“Con la tenue luz de las auroras empezaron a venir unas imágenes increíbles, mágicas. Estaba tan poseída que no sentía frío”, escribe Adriana Lestido en La conquista del hogar. Diarios alrededor del Círculo Polar Ártico.
En este pequeño fragmento ya se puede ver algo que guía gran parte del último proyecto de Lestido: una belleza que parece irreal de tanto mirarla, el misterio hipnótico de lo que está en el límite del mundo, la inminencia de una revelación, o lo que Borges llamaría el “hecho estético”.
La cita forma parte de uno de los dos libros que, junto con el documental Errante (recién reconocido como de “interés cultural” por la Legislatura porteña), narran sus cuatro viajes por el territorio más boreal del planeta.
La película, que permaneció en cartel durante meses, vuelve ahora a proyectarse en el Malba, con una novedad: Lestido publica los dos libros que completan la experiencia, uno de fotografías y otro que reúne sus diarios personales (Planta Alta Ediciones). Las inclemencias del clima, la soledad, la interminable noche, la naturaleza en estado puro, las citas de los libros que la acompañaron y la fugaz visión de las auroras, se entrelazan en el film, los textos y las imágenes.
Reconocida a nivel internacional por sus fotografías tomadas durante la dictadura argentina y, posteriormente, por sus series sobre la infancia, las mujeres presas y las madres adolescentes, a través del tiempo inició un camino de aparente despojo de la presencia humana en sus trabajos.
A los 64 años, comenzó la travesía por el Círculo Polar Ártico completamente sola, sin equipo de filmación, tras haber vivido una experiencia similar en la Antártida. La guiaba un propósito casi sobrenatural: “Sentí que solo nuestro desierto helado me ayudaría a liberarme de todo lo que hice y estar más liviana para lo que vendrá”, escribe.
De ese viaje surgirían dos libros: Antártida negra. Los diarios (Editorial Tusquets), que recopila crónicas de la travesía, y el libro homónimo de fotografías (Ed. Capital intelectual). Con el mismo ímpetu se dirigió hacia la otra punta del planeta. Vendió su casa en el mar para financiar el viaje. Escribió y grabó imágenes que transforman en hogar al lugar más inhóspito de la tierra.
Adriana Lestido
-¿Qué es para vos el Círculo Polar Ártico?
-Un lugar que por estar cerca del Polo Norte, el imán de la Tierra, permite una conexión más intensa con el propio centro, con lo que uno es. Un lugar que transporta internamente.
-Uno de tus diarios comienza con un epígrafe de Herzog que dice que estar solo en el mundo y sin nada conduce a la ausencia del miedo. ¿Cómo influyó este lugar inhóspito en tu percepción sobre la soledad y el arrojo?
-La soledad siempre potenció mi propia fuerza. Me permite conectar más hondo con el entorno natural. Y también con todo lo que se presente. Se nace y se muere en soledad, abismándose en lo desconocido. También se llega a lo más hondo de uno en soledad. La naturaleza fue, siempre lo es, mi contención y amparo.
Por eso la premisa fundamental fue hacer los viajes en soledad, sin compañía ni asistencia técnica ni producción. Solita mi alma en lo desconocido. Y más allá de lo bestias que fueron los lugares que recorrí, extremos y salvajes, la acción del imán de la Tierra fue una gran ayuda. Tuve momentos de mucha angustia pero a la vez nunca me sentí tan bien.
-¿Qué es lo que más te costó hacer en estos viajes?
-Separarme de mis animales, fue lo que más extrañé.
-¿Cómo pensaste el montaje? ¿Qué cosas fuiste encontrando en el camino de armar la película, una vez que ya tenías el material?
-El montaje fue un largo proceso que hicimos juntas con Elizabeth Wendling, la editora, cuando volví del último viaje. Anteriormente Elis me estuvo enseñando a editar (por eso pude trabajar a la par de ella), y después se comprometió totalmente con la película cuando todavía no teníamos producción. Así, con libertad total, pudimos darnos todo el tiempo necesario para encontrar la película dentro de todo el material y darle su forma.
La premisa era que expresara lo cíclico de toda vida. Que estuviese presente la energía de cada estación como parte del ciclo vital. La trasmutación que es la regla de todo hombre. Atravesar el invierno en su mayor crudeza, como metáfora de la muerte (la muerte como transformación), para poder renacer.
Fue un arduo trabajo de un año y medio. Nos pusimos al servicio de las imágenes, nos abrimos a ellas. Tratamos de que fueran los mismos planos los que nos guiaran y ayudaran a encontrar el tono. Que uno llamara al otro. El montaje tenía que encadenar los planos de tal forma que permitiera vivir la experiencia una y otra vez. Eso era lo que tenía que poder transmitir.
-¿Cómo te sentís cuando grabas una imagen en movimiento?
-Igual que cuando hago fotos. Siempre trato de estar en lo que es, de fundirme con lo que miro y poder ver más allá. Conectar con lo que está detrás de la imagen aparente. Y conectar con todo el cuerpo. Ver. Se ve con todo el cuerpo, el ojo es un sentido muy tirano, pero la percepción es corporal, no sólo visual.
–Guillermo Saccomanno escribió en el prólogo que tu película es un “ejercicio de meditación extremo, un refinamiento agreste y delicado” que nos induce a pensar en la relación entre nosotros, los otros y el lugar donde vivimos. Él también menciona que la ausencia de seres humanos en el film “pone en alerta” y “obliga a comprometernos con la naturaleza que somos”. ¿Coincidís con su visión? ¿Cómo ves vos esa ausencia de seres humanos?
-Sí, totalmente. Para mí era fundamental que no hubiera seres humanos, sólo rastros, huellas, y los elementos en estado puro y salvaje. El viento, los mares, la nieve, la lluvia, los cielos, la tierra, el fuego actuando por debajo de la tierra, las fumarolas, la distancia… ¡Y los animales! Que están mucho más integrados a la naturaleza que los seres humanos. Los animales son maestros, son buenas herramientas para conectar con otros planos. Están siempre en el presente, en el aquí y ahora. El hombre suele interferir. No me interesaba contar una historia sino captar nuestra forma de existir, de estar en el mundo.
-En un pasaje de tu diario dice: “Tuve que atravesar todo eso para poder ver desde la pureza de los elementos. Para ver en definitiva lo que siempre estoy mirando: el dolor y la belleza de la existencia”. ¿Me podrías contar un poco más cómo pensás esas dos cosas? ¿Crees que entre el dolor y la belleza hay una dualidad inseparable o una síntesis? ¿O bien ninguna de estas dos cosas?
-El dolor y la belleza son parte de la existencia. En el fondo creo que eso es lo que siempre estuve mirando. Desde las presas, que es quizás mi serie más áspera hasta el proceso que derivó en la película y los libros, mi trabajo más extremo. El amor, el desamor, el desamparo, los vínculos, la separación como dolor y como necesidad vital para poder evolucionar como ser humano, el desafío que implica nuestro paso por la Tierra. Siempre todo gira alrededor de eso. De lo que necesito ver para estar más liviana e ir acercándome a la que soy. Poder llegar a ser lo que soy.
-¿Qué consideras que aporta la voz de otros en la película que no podrías haber transmitido con la tuya propia? ¿Y por qué decidiste que, en los diarios, tu voz fuera la principal? ¿Hubo una diferencia en lo que querías comunicar en cada caso?
-En los diarios también hay muchas citas. Siempre voy guardando las citas que me expresan. Las voy anotando en mis cuadernos a medida que aparecen. Quise que estuvieran en el libro tal como estaban en mis cuadernos. Y en relación a la película, desde el principio tuve claro que incluiría algunas citas como hilo conductor y que las mismas tenían que pertenecer a lo que me llegara durante el proceso de gestación de la película.
Siempre estoy atenta a lo que se presenta cuando estoy trabajando. Creo en la importancia de lo que aparece cuando se está inmerso en un proceso creativo. Ya sea por asociación, accidente, por azar… La idea previa es la imagen base para lo que pueda surgir.
En ese sentido, entonces, me interesa mucho lo que me llega y siento que se relaciona con lo que estoy haciendo. Concretamente las citas pertenecen a libros que leí en los viajes, y a canciones, películas, textos, que me llegaron mientras editaba la película. También la música que se escucha en un par de escenas era la que estaba escuchando mientras grababa esas escenas.
La película y los libros (también las fotos) son parte de lo mismo. Creo que se complementan. La gente me pregunta cosas siempre después de cada proyección que están contadas en el libro. Está bueno ver la película y después leer el libro. Y quizás también al revés. Siento que las dos cosas son parte del largo camino de mi vida hacia el origen. Hacia mi morada.
La película Errante puede verse los sábados a las 18 horas en Malba Cine (Avenida Figueroa Alcorta 3415, CABA).