“La prosa de Antonio Birabent –dice Juan José Becerra en la contratapa de Tres (Malisia), el primer libro del músico y actor- destella en su formidable modo de ver y en los matices de su percepción y lo que nos deja ver es el amor filial y la ilusión de la sangre común mezclándose con las crueldades y rarezas del mundo.” La definición es un buena síntesis de los relatos cuyo título remite a la relación que el autor establece con su padre, Moris, y con su hijo, Oliverio. A través de esta “bitácora personal que se define en función del afecto”, según define Eugenia Almeida, Birabent se revela como un observador agudo y sensible de los afectos y las relaciones, y como un caminante que mira con ojos recién estrenados las ciudades que no conoce o que conoce poco, pero también la que recorre todos los días. Y, en esa mirada extrañada que observa desde una distancia estratégica, paradójicamente, logra formar parte de los espacios que recorre.
Sin preocuparse por etiquetas ni definiciones, Birabent escribe, como dice Fabián Casas, “con la potencia de la vida”.
Tres se presentará el sábado 7 de mayo a las 20 en la Sala Victoria Ocampo de la Feria del Libro de Buenos Aires. Acompañará al autor Juan José Becerra.
-Vos sos conocido como compositor e intérprete y también como actor. ¿Estos antecedentes juegan a favor o en contra a la hora de publicar tu primer libro?
-Si me preocupara por los antecedentes, no hubiera hecho nada de lo que hice. Los antecedentes nunca me han preocupado en lo más mínimo. Lo que decís tiene que ver con la mirada del otro y cuando escribí el libro pensaba mucho en mi mundo, en mi experiencia, en mi familia, en mi memoria, en lo que me pasa cuando camino por la calle, cuando veo una palabra en un afiche, cuando escucho una conversación al paso. Los demás siempre esperan algo o no esperan nada, pero escribí el libro más como una necesidad humana que como un gesto literario. Por eso me gusta lo que dice Fabián Casas en la contratapa de escribir sin hacer literatura.
–Me permito una breve acotación a lo que dice Casas. Más allá de la intención con la que lo escribiste, si no tuvieras el manejo de la narración que tenés, es decir, si no hicieras “literatura”, probablemente no lograrías que tu experiencia le interesara al lector.
-Bueno, llevo 35 años jugando con las palabras. Quizá eso me dé esa capacidad, aunque no lo sé, porque la capacidad tiene que ver con cuánto le gusta lo que hacés al que está enfrente.
–Llevás mucho tiempo jugando con las palabras, pero el juego que hacés en el libro es distinto del de tus canciones.
-Mirá, estoy leyendo un libro de Bolaño de los primeros años y como leí los de los últimos, leo y me digo “ah, mirá, acá todavía no había encontrado algunas sutilezas que encontró al final”. Creo que siempre estamos en construcción, cuando empezás y cuando estamos terminando. Como nunca he estado encajonado en una actividad, siempre me he sentido más cerca del amateurismo que de la gran profesionalidad. No importa si llevo toda una vida haciéndolo, cada vez que voy a actuar o tengo que cantar, me siento frente a un precipicio, y cada vez lo salto con más alegría.
–Creo que tus relatos son como figuras caleidoscópicas: se arman de piedritas, de cosas aparentemente triviales que, en la suma, terminan por adquirir un sentido más profundo. ¿Lo sentís así?
-Me encanta que uses la palabra “trivial”. Siempre me gustó lo especial en lo trivial. Me gusta cuando puedo descubrir lo maravilloso que hay escondido en que una anécdota privada o familiar, o en una observación al paso; por ejemplo en un señor viejo, encorvado, que pasa al lado de mi hijo y le devuelve la pelota. El libro está hecho de observaciones grandes de hechos pequeños.
–Me recuerda la famosa frase de John Lennon que dice que la vida son las pequeñas cosas que nos pasan mientras estamos embarcados en grandes planes.
-Sí, Juan José Becerra me dice que yo pongo la lupa en los segundos planos, en la distracción. Es lindísimo lo que dice porque es verdad. En los segundos planos que parecen ser poco importantes, yo encuentro situaciones hermosas y algunas horribles. A veces esas situaciones son tan evidentes que nos las vemos. Nos va ganando lo digital, nos va durmiendo, vamos perdiendo algunos ritos que tienen que ver con el lenguaje, con la comunicación. Creo que mi libro es una apología de la curiosidad.
–Hablás de tu hijo. Por otro lado, hablás de tu padre con un gran respeto y admiración y, como nos sucede a todos en algún momento de la vida, hay un cuidado que te convierte también un poco en padre de él. ¿Te sentís padre por partida doble?
-Sí, hay un cuidado de mi papá y creo que es verdad que por un tema de fortaleza física nos convertimos un poco en padres y madres de los que han sido y siguen siendo nuestros padres y nuestras madres, pero quizá con otra disposición física, con otro ánimo. Como decís, en el libro hay alguien que se balancea entre sus posición de padre y su condición de hijo y que juega con eso tan extraordinario de los dos roles al mismo tiempo. No sé si me convierto exactamente en el padre de mi padre, pero sí es cierto que cumplo un rol de protección que no cumplía cuando era chico.
–Sos observador de distintas ciudades: Buenos Aires, Medellín, Bogotá… Sos un caminante que observa. Para observar hay que mirar desde afuera, hay que correrse y mirar con cierto extrañamiento. ¿Sentís que es así cómo mirás?
-Sí. Es más, en un momento del proceso de trabajo sobre el libro el título iba a ser El hombre que camina y mira. Caminar las ciudades es mi manera de sentirme más próximo a ellas. Es curioso, pero corriéndome a un costado es como me siento más en consonancia con la ciudad. Eso me pasa en Buenos Aires, pero también en ciudades en las que estoy sólo dos o tres días, pero de las que me siento parte. Tengo una curiosidad permanente por lo que tengo alrededor, por las personas con las cuales me cruzo. Eso me mantiene un poco virgen, me hace no dar por hecho las cosas. Me sigo deslumbrando con la ciudad que conozco, con las personas que conozco.
–Para ser un observador hay que salir del piloto automático, desautomatizar la percepción.
-Exactamente. Buena parte del libro tiene que ver con eso, con estar despierto. El primer relato dice “Ya no voy a dormir más, quiero despertar para siempre”.
–En el libro te referís a tu padre llamándolo El, con mayúscula. La primera vez que lo leí pensé que te referías a Dios. A tu mamá la mencionás como Ella. ¿Por qué elegiste la mayúscula?
-«El» no se refiere a Dios porque mi formación religiosa es nula. Es un juego de palabras y en ese El hay un error hecho a propósito: no lleva tilde. Hay hay un juego literario de no nombrarlos, pero de alguna manera estar nombrándolos todo el tiempo. Me pareció lindo darles ese cariz misterioso, si está claro quiénes son. La falta de tilde en El es una forma de distinguirlo de un Él común.
–Es cierto que tu padre tiene toda una trayectoria musical que compartís. De todos modos, llama la atención lo preponderante que es en el libro la figura de él sobre la de tu madre. ¿A qué responde esa elección?
-La elección no tiene nada que ver con la trayectoria. El libro es un recorte. En los últimos años debo haber escrito unos 400 relatos y en el libro hay 89. El libro podría haber sido otra cosa. En la edición la gente de la editorial Malisia me ayudó a definir por dónde ir. Había otros relatos con otra orientación, otra línea de pensamiento y elegimos esta. Yo valoro mucho cómo han construido la familia mis padres. Cada uno lo hizo a su manera, pero se han complementado de una manera extraordinaria. No es fácil, por ejemplo, desarmar una casa e irse con dos chicos a Madrid con unos pocos dólares como tuvieron que hacerlo en el 76.Pero actuaron con mucho coraje y lo hicieron muy bien. Esto no lo percibís de chico y menos de adolescente, pero ahora lo puedo valorar.
–¿Cuál fue el criterio de elección?
-Creo que los ejes fueron dos: lo muy personal, mi experiencia propia, y mantener cierto misterio sobre la realidad más cruda.
-Mostrás un padre pudoroso en sus expresiones, que desdramatiza las cosas, que no es efectista al comunicar. ¿Cuál fue su reacción ante este libro que lo expone?
-Tanto mi padre como mi madre lo que han visto entre líneas claramente es la sensibilidad y el amor por la familia. De hecho lo digo en alguno de los relatos. Es un libro muy autobiográfico y entonces tiene que ver con la verdad de mi familia, por lo menos con la verdad que veo yo. Seguramente, si el libro lo hubiera escrito mi hermano, sería otro. Eso me parece interesante, porque no hay una verdad sobre las familias, hay distintas visiones sobre los mismos hechos.
–Me pareció que en tu escritura hay cierto control, cierto pudor, nunca va al desborde. ¿Ese control es consciente?
-Creo que de lo que estás hablando es de mi personalidad. Los que me conocen sabe que detrás de una actitud aparentemente medida hay una enorme sensibilidad. Mi madre me dijo con un poco de ironía:“se nota en el libro que sos más sensible aun de los que parecés». Me reí. «¿Te parece, mamá?». «Sí, sí», me contestó». «Bueno, le dije, menos mal que lo ves.» Creo que en el libro hay una actitud medida, diplomática frente a las cosas, que esconde una sensibilidad desbordada.
-Diría que en su escritura hay una cierta elegancia.
-Sí, el pudor es elegante. Creo que es algo que heredé de mis padres y de mis abuelos. Pero el libro, sin duda, es una manera de desnudarme.
–De desnudarte púdicamente, diría. No hacés un streap tease escandaloso.
-Sí, a mi estilo, no como las chicas que hacen promoción de un sitio porno (risas). «
Lenguaje y exilio
-Incluso cuando en tu libro hablás de Buenos Aires no usas un lenguaje porteño.
-Es verdad y eso tiene que ver con nuestra formación hispánica. Si nos escucharas hablar a mi hermano José y a mí podrías comprobar el lenguaje español que aún hoy conservamos, aunque volvimos del exilio en Madrid hace 35 años. Nuestra formación infantil y adolescente terminó en el año ’87. Sin embargo, seguimos atravesados, sin duda, por el mundo hispánico. Somos producto de esa mezcla. He pensado muchas veces que lo que nos pasó a nosotros es un claro ejemplo de cómo querés ver las cosas. En el ’76 nos fuimos de acá de un día para otro. En una semana mis padres tuvieron que desarmar la casa y salir. Hoy podríamos seguir haciendo el llanto del tango. Sin embargo, enseguida entendimos que ese desastre era también una oportunidad.
Mis padres y nosotros somos producto, entre otras cosas, de ese exilio. Por eso dejé en el libro el cuento que se llama “23F” que narra un episodio de 1981 que casi da un vuelco a la historia española, el Tejerazo. Estuvieron a punto de dar un golpe de Estado. Son situaciones de vida que te van marcando. Y en mi familia estamos muy marcados, muy atravesados por lo criollo rioplatense y también por ese mundo español.