«La víctimas no están exentas de responsabilidad, estudiarlas significa conocer más el contexto histórico», dice el historiador italiano Carlo Ginzburg, célebre por haber acuñado junto a contemporáneos como Giovanni Levi el método investigativo de la microhistoria, mediante el cual se pone el foco en voces y figuras dejadas de lado por la historiografía convencional, sumando posibilidades interpretativas. «Decir que es siempre lo mismo no sirve, hay que estudiar por qué, por ejemplo, un país identifica a un enemigo con los inmigrantes», dice Ginzburg, quien dialogó con Télam en el marco de una visita al país para ofrecer una serie de charlas organizadas por la Universidad Nacional de San Martín (Unsam). De madre escritora, este italiano nacido en Turín en 1939 comprendió tempranamente el valor de la narración como historiador.
En sus libros hay dramatismo, interpretación, intromisiones y conjeturas razonables. Ginzburg se comporta como un detective siguiendo evidencia -documentos que pueden ser cartas, fotos, expedientes-. Es un investigador que, a medida que narra, añade las conexiones que dan sentido a los huellas inconexas con las que tropieza. Sus contribuciones conciernen a la historia antropológica, el arte, la literatura y la historiografía, elaborando nuevas teorías interpretativas, reflejadas en libros como El queso y los gusanos, donde reconstruye la idiosincrasia de la Inquisición a partir de una anomalía: el molinero italiano Menocchio, quien a diferencia de sus pares sabe leer y en 1599 es quemado en la hoguera porque cuestiona el orden establecido, en el marco de un proceso mayor que será la Reforma luterana.
Entre sus libros publicados en la Argentina se encuentran Los Benandanti, donde revisa la brujería y los cultos agrarios entre los siglos XVI y XVII, y Mitos, emblemas e indicios, libro en que desarrolla la forma de analizar evidencias. La microhistoria postulada por Ginzburg revela factores no observados u ocultos de la historia. Es el descubrimiento de fuentes descuidadas -desde la cultura oral a procesos criminales- y promueve una investigación más allá de metodologías rígidas, enfocada en los procesos de adaptación a las normas, el funcionamiento real.
Hoy, a las 18 Ginzburg dialogará con su colega José Emilio Burucúa en la sala Jorge Luis Borges de la Biblioteca Nacional (Agüero 2502, CABA), un encuentro público organizado junto al Instituto Italiano de Cultura de Buenos Aires. En tanto que el martes 22 a las 11 Ginzburg recibirá un doctorado Honoris Causa en el Teatro Tornavía del Campus Miguelete de la Unsam, ubicada en 25 de Mayo y Francia, localidad de San Martín.
– ¿Qué permite el análisis de la microhistoria? ¿Qué aporta esa fotografía no panorámica a la historiografia?
– Primero hay que entender que la microhistoria no es algo fragmentario, gravita, se mueve y adquiere sentido en relación con la macrohistoria. La analogía panorámica de alguna manera sirve, porque es un primer plano en el que se toma en cuenta la profundidad de campo, el contexto. Lo importante del aporte de la microhistoria es la relación con la macrohistoria, ese movimiento. El vínculo entre esos dos elementos es lo que caracteriza a esta metodología de estudio, esta forma de mirar. Entendido lo micro como si fuera una partícula a observarse por un microscopio, con la singularidad de que puede generalizarse.
–¿Por qué esa peculiaridad puede generalizarse en el estudio de una sociedad?
-Porque la norma no contiene todas la anomalías, pero cada anomalía contiene la norma. No me interesa la anomalía en sí misma. Me importa en tanto forma de acceder a la norma, como posibilidad de narrar un momento histórico desde otro punto de vista, a partir de voces que la historia no atendió. Un colega contaba la anécdota de otros dos colegas franceses, uno tenía una barba muy larga que acariciaba cada vez que encontraba una anomalía mientras exclamaba «Bizarro». El otro tenía una cabeza brillante por dentro y por fuera, el cabello todo blanco, y cuando hallaba la anomalía buscaba el camino para devolverla a la norma. Cuando lo lograba sonreía y exclamaba «¡Qué satisfacción!». Yo me encuentro más del lado del de la barba larga, pero no del todo porque no me interesa el hallazgo en sí, lo que me interesa es descubrir el proceso. Estudié por ejemplo el caso de una campesina en el Medioevo que fue echada por su patrona acusada de haberle realizado un mal de ojo. Cuestionada por el inquisidor tras una sesión de tortura, todo está documentado, reconoció que lanzó el hechizo, pero explicó que lo hizo porque se lo pidió la Virgen y hace una descripción increíble de la Virgen pidiéndole ese servicio. Esa parte de la historia es tan interesante como la de la élite pero no es la que trascendió, tuvo que buscarse y encontrarse. Yo me identifico con la victima entonces, pero también con el inquisidor. El proceso es el mismo, lo que hago es inquirir, pero a otros personajes, otras voces.
–¿Cómo se decidió a transitar ese camino?
-No confío en la memoria, pero de esto fui el único testigo y tengo el recuerdo muy vívido. Cerca de los 20 años, parado frente a la vitrina de una librería, tomé tres decisiones que mantengo hasta ahora: iba a ser historiador, iba a investigar sobre el sabbat de las brujas e iba a hacerlo desde el lado de las víctimas. Fue algo que decidí sin pensar en nada más, de manera espontánea. El método vino después. Pero muchos años más tarde un amigo italiano que había leído libros míos lo vio muy claramente, me dijo: «Miras la historia desde el lado de las víctimas, desde ese punto de vista, porque sos hebreo, tus padres eran judíos». Al escucharlo me sorprendí de no haber visto antes algo tan obvio, pero mantenerlo bajo la línea de lo consciente me permitió abordar el tema con mayor profundidad. Mi identificación con las víctimas era emocional, pero me interesaba contar el proceso desde las clases subalternas.
– En el libro Storia notturna: Una decifrazione del Sabba, ubicado en la primavera de 1321, narra cómo la idea de la gran conspiración logra la expulsión de los leprosos de la sociedad francesa. En 1348, los judíos fueron masacrados en la Francia meridional bajo la acusación de difundir la Peste Negra. ¿Son los inmigrantes hoy lo que fueron los judíos en 1348 con la Peste Negra o los leprosos en 1931?
-La víctimas no están exentas de responsabilidad, estudiarlas implica conocer además el contexto histórico. Los inmigrantes podrían ser esos judíos o esos leprosos, pero decir que es más de lo mismo no sirve. Por qué el presidente de los Estados Unidos decide identificar a un enemigo fuera y otro dentro del país en esos términos es algo que debería estudiarse.