“A todos nos pasan pequeñas cosas que, por acumulación, terminan siendo la vida”, dice durante la entrevista Adriana Riva, autora de una novela entrañable, Ruth (Seix Barral) publicada recientemente. Así, la escritora suscribe la frase de John Lennon que dice que la vida son las pequeñas cosas que nos pasan mientras estamos ocupados en grandes planes.
Ruth es una gran novela de lo pequeño, una novela sobre la vejez. Por supuesto, como sucede con todo texto rico, también éste se presta a muchas otras lecturas. En él se mezclan el humor y la profundidad para cuestionar el concepto de vejez que tienen las sociedades occidentales y para reivindicar la ancianidad como una etapa que puede ser tan rica y productiva como cualquier otra, pese a la proximidad de la muerte y a ciertas inevitables traiciones que suele procurarnos nuestro propio cuerpo.
Alejada por igual de la ancianidad como tragedia oscura y de la visión maníaca de la vejez que pretende imponernos la autoayuda, Ruth no baja línea, no es manifiesto ni declaración de principios. Es ni más ni menos que una observación sagaz y sensible, una aproximación desprejuiciada al mundo de la ancianidad. Y es, sobre todo, buena literatura.
Adriana Riva
-¿Cómo hiciste para concebir un personaje como Ruth que ronda los 80 años?
-El puntapié inicial fue mi madre que comparte ciertas características con Ruth: es una señora en el umbral de los 80, judía, viuda y le gusta mucho el arte. Noté que hay poca literatura sobre la vejez y sobre todo, poca literatura que la trate desde un lugar un poquito más luminoso, no sólo desde los achaques, la enfermedad como el Alzheimer o los últimos días en la vida de alguien. Se extendió tanto la expectativa de vida que creo que es hacia donde vamos muchos de nosotros.
Además, es difícil definir cuándo empieza la vejez. Me parece que es una etapa de la vida bastante amplia e inexplorada por los menos en términos literarios. Además, tengo mucha gente mayor alrededor, así que me interesaba plantear algunas cosas. Así empezó la novela.
-Igual me parece que es difícil a tu edad ponerse en la piel de alguien viejo. Hay cosas de la vejez que están a la vista y otras que no. Aunque te mantengas activo, la vejez es una especie de exilio. ¿Cómo lograste entender lo que es?
-Como te decía, por un lado está mi madre, con la que tengo una relación bastante cercana. De hecho, la mujer que aparece de espaldas en la tapa de la novela mirando un cuadro de Frank Rothko es mi madre. Ella es un referente, lo mismo que mi tía que tiene 4 años más. Yo las observo mucho. Estoy de acuerdo con que la vejez es una especie de exilio que impone la sociedad desde el vamos con la idea de la jubilación que mide a las personas en términos utilitarios.
Se considera que pueden hacer cosas hasta determinada edad y de ahí en adelante todo lo que hagan resultará sorpresivo. Por lo menos desde Occidente, me parece que está muy mal enfocada la mirada sobre la vejez. Me impresionó la buena recepción que tuvo el libro entre gente mucho más joven que el personaje, gente que está entre los 40 y los 60.
-¿Qué te comentaban?
-Me decían que se sentían muy identificados con Ruth, que no hace falta llegar a los 80 para sentirse abrumado por el tiempo, por las exigencias de la vida. Noté que hay cierta vergüenza por ser una persona mayor, como si uno tuviera que avergonzarse de esa condición que es una condición humana a la que, en el mejor de los casos, vamos a llegar todos. Me pasó un poco eso. Leí muchos libros sociológicos, filosóficos y de ficción. El libro de Simone de Beauvoir La vejez me pareció muy acertado.
Fue escrito hace mucho tiempo, sin embargo, creo que sigue habiendo la misma mirada despreciativa hacia la gente mayor. Pensé que la gente puede mirar como quiera, pero que existe este otro lado de la vejez que es luminoso. Hay muchas cosas para hacer, porque la vejez es una de las etapas más largas ya que es difícil determinar cuándo empieza. Hay gente a la que la vejez le empieza a los 60 y a partir de allí se pueden vivir tres o cuatro décadas. Antes la gente se moría a los 60, pero ahora hay quien cumple 100 años como si nada.
-Leí un libro de Federico Jeanmaire que se formula la misma pregunta: cuándo se comienza a ser viejo. Más allá de lo que te diga el cuerpo, uno se siente viejo cuando los demás te dicen que somos viejos.
Mientras trabajaba en el libro escuché un podcast que se llama Wiser than me. La actriz que interpreta a Elaine en Seinfeld, Julia Louis-Dreyfus, entrevista a mujeres más sabias que ella y son todas mujeres mayores: Jane Fonda, Isabel Allende, Julie Andrews, Patti Smith… Todas ellas tienen entre 70 y 90 años. La actriz les preguntan qué edad tienen y si se sienten cómodas diciendo su edad y todas contestan que sí, pero que se sienten más jóvenes. Patti Smith dice tengo esta edad pero en mi cabeza tengo 11 o 12 años porque toda la vida fui una niña.
Así como se dice que uno acarrea al niño por siempre, creo que uno acarrea al viejo por siempre. Pero si tu documento dice que naciste en la década del 40, por ejemplo, ya te consideran una persona mayor aunque uno pueda seguir haciendo lo que hacía. Es cierto que pueden existir limitaciones físicas, eso es verdad, pero también es cierto que uno puede estar mentalmente mejor que a los 40. Creo que no hay que dar por sentado que los viejos son sólo abuelos y abuelas, que sólo sirven casi como elementos decorativos.
-Algo similar pasa cuando los hijos comienzan a ir a la escuela. Todos nos convertimos en “papis” y “mamis” como si no fuéramos otra cosa.
-Es cierto y molesta mucho que uno quiera salir de ahí, incluso le molesta a los más próximos, a la gente querida. Durante la pandemia vi cómo se encerraba a los viejos como si no pudieran decidir si salir o no a la calle. El gesto es cariñoso, pero no toma en cuenta si esa persona tiene ganas o no de salir. Es como si los viejos perdieran el control de sus vidas. En la novela eso aparece en ciertas amigas de Ruth cuyos hijos deciden por ellas.
-Como la hija de Fanni.
-Exacto, como la hija de Fanni. Creo que eso que se hace en nombre de la protección está mal.
-En tu novela hay un humor que va contra la visión trágica de las personas viejas. ¿Ese humor es una característica de tu escritura o sólo de este libro?
-Creo que es algo habitual en mí porque me parece importante que los libros logren o intenten hacer reír, que le quiten solemnidad a ciertas cosas. Yo no quería hacer un ensayo sobre la vejez, no quería bajar línea. Además, el tema es profundo porque la última etapa de la vida puede tener cosas muy luminosas, no deja de ser un momento de mucha reflexión porque uno se acerca al fin de la vida. No quería contar un cuento de hadas sobre la vejez, ni tampoco hacer algo trágico.
Simplemente quería equilibrar las cosas buenas con las malas. Hay gente que odia su juventud y que no querría volver a ella. También hay infancias que están muy lejos de la imagen idealizada de la niñez. Pero hay una generalización que no comparto, como que la infancia es el lugar seguro y la juventud es necesariamente algo bueno, porque no lo es para todo el mundo. Lo mismo sucede con la vejez. Puede tener algo de soledad, algo reflexivo porque uno acarrea muchos muertos consigo, pero también puede tener cosas que compensen todo eso. Independientemente del tema, me parece que el humor es importante en la literatura y en la vida.
-¿Qué creés que hay de bueno en la vejez?
-La deconstrucción. Uno se puede sacar las caretas y decir lo que tiene ganas de decir aunque sea políticamente incorrecto. En esa etapa uno está habilitado para decir lo que en otro momento hubiera caído mal. Ruth dice lo que tiene ganas de decir porque ya no debe rendirle cuentas a nadie más que a sí misma.
-Otro de las cosas que se les niegan a los viejos es la curiosidad. Ruth es intelectualmente inquieta, siente un gran amor por las artes plásticas, le gusta la literatura, tiene un gran mundo interior y la vida le sigue planteando interrogantes.
-Totalmente. La curiosidad junto con la duda son el motor de la vida de Ruth. Ella siente ganas de conocer artistas visuales que es lo que a ella más le gusta. Pero también podrían haber sido escritores, películas, teatro.
Eso le permite construir su propio mundo sin estar pendiente de que los hijos la llamen, sin necesidad de que la visiten siempre sus nietas. Ella tiene su propio mundo interior, tiene curiosidad, ganas de seguir aprendiendo. Eso es fundamental en cualquier etapa de la vida, no solamente en la vejez.
Aunque haya cosas que el cuerpo no le permite hacer, se puede seguir sintiendo curiosidad hasta el último de los días. Me parecía importante mostrar eso. De hecho, mucha gente que leyó el libro me dijo cosas como que no conocía a tal o cual artista. Como decían en Wisar than me, una persona mayor puede abrirla los ojos a otra. Nuestro tiempo es finito, pero el mundo del arte es infinito.
–Me gustó mucho, por ejemplo, el juicio sobre Pessoa que hace Ruth. Me hizo acordar de Leopoldo Brizuela que, si no recuerdo mal, decía que Pessoa era un poeta sobrevalorado. Y Brizuela murió muy joven. No me parece fácil ejercer la crítica de alguien tan consagrado.
– Claro, en el caso de Ruth, sus comentarios sobre Pessoa son lo que le permite hacer la edad. Le sucede lo mismo con las óperas. No tiene ningún prurito en decir hasta acá entiendo, mi comprensión llega hasta aquí. Eso no le impide seguir emocionándose. No es que le interese bajar línea, es que tiene habilitada la crítica, el derecho de no coincidir con los criterios instaurados.
La intimidad de la escritura
–¿Cómo fue el proceso de escritura de Ruth? La novela fluye pero bajo el fluir que parece natural suele haber un gran trabajo de escritura. ¿Cómo fue en tu caso?
–La trabajé el año pasado en el taller de Federico Falco. Por suerte tuve un grupo muy bueno. El taller de Federico es semanal, por lo que semana a semana veía el entusiasmo de mis compañeros que me decían esto sí, esto no, esto funciona… Hasta te diría que ellos vieron a Ruth antes que yo. Hablábamos mucho. Luego, claro, el trabajo de escritura es en soledad. Yo soy muy insegura por lo que me gusta ir cotejando lo que escribo y, por suerte, el grupo fue buenísimo. Confió ciegamente en el proyecto de la novela desde el principio. Al comienzo surgían preguntas como cómo va seguir, cuál va a ser la trama. Hasta que, de pronto, me di cuenta de que era una novela de personaje. Por eso su título es un nombre, aunque esto surgió al final. Entendí que era cuestión de ponerla a Ruth a hacer cosas, las que fueran. Eso me habilitaba a escribir textos breves, por eso la novela está fragmentada, lo que me dio mucha libertad y me permitió trabajar de una forma muy distinta que en mi novela anterior, en la que había un arco narrativo más amplio.
Vivir en la cocina
–Ruth hace de la cocina su living. Vive, sobre todo, en la cocina. Eso me hizo recordar algo que decía el arquitecto Rodolfo Livingston: que la clase media imitaba el living de las clases altas que tenían servicio doméstico que cocinaba. En la clase media, en cambio, generalmente, las invitadas ayudan a lavar los platos, entonces, no tiene sentido mantener la cocina separada del living.
–Totalmente. Te tengo que decir que me revelaste la fuente porque vi un documental de Livingston mientras escribía Ruth que no recordaba. En el que decía exactamente eso, que me pareció maravilloso. El living es un espacio medio boludón en el que uno no está nunca. Ruth se siente cómoda en la cocina. Yo también vivo en la cocina.
Allí está la pava a mano para hacerse un mate, por ejemplo. Me gusta desayunar ahí y también trabajar ahí. Por eso, Ruth cuelga el cuadro que compra en la cocina y no en el living, porque allí no está nunca. La cocina no es un espacio pretencioso y es muy acogedor, es un lugar de resguardo.