El 15 de julio de 2003 moría el chileno Roberto Bolaño de quien Guillermo Saccomanno dijo en una entrevista, no sin razón, que es un escritor argentino, dada su estrecha relación con la literatura de estas latitudes pero también por su forma “de tocar varios temas y varios modos”. “Toca el modo novela negra –agregó Saccomanno-, el modo romántico, el modo ironía, el modo parodia con Literatura nazi en América latina. Bolaño era un desaforado.”
Quizá alguien pueda discutir esta nacionalización literaria y considerarla como una “expropiación” inadecuada. Pero parece imposible negar que Bolaño cumplió a la perfección con dos destinos literarios: el del escritor latinoamericano exiliado que deja su país huyendo de las dictaduras y busca en España o México su lugar en el mundo y el de la fama póstuma, esa que llega para hacer correr ríos de tinta hasta elevar la figura de un escritor a la categoría de mito, aunque a la figura en cuestión ya no le sirva para nada.
Tenía 50 años cuando murió esperando un trasplante de hígado que no pudo ser en la una cama del Hospital Universitari Vall d’Hebron de Barcelona. Fue una muerte prematura para un escritor, incluso si se considera que vivió dedicado a la ardua gimnasia cotidiana de sobrevivir sin renunciar a la escritura. A esa edad, muchos comienzan a escribir su obra más madura. La muerte le llegó sin poder ver publicada su monumental novela 2666. Y aquí hay dos elementos que contribuyen al mito: la muerte temprana y la frustración.
A comienzos del siglo XXI la muerte de Bolaño reinventa sin quererlo la historia romántica del escritor pobre y enfermo que debió pagar con su vida la posibilidad de alcanzar la fama.
Es cierto que recibió premios en vida: Con Los detectives salvajes ganó el Herralde y el Rómulo Gallegos. Algunos de los galardones que obtuvo le dieron un breve respiro económico a su existencia llena de sobresaltos, pero la fama, esa que pone a los escritores en los titulares de los suplementos literarios, motiva estudios académicos sobre su obra y hace que su nombre circule de boca en boca como una suerte de contraseña de un club de quienes saben qué es la buena literatura le llegó con la muerte. Hoy se lo considera el escritor más importante después del llamado boom latinoamericano.
Afortunadamente, su alter ego, Arturo Belano, aparecido por primera vez en una novela que el autor dice haber escrito en estado de gracia, Estrella distante, y que caminó por varias de sus historia, no solo sigue presente, sino que es inmune a la muerte. Este es el privilegio de quienes crean algo perdurable a pesar de los naufragios cotidianos.
En medio del caos que supone la existencia de un escritor latinoamericano y nómade, Bolaño supo crear su propia zona de orden que fue su trabajo. Cuando le preguntaron en una entrevista acerca de los secretos de su producción, contestó: “Levantarse temprano, sentarse delante del computador y ponerse a trabajar. Escribir mucha porquería que se eliminará. Tengo un método más bien riguroso, trabajo las estructuras, las infraestructuras de la novela; elaboro mucho el argumento, el cual se arrastrando durante mucho tiempo hasta quedar totalmente claro. Sin duda, la estructura te da previamente el orden del material, la estructura es el material, el argumento entra dentro de la estructura, está todo preparado a partir de allí.”
Quizá el nomadismo no le impidiera escribir copiosamente porque estaba convencido de que la patria de un escritor es su lengua. Al respecto declaró a La Reforma: «En Chile, nadie dijo que era chileno, siempre me decían que era español. En España, absolutamente a ningún español se le pasa por la cabeza pensar que soy español. En México, a nadie se le pasó nunca por la cabeza pensar que yo fuera mexicano. Por tanto, he llegado a la conclusión de que pertenezco a un país que se llama Extranjilandia, cuyos nativos son los extranjeros. Yo me siento muy chileno, muy español y muy mexicano».
Aunque hoy se lo recuerda solo como escritor, Bolaño ejerció otros oficios no menos dignos, pero sí más ajenos a sus anhelos personales. Fue lavaplatos, cuidador de camping, mozo…
Pero siempre se las arregló para escribir recorriendo el amplio espectro de los géneros que va de los poemas -aunque él se considerara un mal poeta- al cuento, la novela y el ensayo. Llamadas telefónicas, Putas asesinas, Los detectives salvajes, Amberes, Nocturno de Chile son solo algunos de los títulos que más resuenan de su obra.
“La verdad es que los escritores nos damos cuenta demasiado tarde de que la vida es breve”, dijo alguna vez Bolaño. A él le alcanzó para escribir una vasta obra que tuvo una importancia central en los escritores jóvenes latinoamericanos. No le alcanzó, para terminar la última parte de 2666, ni para saborear el éxito rotundo que alcanzó su escritura.