En el universo del arte, las canciones son poesía que suena, que tal vez llega al pueblo primero a través de una radio, o de alguna moderna plataforma; después, en los libros.
“Para cantar he nacido, soy copla que el viento lleva”, dicen los versos de una tradicional chacarera, que corre por el aire, pero que no ha nacido del aire. El autor de esa reconocida pieza es Adolfo “Bebe” Ponti, hombre de letras, santiagueño.
Sus paisajes fueron reinventados por Mercedes Sosa, Jorge Rojas, Abel Pintos, Peteco Carabajal, Los Nocheros, Jacinto Piedra, Los Manseros Santiagueños y León Gieco, entre otros.
A además de ser un exquisito letrista y haber trazado en prosa la Historia viva de la Chacarera Santiagueña (2014) -entre diversos textos- acaba de editar un nuevo poemario, tras 17 años de no publicar poesía.
Luz de Azafrán salió a través de El Suri Porfiado. Se trata de un libro que bien podría parafrasear al de Gabriel García Márquez El amor en los tiempos del cólera, porque contiene poemas que –entre otros tópicos- revisan o redefinen al amor y porque el puñado de versos que lo componen tomó forma y potencia en épocas de pandemia.
Del proceso de escritura, la palabra como milagro humano y lugar de disputa del poder, reflexionamos con el artista.
-Volvés a publicar poesía luego de un extenso periodo de tiempo. Jugando con el título del libro, ¿dirías que, a nivel creativo, trajo luz en momentos de encierro, de incertidumbre?
– Si, en 2003 publiqué mi último libro de poesía, Crash, un poemario social. Hubo luego otras publicaciones pero dedicadas a la literatura folklórica y muchas canciones, que es otra forma de hacer poesía. Sin embargo tenía un ala clavada en el pecho. Una disconformidad espiritual. Ese sentimiento, esa enfermedad de belleza, me persiguió durante todos estos años, hasta que llegó la peste y me tuve que encerrar en casa, mirar el afuera desde adentro, entender esas dos dimensiones como dos planos de un mismo ser y me pregunté cuál era el real. La conclusión fue Luz de azafrán, ese silencio guardado por años, lo no dicho. Algo así como el diamante que esconde una roca profunda antes de ser partida, machacada por el deseo de encontrar la belleza. La poesía siempre es un diamante oculto en lo insondable del ser, una voz ahogada por el lenguaje corriente. Los periodos de oscuridad son los más luminosos para el alma: En este sentido, Luz de azafrán fue un relato de resistencia contra la peste en el sentido lírico de la palabra. la ventana que abrió la pandemia.
-En medio de la pandemia, escribiste un libro de amor, si pensamos en predominancias ¿qué motivó tu elección y cuáles son los otros tópicos o hilos conductores del poemario?
– Luz de azafrán es un poemario de amor, desamor, erotismo, preguntas, una metáfora del deseo. Era lo que estaba en mí, aquel libro inconcluso que debería haber publicado inmediatamente luego de Crash. Luz de azafrán es la reencarnación de textos que de alguna manera habían condicionado mi expresión poética. Por eso, cuando empecé a hurgar en mi memoria, mi inconsciente, aparecieron aquellos viejos poemas, tal vez censurados por mi conciencia. Tomé un puñado de ellos, los que se habían salvado, la criatura original de mi silencio y empecé a estructurar el libro con otros textos que rescaté del naufragio virtual, esas publicaciones perdidas en Facebook y las reescribí, fue todo un trabajo de composición.
El libro está estructurado en tres partes, dividido por tres epígrafes. La última parte contiene textos nuevos, escritos ahora, una mirada ontológica del amor, algunos de ellos inspirados en películas que miré durante todos los meses de cuarentena, como Perdidos en Tokio, el film de Sofía Coppola y la serie japonesa Cantina de medianoche, una suerte de haikus cinematográficos muy bellos con origen en el manga de Yaro Abe. Otros son poemas que nacieron solos. La palabra siempre es una cicatriz y si no, es una flecha.
-Entre las páginas de Luz de Azafrán aparecen las voces de otros autores, las influencias de grandes poetas, la reflexión sobre la palabra. ¿En este sentido, considerás que es un hecho polifónico, colectivo, o no necesariamente es así?
-Entiendo que en cualquier texto se descubren otras voces, no debe ser Luz de azafrán la excepción. El último poeta original fue César Vallejo. El arte se construye sobre el arte, como el amor se construye sobre el amor. Es un libro donde está la tradición lírica del siglo XX. Soy hijo de esas voces. El siglo XXI todavía no tiene voz propia, hoy la vanguardia no existe, es parte de la tradición. Si hay algo que nos reveló la pandemia es que lo nuevo está por venir y no sabemos cómo será. Intuimos un mundo virtual, intangible, de ciencia ficción. Hay programas para escribir poesía y novelas, tampoco sabemos cómo será el lenguaje del futuro. He aquí el arte, la palabra, la poesía como resistencia al proceso de deshumanización que invariablemente impondrá la inteligencia artificial. La poesía, como la música, la ecología y el feminismo entre otras expresiones humanas jugarán un rol fundamental para salvar al ser. En Luz de azafrán busqué la belleza como mensaje, la belleza como luz de la palabra.
–Volviendo al punto anterior ¿por qué es importante insistir en la reflexión de la palabra?
-La palabra es el milagro del hombre y es el lugar donde se disputa el poder. Es el lugar donde se construye y se deconstruye. Todo sistema nuevo requiere de palabra, sin palabra no hay historia, ni futuro. Por eso la esperanza está cifrada en su palabra, como la belleza en la poesía.
-En el mismo sentido, se dice que la poesía es un género anticapitalista, no masivo. Entonces ¿qué implicancias tiene para vos, como autor, editar poesía en pleno siglo XXI?
-Octavio Paz nos dice en El arco y la lira: “La poesía no ilumina ni divierte al burgués. Por eso destierra al poeta y lo transforma en parásito o en vagabundo. De ahí también que los poetas no vivan por primera vez en la historia de su trabajo…” Si tomamos al pie de la letra esta reflexión del Nobel mexicano podríamos decir que ni el poeta, ni la poesía participan del proceso mercantilista del capitalismo. Por lo tanto el poeta y la poesía son las expresiones anticapitalista más descarnadas. Su labor no es considerada un trabajo para el sistema.
Por otra parte, la mayoría de los movimientos poéticos mundiales fueron antisistémicos desde el surrealismo a los Beatnik. El poeta sigue siendo un peligro para el capitalismo y tiene de su lado a la historia, solo basta con ver la imagen de Francisco Franco y Federico García Lorca, de Paco Urondo y Rafael Videla. Publicar poesía en este tiempo es un acto de rebeldía.
-Sos un destacado hacedor de letras de la música popular argentina. ¿Cuánto de tu letrística influye en tu poesía y viceversa?
–La canción me ha dado mucha satisfacción y después de que le otorgaran el premio Nobel de Literatura a Bob Dylan y el Príncipe de Asturias a Leonard Cohen, resulta evidente que tampoco hay tantas diferencias entre una y otra expresión. Sin embargo, no son lo mismo. La canción es el romance entre una melodía y un poema, el maridaje de la música con un texto. La canción es un artefacto que participa de la industria discográfica a diferencia de la poesía que no participa del mercado editorial masivo.
En general mi poesía inspira mi letrística. Por eso me siento un poeta de la canción.