Buenas noticias: Frank Bascombe está de regreso. Con 74 años sobre el lomo, el protagonista de la saga parida por el escritor estadounidense Richard Ford (1944) sale nuevamente a la carretera en Sé mía, novela recientemente publicada por Anagrama. Es su quinta aventura de la mano del autor nacido y criado en Mississippi. Los seguimos desde mediados de los neoliberales años ochenta de Reagan hasta estas épocas decadentistas de Trump.

La semilla fue la novela El periodista deportivo de 1984. Luego, sus andanzas y desandanzas fueron inmortalizadas en El Día de la Independencia (1995), Acción de Gracias (2006) y Francamente, Frank (2014). A esta altura del partido, con aires de despedida monumental en esta entrega, Bascombe es ya un personaje de la talla de Tom Swayer de Mark Twain o de Nathan Zuckerman de Philip Roth. Palabras mayores de la literatura craneada arriba del Río Bravo y más allá. Belleza americana marca Ford.

Vida de Bascombe

Historia rutera, relato peregrino, road novel. Con espíritu beatnik, no es la primera vez que Bascombe busca respuestas en el camino. “El Andariego, éxito por lo pequeño. Al Andariego la perseverancia le trae ventura”, dice el hexagrama 56 del I Ching. El viaje postrero por esa travesía que llamamos vida lo encuentra jubilado y siendo el devoto cuidador de su hijo Paul, que padece ELA y tiene a la muerte pisándole los talones.

“El misterio profundo y la historia real es la muerte. Pensadlo: yo lo hago a menudo, escuchando la respiración de mi hijo durante las horas trascendentes de cada noche, cuando pienso que estoy muriendo junto a él”, reflexiona Frank en la clínica de Minnesota donde su hijo recibe un tratamiento inútil.

El camino es la vida y la verdad. En el horizonte quizá hay respuestas. Padre e hijo deciden emprender una travesía en la previa de San Valentín hasta el monte Rushmore, monumento majestuoso y ridículo en dosis parejas. Esa montaña mágica yanqui tallada con los rostros de George Washington, Thomas Jefferson, Theodore Roosevelt I y Abraham Lincoln: “Ninguno de estos candidatos conseguiría ni un voto hoy en día: esclavista, misóginos, homófobos, belicistas, embaucadores históricos, todos jugando con el dinero de la casa”. No mires el presente, Frank.

Pilar de la gran novela americana, una vez más Ford pinta un fresco afligido e hilarante desde las entrañas de Estados Unidos durante el primer mandato del blondo Trump. Tono lírico y seco que acerca la pluma de Ford al cine del activo Clint Eastwood. Viaje al oeste, la novela puede ser leída también como un western: hay vaqueros, indios, llanuras no tan solitarias con centros comerciales y cadenas de hoteles.

Richard Ford Bascombe

La deriva padre-hijo en una chata Dodge rompe vientos por las heladas carreteras hasta Dakota del Norte es también una excusa para reflexionar sobre el final del camino que es la muerto, pero también sobre la “felicidad”, su búsqueda figura hasta en la declaración de independencia de los Estados Unidos. Los capítulos que abren y cierran la novela de Ford llevan tatuado ese título a secas. El viejo Bascombe nos deja una enseñanza postrera: “Y poco más que decir. ¿Cómo consigue una idea, dormida durante mucho tiempo, revivir y enarbolar su brillante estandarte para convertirse en una meta totalmente renovada? Ser feliz… antes de que caiga el telón gris.

O al menos plantearse por qué no lo eres, si es que no lo eres. Y preguntarte si vale la pena preocuparse por ello. Y yo sostengo que sí. Vale la pena preocuparse, aunque estoy seguro de poco más. Pero salir por la puerta, como sabía mi madre y como ‘sabía’ incluso Pug Minokur (si es que sabía algo), y no preocuparse por ser feliz es darle a la vida menos de lo que se merece. Que, al fin y al cabo, es para lo que estamos aquí: para darle a la vida todo lo que se merece, sin importar el tipo de persona que seamos. ¿O me equivoco?”