Aura García-Junco (México-1988) escribe sin red. Su último libro, el ensayo El día que aprendí que no sé amar lo prueba. En él habla de las relaciones amorosas de hoy y hace una crítica del amor romántico entendido como monógamo, para toda la vida, generalmente heterosexual. Pero desde la actualidad también se remonta a la antigüedad y toma ejemplos de la literatura. Por sus páginas desfilan desde Ovidio y su Arte de amar, hasta Paul Preciado y su teoría sobre el sexo y los géneros.
La autora jamás disocia las ideas abstractas de su propia experiencia personal. No tiene problema en abrir su intimidad cuando esta actitud contribuye a la claridad y permite “encarnar” conceptos, bajarlos desde las alturas del pensamiento abstracto al campo de batalla de lo cotidiano. La autorreferencia no es en ella un deseo de protagonismo, sino una forma de “poner el cuerpo” en la propia escritura.
De esa escritura sin red nace un libro que no ofrece recetas magistrales, sino que por el contrario, plantea interrogantes; que no critica una posición para reemplazarla por otro dogma, sino que pone todos los conceptos en tela de juicio. Cuestiona el amor romántico como un lastre patriarcal, pero no cuestiona a quienes lo practican. “No me interesaba escribir un libro que fuera pura moralina –dice–, que se la pasara regañando a quien lo lee.” Otro punto a destacar es que no sortea las contradicciones internas del feminismo, sino que, por el contrario, las incorpora. Habla desde un feminismo amplio que no impone modelos a seguir.
–¿Es posible pensar el amor por fuera de las imposiciones de la cultura?
–Creo que la idea de amor es muy amplia y tiene una parte que sin duda tiene que ver con factores químicos, hormonales y demás, que puede ser pensada por fuera de la cultura. Pero establecer hasta qué punto ese amor está imbricado con una serie de cuestiones culturales me parece prácticamente imposible. Por cierto, es lo cultural lo que prima y eso se puede ver en los cambios que ha sufrido la concepción del amor a lo largo de la historia en Occidente. En otras culturas puede ser radicalmente distinto, si pensamos en lo que era amor para los griegos, para los romanos y qué era el amor en la Edad Media, se puede observar claramente que se trata de una institución que está determinada por elementos contextuales como la economía y la política. Brigitte Vasallo dice que hay que cuestionar mucho la idea de lo natural, especialmente cuando vivimos en un mundo tan forzado por la mano del hombre y por la cultura.
–El deseo de exclusividad del amor que hoy recibe tantas críticas se expresa a través de una institución como el matrimonio, que tiene todos los presupuestos del amor romántico pero que en su origen tiene que ver con el patrimonio y otras cuestiones ajenas al amor. El matrimonio igualitario, sin embargo, viene a reivindicar el acceso a esa institución como un derecho. ¿De qué modo modifica esto el panorama de una institución tan conservadora?
–Creo que el matrimonio igualitario es un parteaguas, pero el matrimonio en sí lleva tanto tiempo cambiando que en este punto puede ser muchas cosas. Creo que en la Argentina la gente se casa bastante menos que en México. En mi país se casan, sobre todo, la clase alta y la clase baja. La clase media no se casa tanto desde lo civil, pero existen otras formas de celebrar el matrimonio, como es el matrimonio igualitario. Existe la idea de que todo lo que está por debajo del matrimonio tiene menos valor y que hay que recurrir a esta institución para darle legitimidad y socializar las relaciones. Se piensa que, de otro modo, las relaciones comienzan a ser tan efímeras que si no se les pone algo que les dé solidez, es muy difícil que sea duradero, a pesar de que pueda ser duradera la relación de una pareja que vive en concubinato. Desde la heterosexualidad monógama a veces se desprecia el matrimonio porque es un derecho que existe desde hace mucho. Pero si quisieras casarte con dos parejas, no podrías hacerlo. Hay una parte del matrimonio que tiene que ver con lo administrativo, pero hay otra que es la legitimidad cultural de las relaciones y creo que en este momento se está peleando por la legitimidad cultural de parejas que no tienen legitimidad por adelantado.
–¿De qué modo modifica la idea del amor romántico que existan redes para establecer parejas?
–Creo que hoy las redes sociales son una consecuencia de la penetración del capitalismo en nuestras relaciones. No estoy en contra de conseguir pareja de esa forma, pero no puedo dejar de lado que estamos teniendo un escaparate de personas en las que la cultura de la aprobación y el descarte están muy presentes. Es muy fácil comenzar a considerar a una persona como un producto cuando está siendo presentada como tal. El producto es la imagen y otra serie de cosas que se están vendiendo, que son lo que decimos que somos. Creo que es importante ir contra la corriente de pensar de manera automática a las personas como productos, porque entonces las estamos considerando menos que humanas. Creo que esto deriva de la tecnología misma, pero si hacemos un esfuerzo y vamos contra la corriente podemos volver a pensar a las personas que se presentan como producto como lo que en realidad son: personas.
–En algún momento no tan lejano, era una potestad del hombre tomar a la mujer como producto. En un baile, por ejemplo, era él el que elegía a quién sacar a bailar. Ahora lo que quizá ha pasado es que en ese tipo de redes, ambos son productos el uno para el otro.
–Sí, no sé si eso aún sucede, pero en un tiempo en Europa del Este había hombres que seleccionaban una pareja para casarse a través de una serie de fotografías, sobre todo a mujeres que estaban en una situación económica muy precaria y, de alguna forma, las redes sociales nos han puesto en una especie de equidad en este sentido. Ahora muchos hombres se venden a sí mismos como productos y se enfrentan a cosas que deben poner de frente, como la apariencia física. Esto también tiene que ver con la enorme cultura de la imagen en la que nos movemos no solo en las aplicaciones para conocer personas, sino en el resto de las redes sociales en las que, de alguna manera, también tenemos que performar una personalidad a partir de cosas que antes no nos exigían, por ejemplo, nuestra fotografía y la demostración en un par de líneas de lo que somos. En eso han cambiado mucho las exigencias respecto del hombre, especialmente las relacionadas con el físico.
–¿Eso favorece las relaciones o las deshumaniza, ya sea entre hombres y mujeres, hombres y hombres o mujeres y mujeres?
–En lo que se refiere a hombres y hombres, y mujeres y mujeres es una posibilidad de conocer personas con la misma preferencia sexual independientemente del contexto, lo que a veces es complejo porque sigue habiendo mucha discriminación. Entonces, las redes permiten salir de un contexto acotado e ir a un espacio más seguro. En lo que se refiere a la relación entre hombres y mujeres, por lo menos en un comienzo, nivela el territorio del ligue, pero se sigue performando una personalidad detrás de la cual hay muchos peligros, porque puedes conocer a un hombre que dentro de la aplicación parezca maravilloso y luego encontrar que es una persona violenta. Entonces, por un lado, hay un cierto nivelamiento en el terreno del ligue, pero sigue habiendo las mismas inequidades detrás. Por lo menos aquí, en México, es así, pasa muchísimo eso, la simulación inicial. Siguen existiendo cadenas de abuso. Por supuesto, no todos los hombres son violentos abusadores, pero creo que las aplicaciones no pueden borrar aquellas cosas que son patrones culturales.
–El tema de la prostitución, al que te referís en el libro, es conflictivo. Mientras algunos sectores piensan que no se puede vender el cuerpo como un producto, muchas trabajadoras sexuales reivindican su derecho a hacerlo. En el caso de las chicas trans, la prostitución fue y sigue siendo, a pesar de los cambios, una suerte de condena, por no ser admitidas en otros ámbitos laborales. ¿Cuál es tu posición?
–Hay que distinguir prostitución de trata, cosa que muchas veces no se hace. En México la trata está con todo, pero también existen trabajadoras sexuales independientes y hay muchos tipos de trabajo sexual. Hay desde quien solo vende sus fotografías hasta quien hace servicios sexuales físicos. Yo siempre voy a escuchar a las trabajadoras sexuales. Históricamente, las mujeres siempre han tenido muy pocas opciones, sobre todo en los casos en que son abandonadas por sus esposos con hijes de por medio, sin ninguna posibilidad de elección y lo único que tienen es su propio cuerpo. Yo soy una fiel creyente de que al cuerpo lo hacemos trabajar de diferentes maneras. Un obrero que trabaja 16 horas en una fábrica, también trabaja con el cuerpo y también lo está destruyendo. La dinámica cruenta del capitalismo hacia las personas que tienen menores oportunidades es brutal ya sea en el trabajo sexual, en el trabajo en una fábrica o en otras formas de vida que no son una fábrica, pero también implican una explotación del cuerpo. Lo que pasa es que el tabú alrededor del sexo es tal, que la distinción está siempre presente como si hubiera en él algo sucio e indeseable. Eso significa agregar una violencia adicional a las personas que ejercen el oficio de la prostitución. Al mismo tiempo que se las necesita socialmente, se las segrega y se las juzga, lo que es un comportamiento completamente hipócrita. «
Pornografía, la escuela del sexo
–Hablás de que la pornografía cosifica y está centrada en el placer del varón. Pero también te referís a ella en un sentido educativo y mencionás una nueva pornografía en que la mujer tendría otro tipo de protagonismo. ¿Cuáles son las razones por las que no la rechazás de plano y qué sería la neopornografía?
–El contorno es la pornografía que surge a partir del feminismo y que intenta resignificar el género. Lo que dice Paul Preciado y que cito en mi libro es que la pornografía reproduce el mundo tanto como lo crea y de igual manera. Por lo tanto, seguirá siendo un objeto de consumo –y esto es muy interesante– no porque la consumen hombres, sino porque la consumen también muchísimas mujeres. Entonces, por qué no volver a pensarla, por qué no crear pornografía que resignifique el mundo y que, a la vez, piense el deseo femenino como algo preponderante. Considerando que es la escuela sexual de muchísimas personas, este cambio nos permitiría tener escuelas de sexualidad mucho más equitativas, mucho menos violentas, mucho más susceptibles de promover una nueva subjetividad. Por eso, para mí no tiene ningún sentido dejarla de lado porque va a seguir siendo consumida y, en una sociedad con tantos tabúes, es pedagógica y seguirá siendo también la escuela del sexo.
Feminismo y «feministómetro»
“El feminismo que me interesa –dice Aura Garcia-Junco– es un feminismo abierto, un feminismo de la lucha, pero también de la reconciliación con nuestras propias contradicciones. No es un feminismo de la teoría perfecta ni de la aspiración por encima de la experiencia. Creo que si no es así, se generan estructuras rígidas que producen mucho dolor. He estado en colectivos feministas y hemos hablado abiertamente de cómo eso que llamo el “feministómetro” causa dolor por no poder llegar hasta el tope de él. Todo el tiempo estamos contradiciéndonos. Hay una sociedad que orilla ciertos lugares, tenemos una educación que no podemos quitarnos como si nos quitáramos los zapatos. Mi feminismo no es abolicionista ni separatista porque desde el separatismo es difícil construir las cosas que me interesa construir. No estoy sola en esto, sino junto a otras mujeres”.