a escribirla. Después pasaron muchas cosas: mi papá murió, escribí los poemas de Un brote de pino, pero siempre seguí escribiendo la novela.

Creo que la terminé a principios de 2023. Recuerdo que fue una gran compañía para mí esta novela mientras la estaba escribiendo. En ese bar en el que había una chica que atendía muy bien y en el que pasaban música francesa, comencé a imaginar otro bar donde el personaje va a trabajar, que es el de Thames y Santa Fe.

–El personaje tiene ambigüedades. No se sabe si está enamorado de Flora misma o se siente enamorado porque Flora es capaz de transformar a una mujer nuevamente en hombre.

–Es así. Me gusta mucho, por ejemplo, la escena en que Flora demaquilla a Ardor y lo transforma nuevamente en Aníbal. Ahí está la pregunta de quién tiene el poder en esa relación. En un momento parece que el poder lo tiene él y ella se muere de celos, pero en el momento de maquillarlo, la cosa se da vuelta.

–Lo que también aparece es la cuestión del dinero.

–Sí, es un tema que me interesa mucho. En la novela está la idea del intercambio, y la capacidad que tiene el narrador-protagonista de multiplicar el dinero también es una idea de transformación. Él tiene la capacidad de hacer que alguien que no tiene nada tenga algo. Esto también es algo distinto de mis novelas anteriores. Flora de perfil no es exactamente una novela realista.

–No hay una tensión creciente por un desenlace, ¿no es así?

–Justamente por eso no está dividida en capítulos, porque es como un hilo. Hay sí un trabajo con la figura del personaje principal que en la novela del siglo XIX sería el héroe. Lo que la novela recorre es el arco del héroe. Incluso en un momento Laura le dice que él se quiere hacer el héroe, pero que el tiempo de los héroes terminó. La velocidad de la novela tiene que ver con seguir ese arco para ver adónde llega.

–Hay también una confrontación de mundos. Uno de ellos es el mundo no sólo de uno de los personajes, sino también de Carolina Esses.

–Sí, es cierto. Pero como dice la cita de Wallace Stevens, el dinero es una forma de la poesía, porque en un momento los mundos confluyen. Me interesó mucho explorar qué pasaba con un personaje que es de un determinado campo como es el de las finanzas, tan cruel, cuando descubre el mundo del arte. Y ahí hay muchos temas relacionados con mi propia historia.

–¿Cuáles por ejemplo?

–Yo tuve muchos trabajos en mi vida mientras estudiaba Letras: trabajé en una multinacional, fui secretaria en una mesa de dinero en la que el jefe decía lo que dice en la novela uno de los personajes: si llega la policía cómanse los papeles. Tener que trabajar de algo más que no tiene que ver con la literatura ni el arte es algo constitutivo de mi formación. Mi papá tenía un negocio en el Once por lo que viví mucho la idea del comercio.

–Creo que en la novela subyace el problema de cómo se constituye la identidad, de quién es uno. Cuando el personaje descubre otros mundos, no sólo percibe sentimientos sexuales que no era consciente de tener, sino que también comienza a renegar un poco de su propio trabajo.

–Totalmente, y eso para mí es muy liberador. Es muy liberadora la idea de que uno puede ser otro, otra, otre. Para mí esa idea es fundamental para transitar la vida. Por eso me gusta tanto la ficción, porque me permite salirme de mí misma. Me gusta estar en mí misma porque escribir es una exploración interior, pero también salirme de mí. Me gusta plantarme qué pasaría si…

–Es que es muy pesado pensar que uno está condenado ser uno mismo toda la vida, tener que convivir para siempre con uno.

–A mí el arte viene a decirme que no tiene que ser necesariamente así, que podés mirar una obra de arte y ser por un rato eso que estás mirando. El personaje se deja llevar. Se dice a él mismo que sale con Laura porque quiere acostarse con ella, porque es alguien a quien le gusta salir con muchas mujeres. Pero Laura le abre otro universo. Van a muestras de arte inmersivas, a performances y conoce a este o esta artista que es Ardor que lo descoloca por completo.

–Por eso creo que es un hallazgo que el personaje-narrador no tenga nombre, porque el nombre refuerza esa ficción que es el yo que a uno le hace creer que es de tal o cual manera y no de maneras distintas según las circunstancias.

–Curiosamente, me di cuenta de que el narrador no tenía nombre al llegar al final.

–Suele decirse que uno es lo que come, lo que lee, aquello de lo que trabaja…

–El tema de si uno es aquello de lo que trabaja fue fundamental en mi vida porque, como te dije, mucho tiempo trabajé de otra cosa que no tenía nada que ver con la literatura. Uno se pregunta si el ingeniero o el médico son eso, si son su profesión. Pero que la identidad tenga límites difusos me parece la mejor manera de transitar la vida.

–Finalmente, no se sabe quién es uno.

–Sí, es como lo dice Rimbaud: yo es otro.

La aventura de mezclar géneros

–Supongo que terminar una novela no debe ser fácil porque cuando está terminada es como si ya no fuera tuya.

–Sí, además, yo soy muy solitaria en la escritura. Entonces el momento de mostrar algo tiene mucha adrenalina para mí porque me pregunto si gustará o no. En el caso de Flora de perfil lo que me pasa es que es una novela que me gusta mucho, entonces pienso que eso se transmite. De hecho, el entusiasmo que tiene Laura por el mundo del arte es el entusiasmo que muchas veces tengo yo.

–¿Estás ya en otro proyecto de escritura?

–Había comenzado a escribir algo largo, pero en un momento sentí que lo estaba haciendo de manera un tanto automática, que me estaba saliendo fácil. Entonces lo corté y empecé a indagar en algunos relatos y ensayos.  El último año y medio estuve leyendo muchos ensayos de poesía de Denise Levertov. Me interesa mezclar un poco los géneros. Hoy estoy en esa aventura. Cuando escribí los poemas de Un brote de pino, que ganó el premio Tiflos en España, por ejemplo, ni siquiera tuve conciencia de que era un libro de poemas. Para mí era  un diario que registraba en forma de poema los días posteriores a la muerte de mi papá, algo que no tenía la lírica de mi poesía anterior.

Tres pintores en diálogo

“Alguien escribió en las redes una reseñita sobre Flora de perfil –cuenta Carolina Esses- en la que dijo algo que me gustó mucho y que es que una vez que el personaje descubre el brillo, es difícil abandonarlo. Creo que no es el brillo de las lentejuelas, es el brillo de las palabras, el brillo de la puerta que se le abre cuando comienza a entender el diálogo que hay entre tres pintores.

El primero es el romántico alemán de Caspar Friedrich que pintó el famoso cuadro Caminante sobre un mar de nubes. Roberto Aizenberg toma ese cuadro para construir otro: Padre e hijo contemplando la sombra de un día. Hay un tercer pintor al que yo no menciono en la novela con nombre y apellido que es Max Gómez Canle que toma ese cuadro de Aizenberg y hace otra versión. Cuando el narrador encuentra esa tríada empieza a entender cómo es el arte, comprende que éste conversa con éste y con este otro y que él puede entrar en esa conversación. Esto ocupa una parte pequeña de la novela, pero me interesó trabajarlo y lo pensé mucho porque creo que es algo muy importante en relación con el mundo del arte”.