Hermanos elegidos, cómplices, compinches, compañeros, pares de la vida, íntimos, compadres confidentes. Eso son los amigos, que llenan vacíos imposibles y cuya ausencia provoca daños increíbles.
Los amigos son gente con la que se comparte todo, aquello que te permite mandarte la parte y, cuando cuadra, lo que te parte el alma. Con los amigos uno se animaría a ir a cualquier parte con ellos. Los amigos son parte de nuestras mejores convicciones y elecciones, las fáciles y las difíciles: el cine, el fútbol, el oficio, la política, los amores. Precisamente, se habla de «hinchadas amigas» (de esto hay cada vez menos) y de los amigos de lo ajeno; no nos salvamos de que nuestros padres alguna vez nos dijeran en tono de reproche: «Vos tenés cada amigo, nene…»; se condena al funcionario sorprendido haciendo amiguismo.
Tengo amigos de todos los tiempos. Amigos de mi infancia en el barrio de Floresta; amigos de la escuela secundaria; amigos del periodismo; amigos de la cancha; tengo amigos de aquí y de cuando viví en México; tengo amigos que ya no están pero, como dice el tango, aún me guían. Tengo viejos amigos y amigos nuevos. No un millón, como aún insiste desde su canción Roberto Carlos, pero, seguro, son una punta. Tengo tantos amigos como amigas, esas diosas de la sabiduría que me enseñaron lo que en ningún libro pude descubrir. Cada día las admiro más. Y hasta tengo amigos que nunca conocí y, posiblemente, nunca conoceré, pero de los que me siento amigo por admiración.
Cuando pensamos que solos nos resultará imposible. Cuando no podemos más de felicidad o de pena. Cuando necesitamos un oído cercano porque alguien tenía que saberlo.Cuando buscamos salvoconductos de expiación, penitencia o culpa. Cuando precisamos ponernos a prueba, buscamos a una amiga o a un amigo.
Amigos míos: de travesuras, de juramentos, de sufrimientos, de rupturas, de locuras, de ideas compartidas, de proyectos imposibles y, especialmente de chismes, risas y comidas inolvidables.
Amigos que bancan, que respetan, que reparten lo poco o mucho que haya, que acompañan el sentimiento. Nada que ver con ese tango que asegura que «los amigos son amigos, siempre y cuando les convenga».
Amigos que ven en la amistad una posibilidad de servicio al prójimo.
Amigos con onda, de esos que no exigen nada a cambio, con compromiso, con afecto: amigazos, amiguitos y amiguitas leales.
Todos tan cálidos, generosos, queridos.
En algún libro de frases de Jorge Luis Borges, que supo tener en Adolfo Bioy Casares a un amigo dilecto, sostiene que «quizás la amistad es superior al amor porque en el amor hay mucho de ansiedad, de exigencia y de desconfianza, cosas que no hay en la amistad». No sé si estoy muy de acuerdo, maestro. Y otro maestro, el trovador Joan Manuel Serrat, nos informó en un himno memorable que todos sus amigos eran unos atorrantes. Y aquí estoy todavía menos de acuerdo.
Mis amigos, en cambio, son todos laburantes, y les gusta serlo. En este mismo momento, muchos de ellos, despedidos por un gobierno desalmado y que sólo beneficia a sus amigotes o por patrones insensibles en cuyo glosario la palabra amistad no existe, la están pasando muy mal. Por eso, a los destratadores seriales les digo: ¡Amigos, las pelotas!
No está de más hablar de las enemistades en un tiempo en que ha cobrado vigencia la expresión «Enemigos íntimos».
Ya sé que para ser, o sentirse, amigo de alguien, no se necesitan fechas especiales, como una que se avecina (el viernes venidero, 20 de julio), ni hablarse o watsapearse todos los días. Bastará con saber que el otro está y uno también. Pero, a veces, la prisión de las obligaciones o el exceso de trabajo nos distancia de la vida con amigos.
Por las dudas, aprovecho esta columna para solicitar mi disculpa pública si es que ellos piensan que no aparezco o no saben de mí con la frecuencia que necesitan. Pero también les cuento que preferiría que se diga de mí que me perdí esos momentos únicos por bobo y no por mal amigo.
Pero, ¿qué es hoy la amistad que se subasta a distancia, y sin abrazos, por Internet? Amigos de Facebook: extraña confabulación en la que el más popular –aunque seguramente no el más querido– será aquel que reúna más adhesiones. No estoy en ninguna red social, pero sé que son sumamente eficaces para restablecer vínculos del pasado, escolares, afectivos, amorosos. No es mucho, ni poco. Solamente es un signo de la época.
Yo sigo prefiriendo el llamado oportuno y el posterior encuentro en bares, café de por medio.«