Lo primero que uno descubre al proponerse a escribir sobre Borges es que se resiste a las simplificaciones, que no es posible fijarlo en una única visión. Fue maestro del cuento, poeta, traductor, conferencista, crítico literario, ensayista y un exquisito orador, y sus textos atraviesan los géneros.

Por eso, en “Borges. Una vida ilustrada” (la marca editora), Borges es muchos Borges. Y así lo presenta REP, que retrata como nadie a este personaje multifacético, y como es un artista lo recrea, lo reinventa, mientras nuestro autor va revelando nuevas facetas y nuevos rostros a medida que envejece y avanza en el armado de una obra monumental, y que circula traducida a más de 30 idiomas. 

Borges es hoy, por ejemplo, un fenómeno editorial en China, donde es nada menos que el autor más traducido del español.

Otro hecho no menos llamativo es que Borges perseguía el asombro como un valor, y esa emoción define su manera de estar en el mundo.

El asombro determina su interés por la filosofía -que le inculcó el padre-, y está a su vez  en el origen de su literatura.

Decía: “Si soy rico en algo, lo soy más en perplejidad que en certidumbre. Un colega declara desde su sillón que la filosofía es entendimiento claro y preciso; yo la definiría como la organización de las perplejidades esenciales del hombre”. Y también: “La filosofía es ir perfeccionándose hacia la muerte. La filosofía ha sido benéfica para mi obra.”



A través de la escritura, Borges también se propone replicar el efecto que a él mismo le provoca la lectura de los clásicos y de los grandes pensadores: es un hombre que vive y escribe en estado de asombro.

Un hecho no menos llamativo es que un país como el nuestro haya parido a un genio literario, que  además desarrolló casi toda su obra sin salir de Buenos Aires.

En esta ciudad, a la que regresó definitivamente en 1924 -después de los dos viajes a  Europa que afrontó la familia e incluyó una larga estadía en Ginebra y en España-, permaneció hasta 1961, y esos fueron sus años más valiosos y prolíficos.

Borges, una vida ilustrada

El libro dedica algunos capítulos iniciales a la manera en que se relacionaba con aquella Buenos Aires de comienzos del siglo XX y cómo la transforma a su vez en un escenario mítico para su literatura, que inspira poemarios como Fervor de Buenos Aires (1923), o Luna de enfrente (1925). 

Después, siguiendo una línea de tiempo que respeta una estricta cronología, el relato hace foco en ciertas etapas y episodios centrales de su vida: su formación en Europa -sin la cual seguramente Borges no hubiese llegado a ser quien fue-; su incursión y creciente presencia en el campo del periodismo cultural, ya en los tempranos años 20; así como la amistad con Victoria y con Bioy; sus años como funcionario público en la Biblioteca Miguel Cané y la Biblioteca Nacional, y su consagración internacional, a partir de que gana el premio Formentor en 1961, y hasta su muerte: en los últimos treinta años de su vida, ya ciego, Borges protagoniza un proceso inédito para un autor argentino.

En esa línea de tiempo  entran a jugar también algunas ideas o hipótesis relacionadas con su monumental construcción: desde las razones que lo llevaron a cumplir con un destino literario -sus padres imaginaron ese futuro para él, sobre todo Jorge Guillermo Borges, su padre, que había fantaseado con ese destino para sí-, a las decisiones que lo llevarían a convertirse en una leyenda viva, cuando Borges llega a convertirse en un personaje incluso más famoso que su propia obra, y en todo el mundo.

El crítico estadounidense Harold Bloom -ya fallecido, y autor de un famoso ensayo llamado “El canon occidental”-, al que se cita en el libro, ubica a Borges entre los tres escritores más importantes de la literatura en castellano de todos los tiempos,  junto a Cervantes y a Pablo Neruda.

Aun así, Borges, se reconocía, esencialmente, como un lector: creció rodeado de una biblioteca de ilimitados libros ingleses y se representó desde muy chico la felicidad bajo la forma de una biblioteca. Con los años, terminaría replicando esa inmensidad en su escritura:  es el autor que se propuso -y logra– representar el infinito. Y lo hace explorando las posibilidades literarias de la filosofía, la metafísica y la matemática. Al hacerlo ensancha el concepto mismo de lo que hoy entendemos por literatura.

Quienes amamos la lectura, quizás podamos identificarnos con una ambición común: la de conocer y vivenciar todo aquello que nos impide nuestra acotada existencia biológica. 

La lectura es el ejercicio de imaginarnos distintos, de ser otros, de experimentar lo que nunca nos tocó ni probablemente nos toque vivir. Por eso mismo, la lectura representa una posibilidad y una riqueza inagotables. Probablemente no haya ambición mayor que la de un gran lector, y Borges lo sabía.


Sin ser creyente -se definía como agnóstico- intuyo que también aspiraba  a una experiencia mística, que le revelara una verdad, a través de la lectura y, después, de la escritura. Y que sí fue feliz, a diferencia de lo que sostiene en ese famoso poema: antes que en sus amores, muchas veces platónicos o fallidos, o en sus experiencias de vida, encontró esa felicidad en los libros que leyó o le leyeron, y en los que llegó a escribir.

La escritura fue la consecuencia natural de esa encerrona que eligió como su forma de vida y la literatura termina siendo su verdadera pertenencia; acaso, su única patria.

Finalmente, quisimos desacralizar a un autor canónico pero para humanizarlo, para mostrar al hombre detrás del mito. Un hombre al que muchas de sus acciones y contradicciones exhiben también lleno de inseguridades y complejos. Y no lo salvamos de sus fatales errores políticos, que en algunos casos advirtió a tiempo como para disculparse públicamente, aunque le costaron el Nobel.

Solo en el plano de la creación literaria -como refleja, entre otros, su cuento El Sur, a mi modo de ver el mejor de los que firma y en el que se sueña bravo, como John Dahlmann, el protagonista, que sale a batirse a duelo de cuchillos en una llanura, incluso anticipando que probablemente va a morir-, Borges llegó a pensarse como ese guerrero temerario que, inspirado en sus ancestros militares, hubiera deseado ser. Aunque en realidad lo era, lo fue, solo que “peleó” en el campo de batalla de las letras. Y, por supuesto, salió airoso.

Este libro es una invitación a leerlo: pretende ser una vía de entrada a su obra, para que muchos otros se pregunten, como nosotros, “¿quién fue Borges?”.