Después de su descanso en San Antonio, Uruguay, un lugar donde no hay nadie, la dramaturga, directora y actriz cuenta a Tiempo sus lecturas y su formación en residencias internacionales. Además repasa su obra Los milagros (a reestrenarse en Timbre 4, el jueves 9 de marzo a las 20:30), una pieza que escenifica la relación signada por el conflicto entre una madre y una hija en una casa de mujeres (ver aparte).
Puntualmente, conversamos acerca de los enlaces de su producción respecto de su última obra Weiwei publicada por notanpüan, un sello de libreros de San Isidro con décadas de experiencia, que promueve tanto novelas como cuentos en estrecho vínculo con escrituras de la dramaturgia y la problematización del oficio de escribir y leer.
Luz López cumple con la escritura en un trabajo de hormiga, y potencia su talento por sus variadas formaciones, pasando por la Emad y talleres de formadores (José María Brindisi, Lola Arias, Romina Freschi). En sus últimas lecturas se embarcó en el Manual para la limpieza de Lucía Berlín, una escritora estadounidense que murió en 2004, que estaba en la sombra, y quien según reflexiona puede hacer una operación literaria con la tragedia de su vida.
Además arremetió a la filosófica y titánica tarea de lectura de la Montaña mágica de Thomas Mann. En esta clave que funciona como guiño para comprenderla como creadora, la enfermedad y la escritura rumbean una verdad que pareciera trazarse en su misma novela.
Gestora, además, de «Lecturas en el jardín», ciclo que va un jueves por mes, con cita el 23 de febrero a las 20 en Zelaya 3134, coordinado junto con su amiga y actriz Martina Juncadella, Agostina sostiene los motivos de esta conversación dada en el Bar de la Poesía en San Telmo y promueve lecturas en voz alta de narradoras y poetas, así también el hecho de motivar el gusto por los multi-géneros como si se atravesara un bosque bordeado por diversos elementos de la imaginación y la belleza.
-¿Cómo fue tu residencia de teatro Royal Court en Londres?
-Fue en julio de 2014, éramos unos 5 participantes por lo que era multicultural e integrador. El teatro es típico de la dramaturgia de Londres. De nuestro país ya fueron Lola Arias y Rafael Spregelburg. Había un workshop de escritores y directores con actividades. Además había que escribir una obra. Era un grupo reducido de residentes con un tutor personal con los que charlabas los temas. En mi caso coincidía en que no pensamos la estructura tan rígidamente.
-¿Qué diferencia hay entre hacer una residencia en dramaturgia y cumplir una de escritura?
-Más bien difería en el enfoque. Lo que tiene el teatro es que incluye la salida a ver obras de corte comercial, independiente y otros panoramas. Son actividades sociales. Leer es más solitario e introspectivo. En cambio, el mismo hecho de hacer teatro requiere un acto con otros. Por eso mismo la residencia en dramaturgia incluye la interacción.
-¿Los Milagros fue escrita en la residencia en Londres?
-Ahí empecé. Entregué la primera versión en octubre de 2014, mientras estaba trabajando Weiwei con Iosi Havilio y la frené para escribir teatro. Los Milagros se terminó de construir en su montaje con los videos, las actrices, las improvisaciones. Gracias a Ariel Farace, que conduce Libros Drama, en formato de fanzine pude publicarla, pero siento que es más para ver.
-¿Dirigiste alguna obra ajena?
-Sí, en el festival que organiza Matías Umpierrez en la 2da edición del Festival Internacional de Dramaturgia Europa América. Yo monté un texto de un autor suizo en El Elefante teatro. Era por encargo y estuvo bueno el desafío porque por mí misma no lo hubiera hecho. Tuve libertad porque no me encontraba apegada al texto.
-Hay una mentada problematización de la visión en Weiwei, una pérdida de lentes que abre una nebulosa, una especie de ceguera de la protagonista. ¿Cómo funciona en términos de visión o no visión de María?
-Me gusta la idea de los anteojos. Ese miedo que tiene ella de perderlos, de no poder ver nada, pero lo que sí puede ver bien es lo que tiene muy cerca. Me parece que en esa lejanía -y cercanía- que establece, se formula la novela: cómo ella va contando las cosas. Por ejemplo, los relatos de las experiencias amorosas parecen que estuvieran muy cerca. Y, en su manera de narrar, cobran un tono de diario íntimo. Y por otro lado, cuando habla de las amigas, cuenta la historia de otro, como un reflejo de ella misma. Ahí es cuando está más lejos. Asimismo, en la investigación familiar surge una narración en tercera persona, porque al estar demasiado cerca (por ser la propia familia) se aleja para poder narrarlo. Luego vuelve a la residencia, donde el personaje llega a otro estadio. Justo leí en la página de La Vecina libros, una chica que tiene una librería en su casa, algo sobre el libro: «Este libro me pareció como entrar al mar por unas horas, dejar que el agua me arrastre y de algún modo aparecer nuevamente en la orilla, aunque no sea la misma orilla por la que entré.» Yo lo relacioné con esta estructura del libro, que empieza y termina en la residencia pero cuando vuelve otra vez al castillo después de haber narrado sobre su novio, sus amigas y su familia, vuelve desde otro lugar.
-Como atravesar un bosque o salir del mar, en Weiwei está el jardín en su estado de borrachera y quiebre. Sin embargo, ella puede volver al castillo.
-Nunca lo había pensado, cuando termina el primer capítulo, ella entra al jardín. Es verdad, ingresa y comienza a contar.
-La novela habla del miedo. Hay una frase que dice que el miedo es material y no poético. ¿Escribís poesía?
-Tengo unos poemas de chica. Hice un taller con Romina Freschi, en el que leíamos juntas. Escribí bastante hasta que empecé con el teatro y lo abandoné. Volví a escribir narrativa, pero me encanta la poesía, me gusta leerla.
-¿Dentro de tus guiones hay poesía filtrada?
-Sí. De hecho hay textos más poéticos que otros. Bueno, poético es todo.
-La pérdida de lentes, la casa de mujeres, el abandono son temas en tus obras. ¿Cómo se articulan en la novela y en tu obra de teatro?
-En Los milagros está desde el vamos, es una obra íntegramente de mujeres, y como punto de partida la vida de Martina y las distintas edades: la madre, la abuela, como si fuera ella misma pero en el futuro, sumado a la idea de la amiga extraña que viene a transformar la casa. La casa de mujeres tenía que ver con mi experiencia, viví con mi hermana y mi mamá y tengo muchas amigas, soy de estar mucho con mujeres (risas) y hay algo de eso que me interesa explorar. En otra entrevista conté que me interesaban lo femenino y lo masculino como energía, que podía estar en un hombre y una mujer. En el capítulo Las amigas pensaba en otras que funcionan como ella, en una experiencia que ella vive como propia. Una de las chicas tiene un brote y lo asume como si lo hubiera padecido ella misma. La violación, por ejemplo, le revoluciona su concepción del mundo. Son experiencias fuertes que en esa edad la atraviesa.
-Hay una sensibilidad particular del personaje al que se le pregna la experiencia del otro.
-Identificación no es la palabra. Hace poco leí Amo a Dick, de Chris Kraus. Habla de la filtración, habría unas aberturas que hace que se te filtren las cosas, la experiencia del otro se captura y se vive como personal. La narradora tiene agujeros donde todo lo que le pasa a los otros se le filtra.
-Como otras críticas, marqué el concepto de escritura prematura como clave en Weiwei, aunque como recurso me sorprendió el juego con las dos madres: la madre de la escritura y la madre real. La real le aconseja escribir para no enfermar. ¿Creés que la literatura cumple esa función?
-Es muy difícil para mí responder si la escritura sana. Yo pasé por una situación dolorosa y la escribí y al final ese material fue descartado porque no tenía distancia, se volvía demasiado solemne. La escritura es parte de mi vida desde que soy chica. Escribir fue algo natural que nunca me pregunté y que quizás ahora tengo más consciencia de que lo elegí como camino. Al mismo tiempo, siempre escribí pero recién ahora y después de un trabajo de hormiga publiqué mi primer libro. En el teatro, vengo desde hace más tiempo escribiendo y montando mis propias obras.
-¿Qué expectativa de lectura tenés o a quién le escribiste?
-Entiendo que el libro tiene mucha vida y entonces intuyo que puede tocar otras vidas. Más allá de que su estructura no es convencional, no es un libro críptico y en ese sentido me parece que se puede leer fácil, que puede tocar a quien lo lee. También hay un trabajo sobre la forma, una experimentación con la manera de contar. La búsqueda de un universo propio.