Nacido el 17 de septiembre de 1929 en el barrio de Flores, era hijo del historietista uruguayo Raúl Roux, por lo que el dibujo fue para él, ante todo, el trabajo de su padre, un oficio noble que mamó desde su más tierna infancia.  

En una entrevista que figura en la página del Ministerio de Cultura de la Nación realizada en 2020 al cumplir 91 años, es el propio Roux quien cuenta cómo fue que dio los primeros pasos en el arte en que llegó a ser un maestro: “Mi padre era dibujante de historietas y lo único que mi interesaba era ver cómo dibujaba. Cuando tenía 10 u 11 años, mi padre me daba un pedacito de cartulina y dibujaba. Me gustaba mucho más que cualquier otra cosa. Me escapaba del Colegio Nacional porque me aburría muchísimo. Lo único que me gustaba era dibujar. Yo no era un alumno brillante, ni mucho menos. Mi padre decía: «estudiá o trabajá, vagos en casa no». Yo dije que si el trabajo es dibujo, entonces ese es el trabajo: dibujar. Así se definió todo, sin darme cuenta. Y sigo hasta los 91. Tiene sus cosas buenas y no tan buenas, porque uno se acostumbra a vivir en ese plano y descuida las cosas más prácticas de la vida. Afortunadamente, una de las posibilidades más lindas que tiene el dedicarse a esto, desde muy chico, es que la vida tiene un aspecto que lo ayuda a uno a soñar.”

Comenzó ayudando a su padre y luego decidió estudiar dibujo y entrar en el taller de Dante Quinterno, el creador de Patoruzito.

Su precisión y su gusto por el detalle se hacen evidentes en su colección de uniformes militares argentinos históricos. Los desplegaba con orgullo sobre la amplia mesa de la casa donde tenía su taller, en Martínez, con el orgullo de quien antes de ser valorado como artista se consideró a sí mismo como “un obrero del tablero”.

Luego, le llegó otra etapa distinta de formación. Viajó a Italia y allí trabajó restaurando mosaicos y frescos.

Consciente de que debía “ganarse el mango”, trabajó como maestro en Jujuy y no desdeñó ningún trabajo que le permitiera practicar paralelamente su arte que para él era, antes que la pintura, el dibujo. Al respecto dice Andrés Duprat como director del Museo Nacional de Bellas Artes en el catálogo de una muestra de dibujos de Roux, Diario Gráfico, realizada en 2018, luego de que el artista regresara a su casa desde el hospital en que debió permanecer internado: “El dibujo está en el origen de todas las artes. (…) Gesto desnudo, acto puro de creación, tiene la potestad de postular un recomienzo. Esa carga dramática se ve extremada cuando las condiciones de trabajo son reducidas a su mínima expresión, cuando los recursos limitados de que se dispone proponen un auténtico desafío: el de volverlos versátiles en su interacción con el mundo. El arte, en su contenido de verdad, permite también cierta dosis de honestidad brutal. Guillermo Roux no se privó de ella, e hizo del gesto del convaleciente, compelido a desplegar su imaginación solo con un cuaderno y una birome, la ocasión de recrear su mundo visual, mostrando su esqueleto, su pulsión más íntima y descarnada. Ciertamente, el padecimiento habilita al sarcasmo y la ironía; Roux los ejerce con sutileza en sus dibujos que, tramados con infinita paciencia, aluden a situaciones críticas del mundo contemporáneo.” Pero, además de manejar magistralmente la línea, fue un artista versátil en el uso de la acuarela, el collage y otros medios y técnicas.

El crítico Rafael Squirru es quien comienzó a hacerlo 1972 y lo llevó  a exponer en la galería Bonino en 1972. En 1975 gana el Primer Premio Internacional de la XIII Bienal de San Pablo. Más tarde  viajará a París, Roma y Sicilia. Lentamente comienza a hacerse conocido tanto dentro como fuera del país

Pero fue recién en 1982, tras el encuentro con Franca Beer, quien se transformaría en su compañera de vida y su marchand y lo acompañaría durante más de 50 años, que se puedo dedicar de lleno al arte y hacer de él su modo de vida. En ese mismo año obtiene el Premio Konex de Platino. Por otra parte, el trabajo de muralismo que realizó en las Galerías Pacífico en 1994 constituyó, sin duda, un punto de inflexión en su carrera.

Su formación como dibujante y su preciosismo lo transformaron en el mayor artista surrealista de la Argentina. El surrealismo requiere un enorme bagaje técnico en su realización. Realista en lo formal, se vuelve surreal en la inusitada convivencia de elementos disímiles.

La edad y una anemia aguda le ganaron la pulseada, pero Roux deja un enorme legado plástico tanto en la profusión de trabajos como en la calidad de los mismos. El mundo del arte y la cultura así como sus muchísimos seguidores despiden hoy con dolor a quien antes de convertirse en uno de los grandes maestros de la pintura, fue un honesto, aplicado y consecuente trabajador de la línea, la forma y  el color.