En 1913, en el Teatro Odeón, Lugones decretó en una serie de conferencias al Martín Fierro como poema épico nacional. Su lectura, que sería refutada, como siempre, por Borges, que veía en el libro de José Hernández una “novela de organización cuidada o genial”, actuaba en consonancia con la necesidad de incorporar a la masa inmigratoria de principios de siglo XX a la vida nacional. En lo que Oscar Terán denominó “el operativo Lugones”, el poeta leyó en el Martín Fierro un paradigma propicio a los fines de fortalecer un sólido imaginario identitario que derribara aquello que la intelectualidad argentina veía como amenazas de disgregación social. Posteriormente, obras como Historia de la Literatura Argentina de Ricardo Rojas (a quien Borges también corregirá), contribuyeron a legitimar al Martín Fierro como gran poema nacional.
Un siglo y medio después de la primera publicación de El gaucho Martín Fierro, es lícito decir que estas operaciones políticas y culturales trascendieron su época. La de Lugones fue una acción en retrospectiva, pero perduró en el tiempo. Los primeros versos del Martín Fierro son, probablemente, los más recordados de toda la literatura argentina. En la literatura contemporánea, seguimos leyendo los ecos de su efecto en novelas como El Martín Fierro ordenado alfabéticamente (2007), de Pablo Katchadjian; El guacho Martín Fierro (2011), de Oscar Fariña, y Las aventuras de la China Iron (2017), de Gabriela Cabezón Cámara.
Conversamos al respecto con Adriana Amante, doctora en Letras por la Universidad de Buenos Aires, profesora titular de Literatura Argentina del siglo XIX de la misma universidad e investigadora del Instituto de Literatura Hispanoamericana. Amante prologó y realizó un nuevo establecimiento del texto para la edición del Martín Fierro, de José Hernández, que EUDEBA publicará en breve en su Serie de los dos Siglos.
-El Martín Fierro es considerado el gran poema nacional, ¿creés que eventos como el aniversario son oportunidades para preguntarse por la literatura en tanto conformación de una identidad nacional?
-Las efemérides son una buena oportunidad, sobre todo para el periodismo. Las editoriales, incluso, uno podría decir que planifican muchas veces motivadas por efemérides. Aunque no necesariamente deberían marcar de manera exclusiva los actos de rememoración o conmemoración, son buenas ocasiones porque cuando se producen generan una concentración del interés principalmente de quienes no están en contacto permanente con aquello que se celebra, en este caso el Martín Fierro. Yo tiendo siempre a pensar que a mí me interesan más los valores literarios que un texto pueda tener, que sus valores nacionales. Muchas veces el interés que se genera frente a una celebración como esta, a los 150 años del Martín Fierro, está más ligado a ciertos supuestos valores nacionales trascendentales y permanentes, que son más exteriores al texto de lo que pareciera en una primera instancia. A mí me parece que hay algo celebrable todavía en el Martín Fierro, que no tiene tanto que ver con ciertos valores específicos que hablan de la tipología del argentino, sino en el hecho de que es un texto que todavía muestra que la articulación entre estética y política puede tener una potencia y un poder de injerencia sobre lo real, cuya dimensión a veces la sociedad olvida, perdida un poco en esos supuestos valores que son exteriores al poema. Y me parece que en este caso es inevitable pensarlo en combinación con el Facundo. ¿Por qué son dos textos todavía tan legibles, tan bellamente legibles, tan intensamente legibles? Porque son dos textos que lo que ponen en acto es el mejor juego que se pueda dar entre una posición ideológica y una propuesta política por medio de una articulación estética. Y a mí me parece que eso representa del mejor modo una forma de articulación que es de una tradición argentina, aunque ya de algún modo la argentinidad está perdiendo, y que sobre todo la pierde en el ámbito político. Entonces, es importante volver a preguntarnos cómo y por qué un dispositivo literario podía tener el optimismo de pensar que iba a producir un efecto sobre lo real, y eso es algo que creo que la sociedad ha ido perdiendo como valor. Y mantener y reflotar eso a propósito de la celebración de los 150 años del Martín Fierro, al margen de la ideología que cada uno pueda tener respecto de esos valores que se proponen, creo que es lo más conmocionante que tiene el ejercicio de la literatura. Creo que ahora, aun cuando haya escritores y escritoras que pudieran tener esa aspiración, lo más lamentable es que tal vez la sociedad ya no cree en esa aspiración, como sí creía quizás la sociedad del siglo XIX. Entonces, reflotar esa posibilidad nos devuelve a quienes nos dedicamos a las letras la confianza en que la literatura puede producir efectos sobre lo real. Y acá lo ampliaría no solamente a ámbitos políticos, sino también de otra naturaleza, incluso emocionales y estéticos para entonces volver a destacar o señalar el valor que la literatura tiene.
-¿Y en el ámbito de la literatura ves una reactualización del Martín Fierro en lecturas y escrituras contemporáneas?
-Sí, es evidente que hay relecturas y reapropiaciones, de varias cosas del siglo XIX, pero particularmente del Martín Fierro, por la importancia que tiene como libro nacional. Es claro que gran parte de la sociedad ha internalizado todo el proceso de elección y consagración del Martín Fierro como libro nacional casi como si se tratara de una especie de origen intocable, como una especie de don celestial, cuando en rigor es una convención cultural que sirvió a los efectos de las necesidades ideológicas de una sociedad, en un momento que se da principalmente desde 1913, durante esa década y un poco la del 20, con el trabajo que hizo Lugones y después Ricardo Rojas. Pero en general se olvida ya a esta altura que eso es una convención cultural, que es también una convención política que se convirtió después casi en un origen absoluto, como intocable. Quizás por eso, por haber sido entronizado como el libro nacional, generó una serie de apropiaciones tal vez mayores, en principio, que el Facundo, por ejemplo. De hecho, hay varias producciones, como Las aventuras de la China Iron, El Martín Fierro ordenado alfabéticamente o El guacho Martín Fierro, que son emergentes muy evidentes del poema de Hernández. Creo que son apropiaciones interesantísimas y pueden hacerles muy bien a ciertos lectores, que no necesariamente por eso se acercan al texto original. Y esto no es ni bueno ni malo, es una situación que hace que esas apropiaciones tengan una autonomía tan grande que no necesariamente son consumidas o no, o son celebradas o no, por el hecho de que recuperen para esos lectores también la lectura del texto que los ha provocado. Porque en algunos casos eso no funciona, y diría que no importa y que además ratifica el valor autónomo que esas reapropiaciones literarias del presente tienen, lo que habla de su propia –feliz– potencia. Pero cuando sí funciona la puesta en relación pueden darse lecturas muy productivas. Lo que me mantiene alerta, sin embargo, es que esos textos y esas operaciones de interesante apropiación se han convertido muchas veces en un lugar común de la crítica literaria, que termina vaciando el valor de esos procedimientos por repetición de lo más evidente. Pero hay excepciones destacables: como la lectura que Julio Schvartzman hace del dispositivo que genera Katchadjian cuando desbarata el orden conceptual del Martín Fierro original para darle un nuevo ordenamiento que podríamos considerar maquínico y que, iluminado por la sagacidad crítica de Schvartzman, permite ver lo que logra El Martín Fierro ordenado alfabéticamente al repensar, justamente desautomatizando, los sentidos planteados por el poema de Hernández.
Al margen de eso y para finalizar, pienso que El gaucho Martín Fierro, la primera parte del poema que se publicó en 1872, y que es lo que hemos estado celebrando este año, ha sido un reclamo social articulado como forma literaria de una contundencia tan grande y de un esplendor estético tan fulminante (no nos olvidemos de esa joya que es la sextina hernandiana) que sin lugar a dudas es un acontecimiento totalmente celebrable.